Queridos todos, bienvenidos sean en esta ocasión con un cuestionamiento milenario, sencillo y al mismo tiempo intrincado, que podría dar por resultado la solución de todo lo que nos ocurre y de las mismísimas guerras y sobresaltos de la humanidad.
Hablar de amor ha sido uno de los temas predilectos de los artistas de todos los tiempos, desde las obras plásticas en las que los grandes pintores inmortalizaron a los objetos– preferiría decir “sujetos o sujetas” de sus afectos o deseos– pasando por los grandes escultores que al más puro estilo del Pigmalión fueron capaces de recrear a aquellos, o aquellas capaces de convertir a la piedra en arte.
Ya dijeron los Beatles que “todo lo que necesitas es amor” y sin embargo, pareciera que a diario se nos olvida, la conciencia se nos va por todos lados, se escapa.
Dicen los que saben que la conciencia es la responsable de nuestros actos, los pensados, los que no, pretenden la destrucción de nada, y mucho menos de nadie. Los actos conscientes están determinados por la existencia real del amor.
Sigo con la inmensa duda de qué es esa fuerza motriz que todo lo logra y que a nadie debería faltarle nunca.
¿Qué es el amor? Eduardo Lizalde Chávez (1929) es uno de los más grandes poetas mexicanos que ha logrado descifrar a través de ese arte la esencia de la palabra que convertida en sentimiento es cura o veneno.
Les comparto un fragmento de su poema Retrato hablado de la fiera, parte de El tigre en la casa (Valparaíso Ediciones) donde la compresión de lo que el amor implica como fuerza de la divina creación en la devastación del ser dice:
“…Recuerdo que el amor era una blanda furia
no expresable en palabras.
Y mismamente recuerdo
que el amor era una fiera lentísima:
mordía con sus colmillos de azúcar
y endulzaba el muñón al desprender el brazo.
Eso sí lo recuerdo.
Rey de las fieras,
jauría de flores carnívoras, ramo de tigres
era el amor, según recuerdo…”
Hoy por la tarde mientras esperaba a la persona que me llevaría de regreso a casa, tras un día de trabajo, observaba a la gente – observar no es juzgar que quede claro– habían personas estacionadas en una zona que claramente estaba prohibida, llegaron los encargados de infraccionar a los desobedientes y una señora a la que le fue retirada una placa se enojó mucho, comenzó a solicitar la comprensión de los uniformados, a ofrecer otro tipo de retribuciones para que “no la afectaran” y a reclamar que a los otros conductores en su misma situación también los multaran. Al no lograr ser perdonada, los otros infractores fueron también sancionados.
Me preguntaba mientras les veía hacer berrinche en la calle, qué es lo que esta mujer está perpetuando, nos quejamos de la corrupción, de que las cosas no sean lo que deben ser, de las injusticias, sin embargo, cuando las reglas nos son aplicadas, el amor por los otros no existe. Se nos acaban los discursos y las buenas intenciones.
El amor no solo se refiere a las cuestiones de tipo romántico, sino a las acciones que realizamos de forma cotidiana y que definen nuestro nivel de bienestar y satisfacción cotidianos.
Deseando que sus propias definiciones de amor sean tan desgarradoras y apasionadas como la de Lizalde, pero más aún, que los hagan sonreír desde el goce y la nostalgia por lo vivido, los invito a sumarse a la existencia consciente que nos permita vivir de maneras más justas y armónicas.
Mientras tanto, ¡vámonos a vivir!
PAT
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