¿Hacia la desintegración o renacimiento del PRI?

Observatorio electoral

Desde su fundación por el ex presidente Plutarco E. Calles, el ahora llamado PRI fue un poderoso imán para individuos con grandes ambiciones políticas. Ingresaban a él todos los que tenían deseos de conseguir poder. Prácticamente era la única forma de movilidad y ascenso político en México. Fue tan clara esta ruta hacia el poder, que un politólogo norteamericano, Peter H. Smith, la convirtió en una regla básica para quienes deseaban éxito político. En su libro Los laberintos del poder (Colmex,1979) recomendaba textualmente afiliarse al PRI para lograrlo.

Esa fue la costumbre cuando el PRI funcionó casi como partido único, durante largos periodos en que no tuvo competencia política alguna. Ocurrió cuando tenía los éxitos asegurados por algunos aciertos de sus gobernantes y representantes populares, pero sobre todo porque se imponía con la fuerza del Estado y trampas a todas las demás opciones políticas. No había competencia. Esa costumbre fue una constante de la historia electoral de este país.

Cuando la sociedad mexicana cambió y se hizo más plural, la composición del electorado también se modificó. Se hizo más crítico. Comenzó a cuestionar al PRI y a votar en contra de sus candidatos. Las derrotas de ese partido se hicieron cotidianas, especialmente en la década de 1980. En ese contexto, los tropiezos priistas se adjudicaron al rumbo que había tomado ese partido desde 1982. Por esa razón, una corriente tricolor se escindió en 1987, para formar el FDN y después el PRD, junto con otros grupos y partidos políticos. Después, otros cuadros priistas renunciaron para fundar partidos como el PVEM y Convergencia, entre otros.

Desde entonces el PRI ha vivido una crisis permanente, agudizada a partir del 2000, cuando perdió por primera vez la presidencia de la República ante el PAN. Aunque tuvo una ligera recuperación en 2012, cuando conquistó nuevamente ese cargo con Enrique Peña, al perderla otra vez en 2018, ahora frente a Morena, la tendencia desintegradora creció. A partir de eso, el fenómeno se aceleró. Ex militantes priistas crearon partidos como Fuerza por México y Redes Sociales Progresistas, entre otras siglas recientes.

La salida de militantes del PRI aumentó a partir de 2018, con los descalabros electorales en todo el país, especialmente con la pérdida de gubernaturas. La derrota más reciente, en el Estado de México, ha potenciado este fenómeno. A menos de un mes de tal acontecimiento, Eruviel Ávila renunció ayer a su militancia priista de toda la vida. Este no es un hecho aislado. Aunque es la primera vez que un ex gobernador mexiquense renuncia al partido que lo llevó al poder, varios ex presidentes municipales, ex diputados y ex dirigentes habían dejado al PRI, igual que miles de militantes.

Mientras el PRI tuvo el poder, esos militantes, acostumbrados a los privilegios políticos, abrazaban y defendían sus causas. Ahora que es un partido desprestigiado por décadas de gobiernos extremadamente ineficientes y corruptos, lo abandonan en busca de otras siglas más rentables políticamente. Han migrado a casi todos los partidos políticos en busca de las oportunidades perdidas en el PRI.

Algunos ex priistas han tenido éxito. Ahora son flamantes militantes, dirigentes, representantes y hasta gobernantes, bajo las siglas de otros partidos. El problema es que muchos siguen reproduciendo las mismas prácticas. ¿Continuará esa desintegración del PRI para renacer en otros partidos, legislaturas y gobiernos?

TAR