El calendario religioso marca el 25 de julio como el día de la fiesta titular del apóstol Santiago el Mayor, pues en esta fecha, pero del año 44 d.C., Santiago fue decapitado por órdenes de Herodes Agripa, siendo el primer discípulo de Jesús en sufrir el martirio.
La instauración del culto al apóstol Santiago en el actual municipio de Temoaya, Estado de México, data de mediados del siglo XVI cuando el pueblo de Xiquipilco, hoy Jiquipilco el Viejo, era la cabecera civil y religiosa de la comarca.
En este lugar los primeros religiosos decidieron construir un templo con muros de piedra y techumbre de madera donde rendir culto al santo patrón, cuya imagen ecuestre procede de esa época.
En julio pasado celebramos en Temoaya la fiesta en honor del Santo Patrón. Como sucede cada año, durante esos días afloran con gran fuerza las leyendas y narraciones relacionadas con el santo, las cuales permean en la mente de muchos devotos.
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Imagen de Santiago Apóstol se salvo de un incendio en 1555
Una de las primeras leyendas que ha perdurado en la memoria de los temoayenses y pasado por generaciones hasta llegar a nosotros dice que hacia el año 1555 un incendio redujo a escombros el primitivo templo de Xiquipilco, salvándose milagrosamente la imagen del santo patrón; de manera que los vecinos interpretaron el prodigio como un hecho sobrenatural.
La noticia de la tragedia llegó a oídos de las autoridades virreinales, quienes dispusieron llevar la imagen a la Ciudad de México para venerarla en la catedral. Se organizó una comitiva muy numerosa para trasladar la escultura en medio de flores, incienso, cohetes, música y rezos.
La versión más conocida menciona que el cortejo siguió el camino hacia Toluca, pero al llegar al cruce del río Grande o Lerma decidieron descansar un rato; sin embargo, al querer reanudar la marcha la imagen se hizo pesada por lo que fue imposible moverla, a pesar de los esfuerzos sobrehumanos que realizaron.
Decidieron regresar y en medio del asombro, vieron que la imagen aligeraba su peso; pero al llegar al lugar donde hoy se encuentra el pueblo de Temoaya otra vez se volvió a hacer pesada, de manera que al no poder moverla decidieron construir una ermita para guarecerla.
Los fieles comprendieron que el Santo Patrón había decidido quedarse en Temoaya.
Recientemente, vi en las redes sociales el relato de esta leyenda, pero con una variante que menciona que el cortejo llegó hasta la Ciudad de México, pasando por el convento de la Merced y desde este lugar debieron regresar porque la imagen se hacía pesada al pretender llegar hasta la catedral metropolitana. No obstante, la leyenda más conocida es la primera que mencionamos.
Es claro que desde mediados del siglo XVI empezaron a surgir diversas leyendas que destacan la acción milagrosa del Señor Santiago en favor de los habitantes de la zona. Pero la etapa de mayor proliferación corresponde a la época de la Revolución Mexicana en la década de 1910, que fue cuando el santo jinete bélico protagonizó multitud de eventos brindando protección a los fieles de la región, salvándolos incluso de perecer.
Se dice que en aquella época de convulsión y gran inseguridad social algunos malhechores procedentes de Monte Alto, hoy Tlazala, merodeaban por el territorio de Temoaya causando graves daños a los habitantes de la cabecera municipal y de las comunidades cercanas, lo mismo que a sus propiedades y pertenencias.
Cuentan que en diversas ocasiones los malhechores, que se ostentaban como zapatistas, saquearon las casas y tiendas del pueblo llevándose lo que más podían: mercancías, maíz, ropa, animales, etcétera.
Muchas veces los lugareños aterrorizados no tenían más remedio que esconderse para salvar su vida y protegerse de los desmanes de los saqueadores a quienes no podían enfrentar porque integraban gavillas muy numerosas.
Apoyo de Santiago Apóstol
En cierta ocasión, los vecinos de Temoaya organizaron la defensa de la comunidad a pesar de saber que los atacantes los superaban en número de efectivos. Sin embargo, después de esperar buen tiempo para enfrentarlos, se enteraron que habían emprendido la retirada porque un contingente comandado por un hombre montado en un caballo blanco los había atacado y repelido hasta alejarlos de la población.
De acuerdo con la narración los vecinos empezaron a especular sobre el caso, concluyendo sin duda que había sido el Señor Santiago quien los había protegido de tan peligroso trance.
Más tarde, al oscurecer, fueron al templo parroquial para comentarle al párroco sobre lo sucedido; pero al pasar por el atrio vieron que la puerta principal de la iglesia estaba entreabierta por lo que ingresaron hasta la capilla donde aún se encuentra la imagen ecuestre del Santo Patrón y advirtieron que los cascos del caballo estaban enlodados, de manera que concluyeron que había sido él quien los había protegido de tal amenaza.
Decidieron dar gracias a Dios y al Señor Santiago por haberlos librado de aquel peligro, por lo que organizaron una misa de acción de gracias para el día siguiente. Se dice que asistieron vecinos de varias comunidades, sobre todo de la parte alta de la comarca.
Pero un hecho que habría de corroborar de forma tajante la intervención milagrosa del Señor Santiago en aquel momento de peligro fue el hallazgo de una piedra que tenía estampada la huella de una herradura de caballo.
En efecto, a 50 metros de la “barranca del Tirso”, que se encuentra inmediata a la cabecera municipal sobre el camino que comunica con San Pedro Abajo y San Pedro Arriba, los vecinos procedentes de aquellos rumbos hallaron la piedra con la marca referida a mitad del camino, justo antes de subir la última cuesta para llegar al pueblo de Temoaya, entonces concluyeron que el caballo del santo patrón había tropezado con tal fuerza en la piedra que dejó estampada aquella impronta.
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Piedra sagrada
Pronto, los vecinos que transitaban por aquella ruta empezaron a rendir culto a la “piedra sagrada”, y cada vez que podían dejaban flores, veladoras y algunas monedas como limosna, en señal de agradecimiento por los hechos milagrosos del apóstol.
En mi ya lejana juventud, tuve la fortuna de conocer la piedra y ver cómo los feligreses se santiguaban frente a ella, oraban y depositaban sus ofrendas cada vez que podían.
Ya en la década de 1970, cuando empezaron a circular vehículos de transporte por el lugar, los conductores tenían cuidado de esquivar la piedra.
Desafortunadamente, a fines de la misma década, justo cuando empezó la construcción del Centro Ceremonial Otomí, se ocupó maquinaria pesada para habilitar aquel camino para que pudieran transitar los camiones con los trabajadores y materiales para la obra.
No se sabe si la piedra quedó sepultada o fue removida de su lugar. Lo cierto es que desapareció y, en consecuencia, se fue perdiendo aquella devoción. Ahora sólo queda el recuerdo de que allí había una señal de la acción protectora del Señor Santiago.
Jesús Arzate Becerril, Cronista de Temoaya por la AMECRON
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