Jordi Soler vuelve a sus orígenes con su libro «Los hijos del volcán»
En esta primera parte de la entrevista, el autor habla de su más reciente novela en la cual retrata una “desigualdad muy mexicana”
Una novela con tintes autobiográficos, o al menos el entorno en el que se desarrolla, es lo que recrea Jordi Soler (Veracruz, 1963) en Los hijos del Volcán, su más reciente novela.
En ella, Tiku, el protagonista de la obra, vive y sobrevive en La Portuguesa (el mismo nombre del lugar en el que nació el escritor), al lado de un coyote, inspirado en la mascota que tiene el novelista en Barcelona.
Al profundizar sobre el tema, el escritor, Jordi Soler, recuerda que hace algunos años llevó a sus hijos a que conocieran donde nació y creció, y ellos, nacidos en Europa, se sorprendieron del lugar, del entorno cercano al Puente de Metlac, entre Córdoba y Orizaba, lleno de bichos, víboras, mosquitos.
“Y eso me hizo ver la riqueza de ese territorio. Yo escribo sobre este territorio no solo en este libro, sino que tengo tres o cuatro libros anteriores y ahora estoy escribiendo otra historia que sucede en este territorio, en esta plantación que
ya no existe.
“He pensado que quizá escribo sobre este territorio (La Portuguesa) para no perderlo. Los escritores nos pasamos muchas horas al día dentro de la novela que estamos escribiendo y quizá esa es mi forma de regresar ahí, de no abandonarlo”, cuenta Soler a La Jornada Estado de México.
Los hijos del volcán (Alfaguara) narra la historia de Tiku, hijo del caporal de una finca cafetalera, otra referencia a la tierra donde creció Soler, que está destinado a sustituir a su padre, quien a su vez sustituyó al suyo, y que viven bajo
las órdenes de la familia Intriago.
Tiku se niega a seguir sometido a la sombra del cacique y se refugia en la parte alta del volcán. Y justo en ese volcán, que bien podría ser el Pico de Orizaba para continuar con las referencias geográficas de la infancia de Soler, es donde habitan los personajes que dan nombre a la novela: una tribu de hombres primitivos, recolectores y cazadores que han decidido vivir en la parte más alta de la montaña con sus rituales ancestrales.
“La novela es casi un mapa de México en donde está, por un lado, Tiku y, por otro, Lucio Intriago, el cacique típico. La familia de Tiku es una familia que sirve a otra familia de españoles, que son los dueños momentáneos de esa tierra.
“Lo que tenemos es precisamente una radiografía de México, porque por una parte está el mundo indígena, al que pertenece Tiku, un mundo un poco atrasado con respecto a la metrópoli, que sería la Ciudad de México. Me parece que (el mundo indígena) vive como en el siglo 17.
“Hablamos de la desigualdad, pero una desigualdad muy mexicana, muy latinoamericana, que tiene que ver con el aspecto de las personas, que es la desigualdad más descarnada que hay. En otros países la desigualdad es simple-
mente económica y todos pueden aspirar a otras cosas”, explica a detalle el también autor de Los rojos de ultramar y La mujer que tenía los pies feos.
“Pero en México, tradicionalmente, si naces con rasgos indígenas, tendrás muchas menos oportunidades de trascender tu condición que las que podría tener una persona de tipo europeo o más occidental. Me parece que es el gran problema de México y es uno de los motores de la novela”.
Jordi Soler explica que justamente este tipo de desigualdad genera resentimiento de parte del mundo indígena, y en Los hijos del volcán este resentimiento también se ve reflejado en los dueños de la plantación de café.
“Ellos se ven como distintos a los dueños de otras plantaciones, porque en esta historia los Intriago creen que están ayudando a las personas, haciéndoles un bien. Se entienden como dueños de una plantación distintos a los de las
otras plantaciones, porque es una familia de izquierdas que habían perdido la guerra en España, eran del Partido Comunista, y de pronto hicieron dinero y ahora se encuentran en esa posición que ellos consideran injusta.
“Se les ve como los explotadores, como todos los vecinos, que sí que lo son, sin embargo, nunca logran trascender esa condición, ellos quisieran que no los vieran como los explotadores, pero inevitablemente los ven así”, resume.
De visita en México para participar en las Jornadas Pellicerianas, en el estado de Tabasco, Jordi Soler se da tiempo para dar entrevistas y presentar su nueva obra literaria que se suma a otras como La fiesta del oso, Bocafloja y Ese príncipe que fui.
Interrogado sobre la figura del coyote que acompaña a Tiku y que por momentos se convierte en su guía y hasta en su conciencia, el exconductor radiofónico explica –regresando a los datos autobiográficos—que el personaje surgió inspirado en su perro.
“La raíz es quizá mi perro. Tengo muchos paseos por el bosque, ahí donde vivo, en el Pirineo, cerca de la frontera francesa, y cuando estaba escribiendo la novela me veía a mí mismo caminando con el perro.
“También en la novela el coyote tiene un significado bastante explícito, es quien lo guía por el volcán. Cuando Tiku llega tenía un perro que se muere y en cuanto se muere llega el coyote, que ya es parte de ese entorno. Los hijos del volcán al principio no lo quieren porque es un intruso, y el coyote le facilita todo el tránsito por esa zona.
“Yo a veces voy caminando por este bosque con mi perro igual que Tiku y soy muy despistado y sobre todo muy desorientado y normalmente el perro, llegando a un cierto sitio del bosque, me dice por dónde ir, esto me parece admirable y seguramente la relación de Tiku y su coyote está basada en esa experiencia mía, claro”, concluyó Jordi Soler.