Jorge Edwards, El enigma de la vida y el misterio de la escritura

Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931-Madrid, 2023) fue uno de los escritores latinoamericanos más importantes de su generación. “Decano de la novela en Chile”, según Carlos Fuentes, Edwards se dedicó también a la diplomacia y al periodismo. Le rendimos homenaje en este texto. Una de las formas más perfectas de felicidad.

Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931-Madrid, 2023) escribió una frase paradigmática en La muerte de Montaigne (2011) que adquiere significados distintos para diferentes personas: los lectores cambiamos los atributos. En algunos casos es un sentimiento compartido por una pareja. En otros, la soledad resulta fundamental. Se trata de una constante reflexión sobre el sentido de la existencia y, por ende, de la escritura. En su chef-d’œuvre, Edwards narra: “Escribir en el tercer piso de la torre de Montaigne, mirando de vez en cuando el paisaje por los boquetes de las ventanas, paseando, abriendo un libro, bajando a estirar las piernas, a tomar unos sorbos de vino de Castillon o de Saint-Émilion, me parece una de las formas más perfectas de felicidad que puede concebir un ser humano.” Cada consideración posible es luminosa. Siempre he pensado que la frase del escritor chileno significa que en contadas ocasiones la idea de la muerte puede ser vencida por un instante, por un día, por una docena de años. La memoria logra que su disertación resulte asida a lo esencial. La fugacidad de la vida –que incluye la alegría a pesar del dolor– es la clave del planteamiento de Edwards y uno de los ejes de su vasta obra. Desde mi perspectiva, La muerte de Montaigne resulta un texto más autobiográfico que Los círculos morados o Esclavos de la consigna, libros de memorias.

Foto: Especial

Escribir sobre Montaigne, escribir sobre sí mismo

En La gran novela latinoamericana Carlos Fuentes evocó a Cervantes para expresarse sobre Edwards. El autor del Quijote juntó todos los géneros –épica, picaresca, pastoral, morisco– en uno solo: la novela, y le dio un giro insospechado: “la novela de la novela, la novela que se sabe novela, como lo descubre Don Quijote en una imprenta donde se imprime, precisamente, la novela de Cervantes”. Fuentes invocó el antecedente para hablar sobre la obra maestra del ganador del Premio Cervantes 1999, quien desarrolló una multitud de géneros para crear La muerte de Montaigne, pieza literaria inclasificable que oscila entre la narración, el ensayo y la introversión. Edwards desplegó la vida de Michel Eyquem de Montaigne (Saint-Michel-de-Montaigne, 1533-1592), la Historia de Francia en las postrimerías del siglo XVI, la importancia del Renacimiento francés y la política de las grandes potencias.

Para Fuentes, la trascendencia del libro reside en que la vida de Montaigne tiene un lugar rigurosamente descrito. Se refirió a una mansión que no llega a ser castillo, a sus torres y a sus vigas, a sus viñedos, a sus boscajes y a sus trigales. El escritor mexicano afirma que el enigma de la vida es el misterio de la novela. Comprendió que Edwards, al escribir sobre Montaigne, escribió sobre sí mismo, nunca de manera estrictamente autobiográfica, sino como acercamiento a un modelo más complejo. El autor de libros fundamentales como El peso de la noche (1967), Persona non grata (1973), Adiós, poeta… (1990), El whisky de los poetas (1994), El sueño de la historia (2000), El descubrimiento de la pintura (2013), La última hermana (2016), Los círculos morados (2012) –volumen en el que pondera: “ya de joven había considerado la insatisfacción como la esencia y la naturaleza más íntima del talento”– y Esclavos de la consigna (2018) es considerado por el periodista cultural español José Vasconcelos como un memorialista ilimitado, como un autor capaz de alumbrar desde múltiples ángulos lo previamente escrito, como el humanista que en cada libro ofreció distintas revelaciones.

Periodista incansable y lector acucioso

Decano de la novela en Chile –el apelativo es de Carlos Fuentes–, Edwards fue también un ensayista excepcional y un sobresaliente cronista. Escribió miles de textos inscritos en ambas categorías literarias. Fueron sus amigos editores de periódicos y de revistas los que lo invitaron a colaborar en La TerceraLa VanguardiaEl MercurioMundo Diners, La SegundaLe MondeEl PaísCorriere della SeraLa Nación y Clarín, entre otros medios. Narró la aventura en El whisky de los poetas. Durante la escritura para los periódicos se cuestionó: ¿cómo escribir relatos no ficticios a la manera de la ficción? La respuesta se encuentra en la propia gesta del escritor.

“Un periodista chileno encuentra en la Biblioteca Nacional de Francia, detrás de unas estanterías polvorientas”, unas memorias olvidadas hace más de un siglo, cuenta en El whisky de los poetas. Comenzó las crónicas y los ensayos en 1968, después de visitar Cuba, de pasar tres días en la Primavera política de Praga y semanas antes de que comenzara la Revolución de Mayo en el corazón estudiantil de París, en un estudio del barrio de Montparnasse.

En la antología periodística aborda a Julio Cortázar, Isidore Lucien Ducasse –conocido como Conde de Lautréamont–, Michel Eyquem de Montaigne, Henri Beyle –cuyo nombre de pluma fue Stendhal–, Joaquim Maria Machado de Assis, Franz Kafka, Jorge Luis Borges, Pío Baroja, Pablo Neruda, Alexander von Humboldt, Joseph Conrad, Rubén Darío, Oscar Wilde, Alain Robbe-Grillet, James Joyce, Charles Baudelaire, Jean-Paul Sartre, Pablo Picasso, Juan Gris, Vicente Huidobro, Jean Cocteau, Jean Arp, Max Jacob, Walt Whitman, Arthur Rimbaud, Jorge Teillier, Edgar Allan Poe, Gustave Flaubert, Samuel Taylor Coleridge, William Shakespeare, Jules Laforgue, Luis Goytisolo, José Agustín, Ana María Moix, Juan Marsé, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Josep Pla, François Rabelais, Jules Michelet, Victor Hugo, Marcel Proust, Honoré de Balzac, José Donoso, Julian Barnes, William Faulkner, Herman Melville, Martin Heidegger, Immanuel Kant, Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Friedrich Nietzsche, Heinrich von Kleist, Friedrich Hölderlin y Thomas Mann, entre centenares de creadores y pensadores.

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El arte de la memoria

Los círculos morados –el primer libro de memorias del escritor chileno– constituye una extraordinaria meditación sobre el recuerdo: “Memoria cercana frente a memoria profunda. El lente desenfocado produce el misterio, o ayuda a producirlo. Permite que exista el misterio, por lo menos.” Y en Esclavos de la consigna, su segundo volumen de memorias, Edwards escribe: “Miro las cosas con la perspectiva de los años y llegó a conclusiones probables, sólo probables.” La duda que conduce a la reflexión fue un punto cardinal en su trayectoria.Para Edwards, la escritura de sus memorias involucra –entre penumbras y luces– una visión parcialmente desvanecida que atañe a los recuerdos primigenios, de los lejanos terrenos de la infancia y de la juventud, que se asemejan a un eco, a sombras que tienden a disiparse. Supo que la memoria propia o ajena, real o ficticia –sus distinciones son fascinantes–, producen una “vibración” interna. “Toco una nota, un punto sensible del pasado, un nudo, y su resonancia permanece vibrando durante un buen rato”, afirma Edwards sobre el ars memoriae. Brindemos por el escritor chileno, a modo de despedida, con el whisky de los poetas.

Información de Alejandro García Abreu

TAR