José Cantica: las sombras de la ceguera no opacan el amor de un padre

José Cantica: las sombras de la ceguera no opacan el amor de un padre

José Cantica, se dedicó desde la infancia a la albañilería, hasta que las cataratas lo afectaron, hoy vende mazapanes “para que a los niños no les falte nada”

Brian Prado
Junio 14, 2025

José Cantinca camina a tientas por las calles de Toluca, guiado por el amor de sus hijos pequeños y la memoria de rutas que solía recorrer cuando aún veía con algo de claridad. A sus 40 años, ha dejado atrás los días de maestro albañil y vende mazapanes para alimentar a sus dos hijos, sin más herramienta que su voz y la esperanza de encontrar una oportunidad para volver a ver.

José Cantica, se dedicó desde la infancia a la albañilería, hasta que las cataratas lo afectaron, hoy vende mazapanes“.

Las cataratas lo alejaron de los andamios, pero no de su papel como padre. Cada palabra suya revela no solo una pérdida física, sino también una vida marcada por el esfuerzo, la pobreza y el profundo amor por su familia.

A la sombra de un oficio y una infancia perdidos

José aprendió desde niño que la vida se gana con las manos. Originario de Santa María del Monte, en Zinacantepec, desde los 10 años abandonó la escuela para dedicarse a la albañilería. Durante tres décadas trabajó en obras, dirigió cuadrillas y logró construir su propia casa. Sin embargo, hace unos años, su vista comenzó a nublarse.

Las cataratas, agravadas por la falta de atención médica oportuna, lo dejaron prácticamente ciego. Hoy, con 40 años, sobrevive vendiendo mazapanes en las calles de Toluca, con la única meta de sacar adelante a sus dos hijos pequeños.

“Me dedicaba a la albañilería, pero ahora con el problema de los ojos pues ya no podemos y vendemos mazapanes. Mi suegra es la que se dedica a vender y ella fue la que nos animó a eso, lo poco que podemos sacar aquí en el trabajo es siquiera para los niños, para la comida, que es lo más importante. Mis niños tienen 7 añitos y el otro tiene 5”, comentó.

José se expresa con serenidad, pero en su voz hay rastros de preocupación constante. La vista le comenzó a fallar hace cuatro años, cuando tuvo que dejar la obra para buscar otros ingresos.

“Desde pequeño, imagínese, me salí en cuarto de primaria y desde allá para acá me dediqué a la albañilería, nada más tengo dedicándome a lo de ahora como 4 años, que es cuando me comencé a enfermar de los ojos”, relató.
La necesidad lo llevó a cambiar de oficio temporalmente. Encontró trabajo en el desgranado de maíz, una actividad que parecía inofensiva pero que, sin protección adecuada, le provocó consecuencias graves.

“Desgranaba maíz, pero con una máquina, lo metíamos a la secadora y se levantaba mucho el polvo, yo me imagino que de ahí comenzó el problema de los ojos. Salió chamba ahí por Calimaya, mucha gente de por allá, por Avenida Pacífico se dedica a eso y en un rato que no había obra me fui a trabajar ahí como 2 o 3 meses”, explicó.

Ese trabajo fue breve, pero suficiente para encender una enfermedad silenciosa.

“Más o menos como al medio año de que dejé ese trabajo empecé a tener los problemas, por eso yo me imagino que fue por eso porque con la albañilería nunca, también le hacía a la herrería pero ya ve que ahí tienes tu máscara y todo, con el maíz no nos daban nada para los ojos y no había cubrebocas, te ponías ahí un trapo o algo para cubrirte”, señaló.

José recuerda con precisión el día que comenzó a notar el daño.

“Me acuerdo bien, fue un 3 de mayo. Nosotros ahí en el pueblo tenemos la tradición de salir de casa e irnos a comer al monte. Fuimos, hicimos fogata, todo estaba normal y ya de regreso empecé a ver borroso, dije –¡Ah caray! ¡Ya no conozco a la gente!– y también la dejación mía, pensé que era pasajero y nunca me imaginé que llegaría hasta esto”, relató.

Una mirada detenida por la falta de oportunidades

Con la pérdida de la vista, también perdió la posibilidad de trabajar como maestro albañil. Él mismo fue quien tuvo que pedir disculpas a sus patrones y ceder su lugar en la obra a otro trabajador.

“Me quedé sin trabajo en la albañilería, yo tenía a mis patrones pero yo fui el que les dijo que ya no podía trabajar, aunque me marcaban para algún trabajo, les dije que me disculparan y les eché a otra persona que les ayudara y esa persona ahí sigue. Ahora voy a ver qué Diosito dice, voy a seguir intentando checarme los ojos, porque imagínese, luego mis niños tan pequeños”, comentó.

A veces, la oscuridad no solo es física. Es también la incertidumbre, la ansiedad por el porvenir, la tristeza de no poder dar lo suficiente.

“Fue una angustia, y hasta ahorita todavía porque imagínese, voy a un lugar y me pierdo porque ya no veo ni para dónde voy. Sobre todo está la angustia de mis hijos, de aquí a al rato ¿qué va a ser de ellos?. Haga de cuenta que mi papá falleció cuando yo tenía 5 años, mis abuelitos me dieron la primaria pero ya no la pude terminar porque no había lo suficiente, de ahí para acá, me puse a trabajar en la albañilería”, compartió.

La nostalgia le brota cuando habla de lo que llegó a ser. Del orgullo con que conducía una obra, del esfuerzo que le permitió levantar una pequeña casa para su familia.

“Fui subiendo al grado de ser maestro y poder dirigir una obra. Como albañil me iba mejor, por forrar un baño pueden salir 10 mil pesos, ahí me íba administrando y gracias a Dios pude hacer nuestra casita, esta pequeña, pero es para mis hijos. Ahorita hay que trabajarle para salir al día, los únicos días de descanso que tenemos son los lunes, todo es complicado. Ahorita en estos tiempos por las lluvias y en época de calor pues prefieren comprar otras cosas”, explicó.

A pesar de la ceguera, José se levanta todos los días y sale a las calles de Toluca con su bote de mazapanes. Vende lo que puede, guiado por otros o por el hábito de las rutas conocidas. Su objetivo es simple: que a sus hijos no les falte qué comer.

“Es el amor que uno tiene a los hijos, poco o mucho, gracias a Dios si llevamos algo a la casa, aunque sea para que coman los niños. Mi niño el mayor ya va en la primaria, va en primero de primaria y ya ve que son gastos porque piden una u otra cosa, aparte los uniformes y útiles, cuando empiezan”, relató.
Ese amor, dice, es lo que lo mantiene en pie, lo que le da fuerza para salir con un bastón a ganarse el sustento.

“Uno ahora sí que hace hasta lo imposible para que a los niños no les falte nada, de hecho yo vengo desde pequeño, si a mis abuelitos no les hacía un mandado pues no me daban de comer y ahorita mis hijos no quiero que pasen por lo mismo pero ahorita lamentablemente lo de mis ojos me ha detenido demasiado”, señaló.

En busca de una operación y apoyo que aún no llegan

José ha tocado puertas. Ha preguntado en hospitales públicos. Ha pedido ayuda en instituciones. Pero hasta ahora, la respuesta ha sido nula.

“Fui a salubridad y de ahí me mandaron al Hospital San Juan, pero creo me dijeron que ahí no hacen operaciones, no sé si se hayan equivocado, pero me dijeron que ahí no hacen. Quise buscar en México pero pues el dinero y uno no puede dejar de trabajar, con lo que ganamos uno no puede transportarse hasta allá, si nos vamos para allá uno ya no tiene para darle a los niños”, explicó.

La situación económica se lo impide: el pasaje, los estudios médicos, la cirugía… todo parece inalcanzable. Sin embargo, su voluntad se mantiene firme.

“Yo estoy dispuesto a operarme, es lo que más deseo en la vida para poder trabajar, yo siento que todavía puedo regresar a la albañilería para darle más a mis hijos, para que no les falte lo indispensable, eso me gustaría para mis hijos y si hubiera alguna fundación por ahí o cualquier cosilla se los agradecería toda la vida, de verdad”, expresó.

La oscuridad no solo ha sido progresiva, también ha sido cruel. Ya no distingue rostros, apenas reconoce las siluetas de sus hijos cuando lo abrazan.

“Me gustaría dormir, despertar y ver como antes, a veces lo pienso porque si no había chamba en una cosa, me iba a otra. Tiene como un año o más que ya no veo nada y esta cosa va avanzando. Es feo no ver la cara de mis hijos, ya nada más veo la sombra, la silueta, ya nada más cuando me hablan sé que son mis hijos, porque lamentablemente ya no alcanzamos ver”, compartió con voz quebrada.

José Cantinca camina lento, con la vista nublada pero el corazón encendido por sus hijos. Lo mueve el amor, lo sostiene la esperanza de una cirugía, de una oportunidad. En las esquinas, cerca del centro de Toluca, ofrece mazapanes a quien pase. No pide limosna, solo trabajo. Esperando que llegue la luz.

PAT


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