La cabeza de mi padre: de Alma Delia Murillo
Se necesita mucho coraje, otro tanto de valor, una historia personalísima y una prosa maravillosa como la de Alma Delia Murillo para escribir una historia que “alborota muchas emociones” y con la que miles o millones de personas se sentirán identificadas de principio a fin: La cabeza de mi padre, de Editorial Alfaguara.
“Me atrevo a decir que en este país todos somos hijos de Pedro Páramo”, dice la escritora en su más reciente obra, y con su testimonio, el más íntimo de todo lo que ha escrito, nos deja ver, al igual que el personaje de Juan Rulfo, la aventura en la que se embarcó junto con su madre y tres de sus 7 hermanos, en la búsqueda no de Pedro, sino de Porfirio Murillo, y no en Comala sino en un pueblo de Michoacán.
Alma Delia decidió buscar a su progenitor 40 años después de que éste abandonara el hogar, siendo ella una niña, la más pequeña de la familia, y su libro es la historia no solo de la búsqueda del padre ausente, sino del vacío o mutilación con el que ella vivió durante décadas, como han vivido millones de mexicanos.
“Es la historia de muchos. Un poco lo intuía cuando me puse a escribir el libro. Lo intuía todavía menos a lo largo de estos 40 años, sintiéndome mutilada e inadecuada porque no tenía un papá y lo intuía menos porque el tema no se pone en la mesa, porque da vergüenza, es como una especie de estigma social”.
Pero ahora que el libro ha salido a la luz, dice super confirmarlo, más allá de las estadísticas que indican en un cálculo conservador, que al menos 26 millones de mexicanos no tienen padre, o más bien sí lo tienen, pero no lo conocen.
–¿Qué necesita más valentía: escribir un libro como el tuyo o buscar al padre ausente?
“Yo para empezar no soy valiente, mucho peleo cuando me preguntan esto. Soy muy miedosa, lo que sí es que he aprendido a reconocer mi miedo, a vulnerarme incluso. Es como cuando te caes y te ríes, es un poco admitir el miedo, la vulnerabilidad, la vergüenza.
“De todos los que acabo de decir el más difícil es la vergüenza. Cuando tú lo asumes, lo admites, te miras al espejo y dices soy todo eso, como que se te quita el pudor de mostrárselo a los demás.
“Lo que más bien tengo como alguien que escribe es una voracidad de búsqueda. Los escritores buscamos, somos detectives, cazamos historias y yo no me podía quedar sin saber quién era mi padre. El terror más grande era lo que se iba a sentir, pero no podía quedarme sin ella. Se necesita coraje, no sé si valentía, pero sí se necesita un coraje importante para sobrevivir a eso y luego para relatarlo”, explica.
En su novela, la escritora nacida en Neza, al oriente del Estado de México, narra una terrible experiencia vivida en el seno familiar y que marca en definitiva el momento en que su padre deja el hogar. Su hermana mayor se quemó el rostro y el cuerpo con una estufa de petróleo.
-¿La Cabeza de mi Padre no es más que el relato del padre ausente un homenaje a las madres heroicas que sacan adelante a sus hijos?
“No lo sé. Es muy difícil decir que mi madre es una heroína. No quisiera decir eso porque es atraparla, es ponerle un corsé y hacer que ella sea eso. Es casi el relato que han usado los hombres por ejemplo para hacer cosas tan atroces como la guerra. Más bien mi madre fue una madre con una capacidad de resistencia que a mí me sigue pareciendo incomprensible, como la de muchas madres, como la tuya, como la de millones de madres mexicanas.
“Esa resistencia, esa de nunca rendirse y a la vez estar hartas. Mi madre también estaba harta de eso, también por eso llegaba días que soltaba madrazos, lloraba y se sentaba, me acuerdo de ella sentándose a llorar de cansancio.
“Tengo 44 años y si me sientan hoy frente a ese muchacho de 24 años que tenía mi padre cuando mi hermana se quemó, sería muy difícil juzgarlo con dureza, casi entendería que no pudo con todo esto, pero además, hoy que veo a mi madre que sí se quedó y pasó por todos estos vaivenes, digo señora, todos mis respetos.
“Entonces creo que lo que sí es (la novela), es una mirada de estos dos arquetipos para llevarlos al lugar más humano posible”.
El texto de Alma Delia Murillo, escrito apenas en 72 días, que bien podría ser una denuncia por la violencia que ejerce el género masculino al abandonar a su cónyuge y sus hijos, sirve a la autora para denunciar públicamente las otras formas de violencia hacia el género femenino, una bandera que ha hecho suya y que deja patente en muchas de sus colaboraciones periodísticas.
“Llevo un rato, el último medio año, pensando que la verdad es que esto no va a cambiar mientras ustedes los varones no se volteen entre ustedes a incomodarse, no a nosotras, no es que tengan que cambiar con nosotras, ni cuidarnos más, ni darnos consejos.
“Ustedes tendrían que voltear entre ustedes a incomodarse ypreguntar qué estamos haciendo, qué está pasando”.
— Alma, ¿recomiendas a quienes no tuvimos padre presente, buscarlo, ponerle la cabeza a nuestra respectiva fotografía?
“Uff, primero recomiendo que no me hagan caso, pero luego Miguel, pues tengo que decirte que sí, que claro que sí. La única forma es volver a remendarnos, resurcirnos. Es duro, sí, mucha gente me ha dicho: ‘yo no puedo, no quiero, no lo perdono’. Mis hermanos, no todos tienen la misma lectura, no todos quisieron ir, no todos quisieron pagar para el entierro.
“Pero esto qué se siente haberlo hecho… Toda la vida tenía la imagen como si mi pecho fuera un muro y en medio tuviera un boquete, un hueco, y no lo siento más. Es como como si fuera exactamente de este tamaño –dice mientras muestra su libro—, y se afianzó, se acomodó, hay una sensación de completitud.
“Así que si alguien se quiere aventurar a buscarlo, búsquelo, la búsqueda para mí, es un antes y después en la existencia, muy importante”.