La cultura romántica del jurado

Hace poco comencé a ver la serie “El Jurado” (Jury Duty) y no pude evitar recordar el más reciente desaguisado entre las aspirantes presidenciales Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum. Pero primero lo primero: explicar el atractivo de seguir detrás de escena de un juicio parece innecesario, especialmente hoy, cuando el interés en las narrativas de crímenes reales es tan evidente. 

Es muy sencillo; aunque en el centro está el delito y, por tanto, la anticipación de consecuencias muy reales para todos los implicados, la dinámica de “investigar” lo sucedido, escuchar testimonios de primera mano, seguir las actuaciones de los abogados y conocer la opinión del juez La personalidad es, de hecho, una oportunidad de entretenimiento muy privada.

Desde el punto de vista narrativo, es un escenario propicio para explorar rivalidades, desvelar mentiras, exponer egos y, de una forma u otra, juzgar el carácter de personas que, desde la comodidad del sofá, parecen más personajes.

Por eso el ingenio del dúo Lee Eisenberg y Gene Stupnitsky es tan singular. En lugar de simplemente seguir este camino directo y, en este punto, obvio, los dos crearon Jury Duty, un falso documental similar a The Truman Show, que convierte en producto no las minucias de la intimidad de alguien, sino las reacciones de una única persona que no sabe que forma parte de una trama ficticia.

Se trata de Ronald Gladden, un estadounidense absolutamente normal y corriente que aceptó participar en un documental sobre el sistema judicial, mientras formaba parte del jurado junto con otras 11 personas. Por eso, cada día registra declaraciones individuales y colectivas, analizando con mucha naturalidad el avance del proceso en el que una empresaria alega haber sido perjudicada por la negligencia de un exempleado. 

Para Ronald, todo suena muy normal, incluso la presencia del actor James Marsden entre el jurado; después de todo, como era de esperar, se comporta como una pequeña estrella, mientras intenta evadir su deber cívico. Lo que Ronald no sabe, sin embargo, es que todos los que lo rodean (es decir, el juez, el guardia, los abogados, el acusado, el demandante y otros miembros del jurado) son actores, que siguen un guion predefinido, cuyo objetivo es poner a prueba los límites del mundo. 

Se trata de una situación absurda. La sala del tribunal, la sala del jurado, tu habitación de hotel y los espacios habitables están monitoreados por decenas de cámaras, todas ellas acompañadas por un equipo que reacciona en tiempo real para anticipar tus pasos y garantizar la próxima situación cómica. Es decir, forma parte de un reality show, en el que el tótem de la realidad es la simple presencia de Ronald.

Seguiremos en la próxima entrega. Excelente semana. 

DB