La disputa por la nueva hegemonía en México
En los últimos años el crecimiento de las Corrientes progresistas en América latina ha sido identificado como populista, sea por una vieja tradición que distingue a su continente o por la simple y sencilla razón de que no cabía en la descripción de la democracia occidental de corte liberal que ha distinguido a los principales países del mundo moderno. Sin embargo, no todos los populistas son progresistas y cada vez hay más de ultraderecha. Este fenómeno (populismo) al que por tanto tiempo se le concibió como una expresión netamente demagógica, en los últimos años se les han encontrado atributos que permiten señalar que se trata también de un modelo de articulación política que pretende darle voz a quienes no lo han tenido (el pueblo) y en este sentido, resulta pertinente advertir que esta forma de articulación lo que busca en estricto sentido es construir una nueva hegemonía.
Durante décadas el partido que logró articular de mejor forma las expresiones heredadas del nacionalismo revolucionario fue el PRI, su antítesis fue el PAN creado para combatir los excesos presidenciales que denunciaron los padres fundadores del panismo por allá de 1938. Durante 50 años algunos autores la consideraron como la oposición leal y luego de la caída del sistema en 1988 los tránsitologos le otorgaron al PAN, ese peso de estabilidad para que el gobierno del viejo PRI lograra acuerdos con sus aliados de toda la vida, no fue sino hasta 1988 con la disputa de Cuauhtémoc Cárdenas al interior del propio priismo, que una fuerza distinta y naciente de las entrañas del mismo sistema comenzó a disputar el poder con una lógica y alcances que solo ha logrado interpretar eficazmente Andrés Manuel López Obrador (un connotado priista hasta los 90), se trata aunque muchos no les guste de un modelo heredado de los principios posrevolucionarios no hay en su historia ni lo hay en su gobierno un enfoque que lo identifique como líder de izquierda, una cosa es que él se venda en el discurso como tal y otra sus principales líneas y programas de gobierno.
El asistencialismo aunque usted no lo crea, también puede ser una forma de neoliberalismo, pues renuncia a la función del estado con el único propósito de lograr apoyo popular aunque el costo para el gobierno se incremente en plazos muy breves y no termine de corregir las enormes disparidades sociales que le tocó heredar de ahí que muchos de estos partidos y liderazgos ubicados en esta lógica del poder, necesiten más de un periodo para lograr los cambios que ofrecen durante sus campañas. Lo que se debate en la elección presidencial de este año es justamente el modelo de país que dio origen al rompimiento ya comentaba en los 80. En aquella ocasión el magistral libro de Carlos Ttello y Rolando Cordera; “La disputa por la nación”, daban cuenta de ello daban cuenta de ello. Hoy el dilema parece ser distinto, la disputa por la hegemonía no se está dando entre el PRI y morena, esa ya la perdieron los primeros al inicio de este gobierno. No la nueva disputa está entre una derecha que no termina de reconocerse como democracia cristiana y un frente que confunde a todos sus electores al involucrar al triunvirato que dio la suficiente estabilidad al pri para mantenerse en el poder al menos los últimos 30 años. Así parece que lo nuevo parece volver al pasado.
Los mexicanos de hoy y quizá el porcentaje más grande de los electores que provienen de esta larga transición se enfrentan a sí mismos, a sus dudas y a sus propios errores, pues fueron ellos quienes depositaron a 3 partidos distintos en 3 episodios diversos, su confianza, pero que al final de una generación pueden afirmar que todos son iguales. Ese es el mayor reto que enfrentan las candidatas a la presidencia, desentrañar la enorme apatía que provocan estas elecciones entre ese importante segmento de la población que no se termina de identificar con morena, que no son beneficiarios de sus programas sociales o que por sus propias condiciones socioeconómicas, se ubican más en las alas conservadoras de nuestro país, no hay que menospreciarla, durante décadas los mexicanos se autoubicaron en un centro ideológico que parecía ser el espacio cómodo para todos, pero que hoy con la creciente polarización no deja espacio para zonas grises.
La polarización acelera el conflicto y lo que no se alcanza a ver hoy en las encuestas, puede salir a relucir en las próximas semanas. Ya hay como en el 2006, diversas campañas en redes sociales que están articulando de mejor forma el voto opositor que lo que hace la propia Xóchitl Gálvez y los partidos que la prohíjan. Ese movimiento ya es visible y de nota el malestar de un segmento importante de la población por el incumplimiento de las ofertas que durante 5 años ha repetido el presidente, una y otra vez. El crecimiento de la oposición no vendrá en esta ocasión de los partidos políticos, que resultan ajenos y le generan desconfianza a los jóvenes identificados como millennials y sobre todo a la “generación x”que ya han visto pasar de todo sin que pase nada. Allí está el gran dilema de esta campaña, una oposición ciudadana construida desde las redes sociales y al margen de los partidos políticos, frente a la incapacidad de sus políticos por articular el descontento y la desilusión que ciertamente hay en contra de este gobireno. Quién logre procesar de mejor forma este incipiente movimiento, tendrá mayores posibilidades de triunfo y no es seguro te lo consiga Xochitl Gálvez, al menos no por el momento.