En la cena de Navidad, platicando con mi familia, comentábamos que desde que llegamos a Nezahualcóyotl siempre hemos vivido en la colonia Metropolitana. Mi madre recordó que primero vivíamos sobre la calle Flamingos; luego, seis años más tarde, nos ubicamos en la calle Escalerillas; y yo, que recuerdo, siempre he vivido en Hombres Ilustres. Tenía cerca de 16 o 17 años cuando, de esta curiosa forma, comprendí la esencia de lo que era el origen provinciano de Ciudad Nezahualcóyotl.
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Un diciembre con tres novias y tres celebraciones
Les platico, desde chamaco fui muy noviero y por esa época tenía yo tres novias al mismo tiempo, en la misma colonia y las tres en verdad muy guapas; Estela era de Guadalajara, Eréndira de Zamora, Michoacán, y Emma una preciosa oaxaqueña, del Istmo. Yo me las ingeniaba para ver a las tres sin que ninguna se diera cuenta de las otras dos, pero una vez si que me vi en aprietos, porque las tres me invitaron el mismo día 12 de diciembre a sus respectivas casas para asistir a tres fiestas distintas, por la mañana Emma me esperaba en el bautizo de su sobrino, en la tarde Eréndira festejaría las Bodas de Plata de sus padres y por la noche la hermana de Estela cumplía 15 años, ¡todo el mismo día de la Virgen de Guadalupe¡ Y como no hay fecha que no se cumpla.
En la cena de Navidad, platicando con mi familia, comentábamos que desde que llegamos a Nezahualcóyotl siempre hemos vivido en la colonia Metropolitana. Mi madre recordó que primero vivíamos sobre la calle Flamingos; luego, seis años más tarde, nos ubicamos en la calle Escalerillas; y yo, que recuerdo, siempre he vivido en Hombres Ilustres. Tenía cerca de 16 o 17 años cuando, de esta curiosa forma, comprendí la esencia de lo que era el origen provinciano de Ciudad Nezahualcóyotl.
Viaje gastronómico por México sin salir de Neza
Esto acompañado de un chocolate espeso, espumoso, típico de la región del Istmo, me eché un par de tamalitos envueltos con hojas de plátano y enseguida un plato con pollo en mole coloradito, ¡riquísimo! Para la tarde va a haber amarillito me dijo Doña Eustolia – mi suegra – así que no se me llene mucho, al tiempo que me pasaba una tlayuda con crema, ¡y no dejes de probar el manchamanteles! agregó Emma, nadie lo hace como mi tía Ernestina, que se vino desde el pueblo sólo para prepararlo. También están las quesadillas de asiento ¡ah! y de plato fuerte el mole negro con ajonjolí, les juro que nada más de oler y ver tantas cazuelas y ollas de barro rebosantes de exquisita comida, se me abría el apetito otra vez. Lo que sí me tomé fue un agüita fresca de chilacayote y no dejé de probar la nieve de sorbete, también había de leche quemada y de sabrosa tuna, pero mi estómago no daba para más.
Creo que me veía muy mal porque Don Efrén – mi suegro – me llamó aparte y me dijo: “Órale joven, con esto se va a sentir mejor. Échese un traguito de este mezcal, está buenísimo, puro gusano rojo, lo mero bueno…” Esa fue la primera copa de alcohol en mi vida, y debo confesar que no me disgustó, además –en efecto– de hacerme sentir mejor. En eso, vi que ya era tardecito, y aprovechando el barullo que se armó cuando llegó una banda de viento traída para amenizar la fiesta, me salí corriendo y dando vuelta a la cuadra llegué a la casa de Eréndira.
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De Michoacán a Jalisco: La travesía continúa
Entré y apresurado saludé y felicité a Don Enrique, –mi otro suegro, quien de inmediato me invitó a sentarme y me ofreció ¡una charanda, para abrir el apetito! Chiquita, me dijo, porque está usted muy joven para el trago, y aunque me sirvió poquita, la verdad sí me medio mareó, pero ya de rato le entré con hartas ganas a la botanita de queso Cotija, a los taquitos de pepena y a los uchepos de elote tierno. Las corundas de frijol ya no las pude probar porque en ese momento Eréndira me llamó y me pasó directo a la mesa ofreciéndome de todo. Muy entusiasmada me dijo: “Hay caldo michí y pescadito blanco, ayer lo trajeron de Pátzcuaro, o prefieres carnitas, las hicieron estilo Quiroga, con chilitos curados”. Yo tomé una decisión inteligente y le dije encomendándome al dios de la Gula: “¡Tráeme un poco de todo!”.
En verdad que sólo Dios sabe cómo fui capaz de llegar hasta el postre, ¡claro! chongos zamoranos. Por ahí y como no queriendo la cosa, probé también la nieve de limón y también la de fresa porque Eréndira me insistió en que la trajeron de mero Tocumbo, la tierra de las mejores nieves. Así que al sabor de las nieves nos pusimos a bailar y cuando sonaban Caminos de Michoacán y Juan Colorado la concurrencia se alborotó y yo recordé el otro asunto que tenía pendiente. Así que escabulléndome como pude de Eréndira, y escondiéndome de Emma que había salido a la calle a traer unos refrescos, caminé tres cuadritas en donde ya se escuchaba el mariachi tocando en la casa de Estela.
Entré y todo el patio estaba adornado con globos azules y rosas. Estela me recibió y luego a su papá: “¡Mucho gusto muchacho! Me llamo Eraclio Plasencia” –dijo–, al tiempo que me extendía un caballito de esta… “salgo alcohólico” –pensé–. “Me lo traen de Arandas, es tequila reposado. ¡Salud muchacho, bienvenido!”. “Ay Dios” –dije– “ah… pues está muy bueno señor, muchas gracias” –contesté–. En eso Estelita me jaló del brazo y me llevó para el patio después de zangolotearnos en donde todos los invitados bailaban al ritmo del mariachi. Un rato me dijo: “¿Ya tienes hambre? ¿No quieres cenar?”…
Resignado me dejé conducir a la mesa donde había birria de chivo: “¡Come de lo que quieras!”, me sonreía Estela. Ya me esperaban el menudo blanco, el pozolito y una sabrosa… Así que no habiendo de otra, con valentía le entré a la birria. Estaba sabrosísima, bañada en salsita roja. Probé un poco de menudo y me despaché dos jarritos con tepache. El postre era dulce de arrayán y a escondidas me guardé una jericalla para almorzarla al otro día.
Ya entrada la noche me despedí de Estela y de sus padres –ah, y de la quinceañera–, y con la panza a reventar me regresé a casa. Esa noche apenas y pude dormir… me quedé pensando con un grato sabor de boca, en el recorrido geográfico – gastronómico – cultural que había hecho sin salir de mi cuadra. Sí, amable lector, esto sólo es posible en mi querido Nezahualcóyotl, un crisol de costumbres, tradiciones y cultura traída de todas partes, por gentes que de todos lados –Veracruz, Colima, Chiapas, Puebla, Sonora, en fin, de todos los estados– llegaron para mezclarse y fundirse en un solo Nezahualcóyotl, pero lo mágico es que nadie pierde su esencia, su origen, ni su identidad… Bueno, ya estuvo suave de recuerdos, y a mí ya me dio hambre. Creo que me voy a echar otro taco de cochinita pibil, porque Edna mi esposa, que es yucateca, la nadie, ya está hablándome, y como todos saben: a comer y a la cama, nomás una vez se llama…
Con información de Germán Arechiga Torres
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