La IN-justicia mexiquense

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Hay una visión extremadamente maniquea, por no decir que netamente política, de lo que es la administración de justicia en este país y de la cual el Estado de México no está exento; consiste básicamente en entender como un criterio de eficiencia las sentencias condenatorias.

Desde esta lógica no importa lo que haya ocurrido o quién haya sido el responsable de un crimen, mientras un juez dicte una sentencia condenatoria, en la estadística nacional y el imaginario colectivo, se ha cumplido y se ha hecho justicia. Nada más alejado de la realidad.

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En muchos casos, incluso, es el comienzo de una injusticia mayor: la del Estado contra los individuos, la de la sociedad contra las familias. En la entidad, hay una enorme cantidad de sentencias, en todos los ámbitos de la ley, plagadas de irregularidades.

He visto casos en lo familiar donde un juez, porque le cayó mal uno de los progenitores, entrega la custodia de los menores al que menos oportunidades puede brindarles sin importar su bienestar, otros donde el juez reduce la pensión, sin justificación.

Padres y madres que batallan todos los días, unos por tener la custodia para recibir dinero sin trabajar, otros por recuperar la cercanía y el derecho a educar a sus hijos; casos en los que los jueces deciden por gusto, dinero o cercanía. Los propios abogados los identifican así.

Igual de terribles hay otros muchos, muchísimos casos, más de los que el Poder Judicial y la propia Fiscalía estatal estarían dispuestos a reconocer, en los que un hombre es detenido y presentado ante un juez y aún con toda la evidencia de su inocencia, es sentenciado culpable.

Conozco de primera mano el caso de Mauricio (nombre real): un hombre honesto y trabajador, cabeza de familia al morir su padre, con la responsabilidad personal y legal del cuidado de su madre, acusado de un asesinato que se cometió mientras estaba en casa con su familia.

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Mauricio fue sentenciado culpable. No valieron los testimonios familiares, ni la evidencia que demostraba su inocencia; valió más el testimonio de una persona que ni siquiera pudo reconocerlo. Su caso como el de muchos queda en el anonimato y la impunidad.

Ha recorrido, básicamente, todas las instancias; su familia ha hecho lo que ha podido y más para pagar amparos, abogados (algunos con muy poco sentido de la ética que solo les pedían dinero y jamás actuaron), trámites y lo que sea necesario para demostrar su inocencia.

De un plumazo de juez, toda la familia se desintegró. Solo una hermana, Olga, se mantiene al pie del cañón haciendo lo que sea para ayudar a su hermano a salir del lugar en el que injustamente fue encerrado.

Para colmo de males, Mauricio fue quien quedó legalmente a cargo de la tutela de su madre quien no puede recibir la pensión del Issemym que le dejó su esposo al morir porque él, y solo él, es quien tiene la representación legal. Desde prisión es imposible hacer el trámite.

No solo no hay justicia, los actos de injusticia se acumulan en racimo: No hay justicia para Mauricio, acusado y sentenciado por un crimen que no cometió; tampoco la hay para su madre quien no puede acceder al recurso que su esposo le dejó pero tampoco la hay para la víctima, cuyo asesino sigue en libertad sin pagar castigo por el homicidio cometido.

Dos criminales caminan por las calles en libertad: el asesino del crimen que se le acusó a Mauricio y el juez que, pese a toda evidencia de inocencia, se limitó a leer el expediente (en el mejor de los casos, quizás ni eso) y decidió que Mauricio pagara para cumplir una cuota política de sentencias condenatorias.

¿Cómo se habla de justicia con familias como la de Olga y Mauricio? ¿Cuántos jueces caminan por las calles exhibiendo sus bien remunerados cargos sabiendo que no han actuado correctamente y que además permanecerán impunes y sin castigo por sus fallos?

Hace unos días se mencionó que la Ley de Amnistía ya dio lo que tenía que dar y debe ampliarse a más casos. Es cierto, los injustamente presos son demasiados y sus historias se cuentan por montones en las prisiones donde la justicia solo es una palabra hueca y sin valor.

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