La muerte tiene cara de migrante

“Todo mundo sabe que los migrantes se mueren en la franja fronteriza de Estados Unidos, no es secreto, nada más que a nadie le importa”, asegura un hombre identificado como El Profeta en el libro Amarás a Dios sobre todas las cosas (Tusquets, 2013), del escritor Alejandro Hernández. El texto es producto de una larga investigación de cinco años que llevó al también periodista a recorrer las diferentes rutas que toman los miles de migrantes que viajan desde Centroamérica hasta la tierra prometida: Estados Unidos. 

Durante un lustro Alejandro Hernández entrevistó y convivió con decenas de migrantes y centró su historia en los hermanos Walter, Wilbert, Waldo y Wilberto Milla Funes, hondureños que buscan llegar a la Unión Americana pero que en su calidad de indocumentados son protagonistas en México de robos, vejaciones, hambre, persecución, tortura, secuestro y asesinato. Incluso, Walter, fue uno de los 72 migrantes que fueron hallados muertos en un rancho del municipio de San Fernando, Tamaulipas, en 2010. 

El libro describe el infierno que viven día a día miles de migrantes, algunos de los cuales no alcanzan a acercarse a la franja fronteriza de la que habla El Profeta, es más, ni siquiera logran salir de la frontera sur, como ocurrió el pasado jueves con quienes tuvieron la desgracia de viajar en la caja del tráiler que se volcó antes de llegar a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, y que dejó más de medio centenar de muertos. 

La diferencia entre lo que narra Hernández en su novela testimonial y lo ocurrido la semana pasada en tierras chiapanecas solo es el espacio y el tiempo en que pasan una y otra historias. El resto es una copia que tiene como común denominador la miseria, el abuso y la desgracia que caracterizan la vida de los migrantes que buscan mejorar tan solo un poco la calidad de vida que tienen en sus países de origen. 

Ningún programa gubernamental financiado con recursos propios o de países u organismos internacionales tendrá posibilidades de éxito si antes no se arranca de raíz la corrupción enquistada en las instituciones y personal que atiende el tema migratorio. Porque la pregunta que más se repetía en las redes sociales el día de la tragedia de Chiapas era ¿y los retenes migratorios no vieron o no se dieron cuenta de que decenas de indocumentados venían hacinados en ese camión?, ¿cuántos retenes había cruzado ese tráiler sin que nadie se diera cuenta de a quiénes transportaba? 

La Fiscalía General de la República decidió atraer el caso por tratarse de una vía de comunicación federal donde ocurrió el trágico accidente. En sus primeros informes se detalló que el tractocamión está registrado a nombre de “Autotransportes Río Blanco” en Chiapas y la caja a nombre de “Z Transportes, S. A.” del estado de Veracruz. Los dueños de esas empresas tendrán que responder a la autoridad, pero también será importante que los funcionarios de las dependencias vinculadas con el accidente sean llamadas a cuentas y se aplique un castigo ejemplar que por lo menos haga pensar a otros antes de abusar de la ya de por sí desgraciada vida de los indocumentados. 

México fue señalado durante muchos años como víctima del maltrato, vejación y humillación de la que eran objeto los connacionales que cruzaban el Río Bravo. Hoy, el país está en la mira mundial, por el trato que se otorga a los migrantes que buscan alcanzar la frontera norte. Mucho hay que hacer para no pasar a ser ahora los victimarios. 

Twitter: migueles2000 

Comentarios: miguel.perez@estadodemexico.jornada.com.mx 

ASME