México tiene hoy a una mujer al frente del Poder Ejecutivo, cada vez más universidades son encabezadas por rectoras, representamos 51.7% de la población y en los últimos cinco años hemos aumentado la participación en actividades económicas de 41.3% a 43.6%, por no hablar de las jefaturas femeninas que representan 32.6% de los hogares de este país… y sin embargo para la mayoría de las y los integrantes del Congreso de Chihuahua, aún no merecemos ser nombradas.
La “sincronía de lo asincrónico” (Gleichzeitigkeit des Ungleichzeitigen), puede ayudarnos a situar esta inercia ante algo que como proceso social parecería un paso lógico: las mujeres existimos, participamos, somos por y desde nosotras mismas y por lo tanto merecemos un lugar propio en el campo del lenguaje.
Pese a todo, ejemplos como el del mencionado congreso, ponen sobre la mesa le inercia en “mentalidades” desde las que pesa más lo que se considera como “el uso correcto del lenguaje” que el derecho fundamental de las personas a ser nombradas, a tener un lugar propio en las palabras y a ser referentes de la construcción de significados.
Parece ser que se olvida, que el lenguaje es una construcción cultural, histórica y cambiante, que refleja no sólo las estructuras gramaticales sino el pulso del cambio social. ¿En qué radica la defensa de un supuesto purismo o una clausura dogmática en un mundo que se muestra cada vez más complejo pero también más diverso y con ello más amplio en significantes?
Como lo enarbola Monique Wittig “El acuerdo básico entre los seres humanos, de hecho lo que los hace humanos y los hace sociales, es el lenguaje”, ¿por qué tendríamos las mujeres y la multiplicidad de identidades estar excluidas de ese acuerdo fundante?
La realidad social –las realidades– van mucho más allá del modelo heteropatriarcal en el que “el hombre” es la centralidad de lo que se nombra. No olvidemos que “las palabras nos dicen” y por lo tanto, la lengua debe reflejar los valores de un mundo –que por lo menos a nivel del discurso– busca valorar la multiplicidad de experiencias, identidades, costumbres, prácticas e historias que constituyen la complejidad de la experiencia humana.
Como lo enarbola Monique Wittig “El acuerdo básico entre los seres humanos, de hecho lo que los hace humanos y los hace sociales, es el lenguaje”.
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