La vida detrás de la máscara artesanal de Tenancingo

La vida detrás de la máscara artesanal de Tenancingo

Don Hilario Bautista ha pasado más de tres décadas dando forma a rostros que no son suyos.

Brian Prado
Junio 28, 2025

En un pequeño taller de madera, rodeado de pinturas, lijas y moldes, Don Hilario Bautista ha pasado más de tres décadas dando forma a rostros que no son suyos. Es mascarero artesanal en San Pedro Tejalpa, un poblado del municipio de Tenancingo, Estado de México, donde mantiene viva una tradición que mezcla el arte, la religión y la identidad popular.

El oficio, cuenta, lo aprendió viendo a su padre. Desde entonces, tallar máscaras para fiestas patronales, danzas tradicionales y carnavales se convirtió en su manera de ganarse la vida y de preservar una forma de expresión comunitaria que resiste al paso del tiempo.

“Una máscara buena se tarda de dos a tres días en salir, y eso si ya tienes práctica. Primero hay que escoger bien la madera, que no esté verde ni rajada, luego marcar el dibujo, tallarla, lijarla, ponerle las facciones, pintarla y barnizar. No es nada más cortar y pintar, cada máscara tiene su chiste y su carácter”, explicó Don Hilario mientras sostenía una de sus piezas con forma de diablo.

Máscara artesanal de Tenancingo hechas de madera

La mayoría de sus máscaras están hechas con madera de copalillo o jonote, por ser ligeras y fáciles de tallar. Algunas representan personajes como los viejos, los moros, los diablos o los tlacololeros, y cada una tiene un propósito dentro de las danzas tradicionales de la región sur del estado.

“No todas las máscaras son iguales, hay unas que son para espantar, otras para hacer reír, otras para asustar a los niños. A mí me gusta mucho hacer las de diablo porque llevan muchos detalles: los cuernos, los dientes, la lengua. Y los danzantes quieren que se vean bien, que llamen la atención en la fiesta”, mencionó.

Lo complejo es que se acople al rostro

Para Don Hilario, una de las partes más complejas del proceso es lograr que la máscara se acople al rostro de quien la usará. Dice que es lo que diferencia una buena máscara de una decorativa. La función principal, recuerda, no es adornar, sino permitir la danza.

“Una máscara no puede ser ni muy pesada ni que te apriete. Tiene que dejarte ver, oler, moverte. Si no, el danzante se cansa o se marea. Por eso se tiene que probar, ajustar, y a veces hasta forrar por dentro. La gente piensa que son solo para colgar, pero la mayoría se hace para el baile”, comentó.

Actualmente, su clientela está compuesta por danzantes, grupos culturales y algunos coleccionistas. Aunque reconoce que las ventas han bajado en los últimos años, no piensa dejar el oficio.

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