Lenguaje inclusivo

Considero que quienes abogan por el lenguaje inclusivo tienen un espíritu reaccionario y posiblemente noble en principio, porque intentan visibilizar a la mujer en el terreno del lenguaje. Sin embargo, la lengua no es sexista; lo son quienes interpretan una norma establecida.

Ahora bien, quienes son los depositarios del dominio del ejercicio lingüístico son justamente los hablantes. Ante habla y escritura, es más importante el habla, que está en constante mutación.

La Real Academia Española de la lengua, periódicamente, realiza revisiones para adecuarse a los nuevos tiempos que vive la comunidad lingüística española. Así, se reúne con las academias de la lengua de Hispanoamérica para proponer reformas, adiciones, nuevos usos, abrogaciones. Aceptan nuevos términos, acuñan palabras, castellanizan neologismos, en fin. Nunca sobra el trabajo. 

Creo que el problema sustancial, la invisibilidad de la mujer, su posición de orfandad frente al patriarcado omnipresente en todas las actividades humanas va más allá de aceptar su inclusión en el lenguaje.

Todo se trata de una cuestión política. Es imposible, por tanto, seguir adelante si no nos ponemos de acuerdo en qué dirección queremos avanzar.

Pero seamos sinceros: ninguna sociedad del mundo se ha puesto de acuerdo completamente en toda la historia de la humanidad. Por ello existen las guerras, las luchas por el poder, ya sea económico, político, religioso y ahora, el tema que nos ocupa, la cuestión de los roles de género. 

Cualquier hablante es depositario de su propio horizonte de expectativas, sus costumbres y tradiciones, en fin, su visión del mundo. Y tiene la soberana voluntad y albedrío para utilizar la lengua española como le venga en gana, ya sea de manera consciente o inconsciente. 

Desde luego que el uso de la lengua, aunque libre e independiente en cada hablante, está subordinada a la aceptación social. Es lo que Saussure decía como convención y normalidad de las reglas lingüísticas que rigen un conjunto estructurado, como es la lengua. Pero la humanidad ha demostrado que siempre es posible moverse hacia adelante, evolucionado la forma en que nos comunicamos.

Por ello existe esa maravillosa disciplina llamada filología y las etimologías, que despiertan admiración por las mutaciones que ha sufrido históricamente nuestra lengua cervantina.

Así pues, cada quien es libre de utilizar neologismos como todes o incorporar los géneros aun cuando no sea necesario por el masculino neutral. Lo importante, y eso decía Jakobson, es que el mensaje sea enviado e interpretado correctamente por el destinatario o receptor.

Las condiciones culturales muchas veces interrumpen, descontextualizan o nulifican la intención lingüística, que a mi modo de ver las cosas es la comprensión. Desde luego que en el trasfondo, la verdadera intención del acto comunicativo es la persuasión, pero eso ya es un tema de poder político. Dicen los verdaderos estudiosos de la ciencia política, que la política es la gestión de las diferencias. 

Nadie tiene la razón ni nadie está equivocado. Sí, es necesario seguir creando políticas igualitarias, pero no por moda ni por imposición de grupos emergentes que defienden derechos pisoteados.

Pero debemos ser cautelosos y caer en la cuenta de algo sustancial: ninguna política dejará contentos a todos. 

De esta manera, el lenguaje inclusivo puede o no formar parte eventualmente del diccionario de la Real Academia Española de la lengua (en lo personal creo que tardaremos muchos años en presenciar la mutación del conservadurismo a una posición más liberal), pero en la práctica veremos las dos posturas en ejecución: aquellos que hablarán con los términos todes y aquellos que seguirán defendiendo las convenciones lingüísticas. En todo caso, lo más importante es que la sociedad aprenda a respetar a los hablantes. Si entendimos, entendimos. 

DB