La anunciación de la despedida, suele inundar la mirada con gotas de saliva nunca entregadas, podrían ser besos no dados, suspiros cuajados.
En esta ocasión la música de fondo era de los Smiths, escuchábamos “Please, please let me get what I want”, y tú te despedías largamente de mí, decías que era momento de hacer cambios en tu vida y que esta relación ya no era lo que necesitabas, que si te sentías incompleto, que si te estabas dando a medias, y no sé cuántos pretextos más.
Tus palabras como eco en mi cabeza… “Esta relación”, y yo preguntándome con una mezcla entre confusión y estupidez ¿Cuál relación?, no se supone que esto era un simple free… una amistad que daba derecho a encuentros fortuitos, ¿En qué momento le pusiste una etiqueta? y peor aún para mí, ¿Cuándo dejé de darme cuenta de lo que estaba sintiendo por ti?
Y es que el que mucho se despide… pocas ganas tiene de irse y tal vez muchas, pero muchas de venirse, de entregarse, de vaciarse y es que ya lo dijo el poeta “No hay lugar a donde yo me vaya o en donde yo me venga mejor que tu cuerpo” y si ese cuerpo del que hablamos era el mío, ¿Por qué negar la caridad a un desposeído?
Tu mano acariciando la mía y yo sintiendo mis dedos como los pétalos de una margarita en pleno proceso de deshojamiento: -“me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere…” Mis alas en el suelo como las de una mariposa lisiada y todo por causa de tus palabras… “Esta relación…” ¿Cuál de ellas? ¿La de amistad, la de complicidad, la de cachonderia, la de camaradería, la de amantes? Cuando deshojamos mariposas en lugar de margaritas… ¿será que aún preguntemos? ¿Me quiere, no me quiere?… y ¿realmente desearemos conocer las respuestas?
Mientras lloraba en silencio tu partida inminente, (tampoco se trata de dar tus lástimas al desprecio, diría mi abuelita con sabiduría), desnudando para ti mi alma y mi cuerpo, escuché como me decías mientras el vestido caía al suelo: “Nunca podré amar a ninguna otra mujer, eres el amor de mi vida…” y después te desvaneciste en una nube de humo de cigarro que inundó la habitación, y me nubló la vista. En espasmos violentos debajo de ti, buscaba volver a escucharlo completo: “nunca podré amar a ninguna otra mujer”, pero lo que me invadió fue tan contundente que no acerté a escucharte más y cerré los ojos para no pensar.
Nos besamos lenta y pausadamente como si quisiéramos detener el tiempo en modo infinito, me tocaste toda el alma, llegaste a donde solo tú sabes hacerlo, y de repente sonreíste como si nunca me hubieras visto y cuando te pregunté por qué, pusiste cara de acertijo… Esa no era la respuesta correcta… Una mujer necesita romance de vez en cuando para no sentirse sórdida y superficial, una mujer requiere un príncipe azul, aunque a veces se enlode el alma mientras entrega la piel.
Mirarnos, desearnos, disfrutarnos, compartirnos, qué delicia tomar la decisión de darse así, de dejar de ser dos para fusionarnos y que el segundo que dure ese choque sea fascinantemente eterno.
El ataque epiléptico que anuncia una visión compleja de la vida, de la verdad… el orgasmo, el tuyo el mío y el sincronizado, nos convierten en seres humanos, en seres alados…
A pesar de mis esfuerzos por mantenerte interesado, llego el punto en que soñando con las estrellas de tu pecho… busqué el cielo y encontré el infierno… (¡Ah, qué intensa!) y, sin embargo, no hay algo que pueda reprocharme, y no me arrepiento, esa “relación” de verano fue algo inconcluso e intenso.
Cuando los espasmos terminaron encendí la luz, y me encontré con las telarañas de mis miedos en la ventana…volví a apagarla, como apago con pasión mi indefensión, mi declaración humana.
Y es que todos los muertos huelen igual: a culpas pasadas por agua y sal… De repente ya ni con loción podía quitar de tu piel ese aroma a culpa pasada, a reproche y se volvió insoportable al punto de que cuando por fin decidiste retirarte yo ya me había ido hacía tiempo.
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TAR