Campanas, dinero escondido, santos intercambiados son algunas de las leyendas de Tepotzotlán

Campanas, dinero escondido, santos intercambiados son algunas de las leyendas de Tepotzotlán

Campanas, dinero escondido, santos intercambiados son algunas de las leyendas de Tepotzotlán

A través de las narraciones orales, la preservación cultural del pueblo permanecen en el arraigo e identidad de la región.

Redacción
Septiembre 7, 2025

En todo el territorio de Tepotzotlán; barrios, pueblos y comunidades, las campanas de la parroquia de su localidad marcan el ritmo cotidiano del transcurrir de la vida.

Las vibrantes voces de bronce inician el día, al amanecer y le indican al sol el momento en que debe ocultarse. El doblar de las campanas anuncian al pueblo el momento en que alguien ha emprendido otro camino, la culminación de esta; por el contrario, su alegre repicar anuncia que en el lugar están de fiesta o celebración.

La sierra de Tepotzotlán es la columna vertebral del municipio y se cree que sus cerros, que semejan jorobas, originaron su nombre. Tepotzotlán, en náhuatl, significa “donde abundan o entre jorobas”.

El Barrio San Vicente se localiza en las faldas de la imponente Sierra de Tepotzotlán, es un lugar donde predomina el aire de montaña, con cielos transparentes, abundante vegetación; aquí, todos los vecinos se conocen.

Es parte del pueblo de Cañada de Cisneros, el que a su vez conforma junto con San Miguel Cañadas, Santiago Cuautlalpan, Los Dolores, Arcos del Sitio y Santa Cruz, la zona llamada Pueblos Altos de Tepotzotlán.

Es una región rica en tradiciones, gastronomía ancestral y sobre todo leyendas o historias, como les llamamos acá.

Las historias de don Ramón

Don Ramón es un noble anciano de mirada franca y sonrisa cautivadora, es un narrador ameno de las historias que, a través del tiempo, su ancestral memoria ha atesorado; nada más es de decirle: don Ra, cuéntenos una historia y entonces hay leyendas para toda la noche.

Cuenta don Ramón, que un amigo suyo del barrio, soñó que un muerto le decía que buscara un tesoro, que estaba escondido en la sierra, pero también le dijo que no era para él.

Intrigado, le contó el sueño a su compadre y juntos decidieron ir por el fabuloso tesoro.  Encontraron el lugar indicado y empezaron a cavar, de pronto la pala topó con algo; inesperadamente se encontraron con un esqueleto que estaba aferrado a un enorme cofre; después del gran susto intentaron quitarlo, pero por más que se esforzaban no se podía, y el cofre se hundía más en la tierra. 

Decepcionados volvieron a tapar todo y por la noche le platicaron a un tata su aventura, este les respondió:

—En efecto, como te dijo el ánima, el tesoro no es para ti, es para tu compadre y el esqueleto que encontraron es del desdichado guardián del tesoro.

— ¿Guardián? ¿Cómo es eso? 

Sorprendidos, preguntaron los compadres.

—Durante la bola, expresó el anciano.

— ¿La bola?, preguntaron al unísono los buscadores.

—¡La revolución, pues! Los carrancistas asolaron esta región, robaban, mataban, violaban y hacían lo que se les viniera en gana; por ello los habitantes escondían a las jovencitas en pozos, cuevas o les daban un carrizo, el que usaban a manera de tubo, para respirar bajo el agua, entre los carrizales de las pozas de los ríos o lagunas. Pero sus presas favoritas eran las haciendas, donde robaban caballos, ganado, armas, municiones, comida y sobre todo joyas y dinero; por eso los hacendados en cuanto recibían la noticia de que los revolucionarios empezaban a merodear por la zona, resguardaban sus valores en grandes baúles o vasijas de barro y los enterraban en sitios de difícil acceso en la sierra de Tepotzotlán, explicó el sabio hombre y continuó.

—Esos hombres se hacían acompañar de un peón de máxima confianza, el que cargaba y enterraba el baúl o las vasijas, cuando terminaba de acomodar la valiosa carga en su féretro de tierra, y digo féretro, porque el hacendado le preguntaba que si estaba dispuesto a no decirle a nadie dónde estaba el tesoro y que si se comprometía a cuidarlo; cuando el desdichado decía que sí, el patrón lo asesinaba a balazos, quedando su cuerpo abrazando el gran tesoro. De este modo, el ánima del peón quedaba condenada a cuidar el tesoro por toda la eternidad, acto seguido el hacendado enterraba al infeliz con todo y tesoro. Por eso, encontraron el esqueleto aferrado al baúl y no lo pudieron quitar, ya que está condenado a cuidarlo, muy a su pesar.

Los buscadores de tesoros lo escuchaban con atención.

—Así que deben de hacerle un novenario en la parroquia, pidiendo por su eterno descanso y pidiendo que sea liberado de su compromiso forzoso. Cuando vayan a desenterrar el tesoro, quien debe cavar es solamente tu compadre; después deben hablar con el muerto explicándole que ya está liberado de su encargo, que debe de soltar el tesoro para que sus restos sean velados y depositados en el cementerio, para que descanse en paz; también deben repartir una parte del tesoro entre los pobres del barrio.

Así lo hicieron y en esta ocasión el esqueleto soltó sin ningún esfuerzo el baúl; dicen que hasta pareció que soltó un profundo suspiro de alivio y finalmente pudieron ver el fabuloso tesoro, que era mucho más grande de lo que se habían imaginado.

Se lo repartieron equitativamente, agradecidos, también le dieron una piscachita al tata y siguieron todas sus indicaciones.

El manto nocturno se empieza a esbozar y don Ra, nos invita un aromático atolito de pericón y unos deliciosos bolillos de tahona que tanta fama le han dado a Tepotzotlán.

Intercambio de imágenes

El hombre continúa con las narraciones.

—Antiguamente la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles, estaba dedicada a San Francisco de Asís, al igual que la del cercano pueblo de San Francisco Magú, que se encuentra a unos dos kilómetros de aquí; es aquella que se ve a lo lejos, pasando la cañada, ahí ya es municipio de Nicolás Romero.

Se cuenta que la noche de la fiesta patronal de ambos pueblos, el 4 de octubre, los santitos se cambiaban de parroquia, el de Magú se pasaba a la de Cañada de Cisneros y viceversa, ambas imágenes eran idénticas, por lo que, durante mucho tiempo, nadie se dio cuenta, pero un día una persona observó que los pies del santo estaban llenos de tierra y ese mismo día fue a San Francisco Magú y se percató que la santa imagen también estaba igual, con los piecitos terrosos.

El hombre contó lo que observó al párroco y a los mayordomos y vieron que de la parroquia salían unas huellas que recorrían el camino a Cañada de Cisneros, incluso, en la parte donde se unían los caminos, se veían dos pares de huellas. 

Traviesos los San Panchitos ¿no?, por eso se dice que el obispo cambió al santo patrono de la parroquia.

Don Ramón, tiene cuentos para rato, pero las campanas de la parroquia nos avisan que la noche se acerca y nosotros tenemos que despedirnos, prometiendo regresar pronto a verlo y a escuchar más de sus interminables historias de brujas, fantasmas y más, pero de verdad muchas leyendas que también son parte de este Pueblo Mágico de Tepotzotlán, Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Juan Samuel Coronel, cronista Fotográfico 

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