A veces, la memoria necesita un himno. Otras, un grito. Y en ocasiones, como en esta, una llave. Miles de ellas. Oxidadas, brillantes, viejas, recientes, pero todas con algo en común: haber abierto una puerta alguna vez. Ahora, juntas, abrirán otra mucho más grande. No una entrada a casa, sino a la permanencia. A la resistencia. Al sitio simbólico que le corresponde a David Lerma, El Guadaña: la entrañable y rasposa voz de la Banda Bostik, quien se fue físicamente, pero se quedó vibrando en las paredes del barrio, en los grafitis del transporte público, en los casetes mal grabados de los 90, en la sangre que late más fuerte cuando suena un acorde maldito.
El homenaje que se alista en el Centro Cívico de Ecatepec para el domingo 22 de junio no es cualquier cosa. No es solo un concierto. Es un acto de redención colectiva. El Guadaña no era una estrella del rock según los estándares televisivos, pero sí lo era —y lo sigue siendo—para quienes aprendieron que el rock urbano no es un género musical sino una escuela de vida. En los bares de lámina, en los patios vecinales, en las tocadas clandestinas donde no importaba si había escenario con luces o solo una bocina reventada y voluntad: ahí estaba él, con su voz de lija, sus letras que caminaban por banquetas rotas y sus silencios también cantados.
Ahora recibirá un homenaje con guitarras, con sudor y con presencia. Pero también con llaves. Porque no hay símbolo más contundente que ese: reunir metales distintos, huellas digitales desconocidas, historias cerradas y deseos aún pendientes en una fundición común para darle cuerpo a una estatua. No una de mármol, sino una viva, metálica, gestada por todos. Como si dijéramos: “Este pedazo de mi pasado es tuyo. Llévalo contigo. Quédate aquí”.
El rock nacional nunca necesitó validación oficial. Su diplomado fue en calles con baches, su título se firmó en libretas escolares, y sus grandes eventos no eran galas, sino domingos como el que viene, donde las generaciones se miran de frente, sin jerarquías. Los hijos de Lira, del Haragán, de Huízar, de Charly Monttana… no vienen a imitar a sus padres. Vienen a trazar la siguiente línea del pentagrama que ellos empezaron. Vienen con la bendición y la carga, con los riffs heredados y las heridas nuevas.
Desde la una de la tarde, el escenario se llenará de voces emblemáticas y nuevas generaciones herederas del movimiento. Tex Tex, Sur 16, Sam Sam, Toma II, Luzbel y Montanna Band compartirán espacio con proyectos como Karátula, Los Pachecos y La Otra Cara de México. La entrada podrá obtenerse con la compra de una cerveza o un donativo de 200 pesos.
La jornada de homenaje a Guadaña es también un espejo. Nos devuelve la imagen de un país que no siempre reconoce a sus poetas callejeros, pero que los llora cuando faltan. Nos recuerda que hay estatuas que se erigen no para que las admire el turista, sino para que las abrace el vecino.
Hay nombres que nunca entraron en la radio comercial, pero se escribieron con aerosol en bardas que aún no borran.
El 22 de junio no será solo un tributo. Será un gesto de amor entre iguales. Entre quienes aprendieron a resistir desde el acorde menor. Entre quienes entienden que la cultura no se decreta desde un escritorio, sino que se canta, se suda y se defiende con los dientes apretados.
Aunque no abra ya ninguna puerta, las llaves darán voz al grito de guerra de la Bostik. Abrirán esa puerta, la de la posteridad, de la inmortalidad, del mito. Porque esta vez, la cerradura no está en una tocada. Está en la historia. Y El Guadaña merece pasar. Con todos nosotros empujando del otro lado.
PAT
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