En 2023 México tenía más de 47.6 millones de hombres de 15 años y más, no sabemos cuántos son padres (CONAPO, 2018). Según INEGI, 34.3% de la población señaló que su papá vivía en una casa distinta; de 38 millones de mamás, 12% eran viudas y 11% solteras.
Es altamente probable que Jorgito creció rodeado de mujeres: bisabuela, abuela, tías y su madre. Mujeres forjadas por las tradiciones propias de ser hijas de sus padres y madres.
Quizás fue uno de tantos hombrecitos que poblaron una casa compartida por varias familias. Tal vez, al volver de la escuela, Jorgito llenó su tiempo libre con juegos infantiles con otros niños y muchos avistamientos a las cosas de mujeres. Probablemente así aprendió faenas de la cocina, del quehacer doméstico, del habla y la narrativa, de los cuidados y del amor.
Sin duda, algunas veces se escurría entre las caderas femeninas hasta posarse en medio del batido de claras de huevo, del amasado de nixtamal o del refrito de frijoles. Otras, empapó sus manos en agua enjabonada con ropa que las amas de casa fregaban en lavaderos ubicado al centro de la casa.
Siempre, las guerreras emprendían la tertulia como lubricante de sus tareas de alimentar, limpiar, vestir, cuidar y servir, en espera de los otros. Jorgito abrevó esas sabidurías. Buscaba en sus compañías el ser visto. Así aprendió una parte para la vida funcional.
Como en un LP, su cerebro y corazón configuraron ideas y emociones del lado A del disco: empatía con las cocineras, limpiadoras, cuidadoras, amantes, esposas; refugiadas en el universo del hogar. Sin proponérselo, cada incursión en búsqueda de compañía y reconocimiento ahondaba otro vacío.
El día y las tardes era para las mujeres que llenaban el tiempo y espacio cotidianos. Las noches, ese instante para el descanso y la paz, se asomaban los hombres. Esas figuras grises, imponentes y misteriosas. Jorgito no sabía que ahí podría encontrar melodías para la cara B de su LP.
Mientras creció, aprendió a entregarse para los otros, como entendió que lo hacían las mujeres cuando narraban sus historias de vida. De ellas aprendió estrategias para dar sentido a su vivir.
La ausencia del hombre más importante de su vida se llenó con fantasías de abrazos, risas, juegos, diversión, cualquier actividad que su papá compartiera con él. Con esos elementos configuró un esquema patriarcal: la ausencia del hombre era recompensada por las mujeres con servicios. Eso era ser hombre. Con las agravantes de sentirse invisible y abandonado en el hogar como sus maestras. Coctel de amor y odio.
Cuando Jorge fue padre, quizás descubrió en la mirada de su hijo, la búsqueda del referente masculino que no recibió de su papá. Y probablemente comprendió que su banda sonora habría de completarla a contracorriente patriarcal, lejos de los 4.2 millones de padres ausentes que refieren algunas estadísticas en México.
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TAR