¿Padre el que provea?

¿Padre el que provea?

Adogma

Redacción
Julio 18, 2025

El advenimiento de Jorgito en un adulto está atravesado por la duda, la incertidumbre, la culpa, la competencia y la libertad de mercado. Ese niño que se enrollaba entre las conversaciones de las mujeres del hogar, de las amas de casa, de tanto en tanto creció y fue tomando distancia del círculo femenino en donde escuchó tantas veces los relatos que confeccionaron la imagen de lo masculino.

El infante mira, admira a aquellas esposas, cuidadoras, seres gigantes del resguardo familiar, por entregarse a los otros, sus maridos, a pesar de no estar presentes.

¿En dónde están los hombres? Se pregunta Jorgito inconscientemente. Trabajando. Es la respuesta que surge de las conversaciones del clan de guardianas del hogar. Él comprende que trabajar es ser hombre. Sin esa actividad no hay sustento, aunque el ingreso salarial resulte insuficiente para vivir en una casa propia, alimentar a la familia y salir de vacaciones.

El miedo de Kafka hacia su padre, para decirle lo que pensaba y sentía, quizás es el de todo hijo que creció con la ausencia paterna o en su omnipresente control. El autor plantea entonces (1919) un estereotipo de papá: proveedor, trabajador, sociable, empresario e inocente del distanciamiento afectivo con su hijo.

¿Cómo conversar contigo? se pregunta el autor adulto dirigiéndose a su padre, en búsqueda del gesto de aprecio, de amor hacia el niño que fue. Observo en Carta al padre, la indeleble influencia e impacto de la figura paterna en los hijos. Influencia que cruza frente a nuestras miradas adultas sin darnos cuenta.

Entonces, Jorgito crece. Su piel cambió de textura y deseos. Sin embargo, en su dermis están grabadas voces unificadas en una misma idea: la ausencia profunda y reiterada de los hombres. Ese otro ser mítico que, por invisible, aterra. Misterioso por su nebulosa presencia omnipotente.

Nuestras vidas diarias, como hace décadas, definida por la economía de mercado, está determinada por la competencia económica, las ganancias y los rendimientos, la productividad para ser felices. En la búsqueda de plusvalía material están vetados los elementos intangibles como los afectos: el amor, el cuidado, la paciencia, la compañía.

La moneda entendida como valor universal y medida de triunfo y valía de una persona, una empresa, una nación, pretende sustituir las contribuciones de lo inmaterial. El mercado y su capital parecen decirnos: padre es el proveedor, para eso trabaja, y es gracias a su salario que se le reconoce como tal.

Jorge adulto observa una trampa doble. El ausente es por su ausencia, traducida en valor monetario y razón del déficit afectivo. Crecemos con el discurso de tener para ser. Ahí, los adultos perdemos la oportunidad de compartir y generar experiencias vividas con nuestras hijas e hijos.

No advertimos lo que Kafka sí: para el niño que era, lo que me gritabas era como una orden del cielo y el método más importante para juzgarlo todo y a todos.

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