Prevenir el machismo desde el habla

Prevenir el machismo desde el habla

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Prevenir el machismo desde el habla

Por Mauricio Sosa Ocaña

Mauricio Sosa Ocaña
Abril 25, 2025

Una modalidad de la violencia machista es la verbal. En el lenguaje hablado; es decir, las palabras que utilizamos, ejercemos el machismo con naturalidad para referirnos a muchas actividades de la vida cotidiana. Por ejemplo, al hablar de alumnos frente a niñas y niños. Sí, es lenguaje sexista y por ello machista.

Las palabras que aprendemos desde la infancia, la prosodia, su entonación, los significados, nos ayudan a estructurar nuestras ideas, a comprender el mundo inmediato en el que crecemos, es la base con la cual nos relacionaremos durante la vida. Al respecto, son innumerables las aportaciones desde la lingüística, el psicoanálisis, la semiología, la antropología, la comunicación y otras disciplinas.

La voz humana es fundamental en el desarrollo de nuestros cerebros, para el reconocimiento de las emociones y crea vínculos sociales. Sobre este proceso hay dos periodos importantes en nuestras vidas, uno es el perinatal: desde la gestación y hasta los primeros siete días de vida; y otro entre la pubertad y la adolescencia, de los 8 a los 11 años de edad (Eduardo Calixto, 2018).

El lenguaje hablado y el desarrollo de nuestras estructuras cerebrales, desde la infancia, son centrales en la construcción de los significados de la vida diaria. Si las palabras que aprendemos desde pequeños llevan una sola dirección sexo genérica, es altamente probable que limitemos la comprensión de la diversidad de identidades.

Gran parte de la configuración legal, burocrática, social está diseñada bajo una mirada unilateral en la que predomina el género masculino. También nuestras vinculaciones familiares, afectivas, laborales, están rodeadas de esa visión.

Es común que los amigos varones nos reunamos a conversar de temas de interés general, cuando nos adentramos al terreno de la vida en pareja, arribamos con el mallete en la mano. Es decir, ya hemos sentenciado a las mujeres simplemente por serlo. Y esperamos que los otros hombres nos validen.

Si sumamos las estructuras del habla, las emociones y sus formas de expresarlas, es altamente probable que normalicemos distintas conductas para quienes nos asumimos hombres y otras para quienes consideramos mujeres, y se extiendan de manera bipolar en el sistema patriarcal que reproducimos.

Es decir, si los hombres no lloran, las mujeres sí. Si ellas son el sexo débil, los varones no podemos flaquear. Si el azul es para los niños, las niñas que usen ese color pretenden ser como los hombres.

Cuando etiquetamos o invisibilizamos a una parte de la gran diversidad de personas e identidades que conformamos una comunidad, estamos ejerciendo violencia. Si además lo hacemos con ese fin, es discriminación, pues buscamos anteponer nuestra mirada y poder sobre las identidades negadas.

¿Qué preguntas hacernos las personas adultas para modificar los estándares bipolares de nuestra convivencia sexista? ¿Podríamos erradicar el machismo desde la infancia, inclusive desde el embarazo, al enseñarnos el habla de una forma distinta?

PAT

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