En el corazón del centro histórico de Toluca, entre el bullicio de los cafés y el paso apresurado de los funcionarios que entran al Palacio de Gobierno, hay una calle angosta que guarda un silencio peculiar. Se llama Primo de Verdad, aunque hace siglos la gente la conocía por un nombre más oscuro: el Callejón del Muerto.
Dicen los viejos toluqueños que, en las noches más frías, cuando el aire baja desde el Nevado y la neblina se cuela entre los portales, se escuchan todavía los cascos de un caballo golpeando el empedrado y, a lo lejos, un lamento que eriza la piel. No es el viento, aseguran. Es la voz de una mujer que nunca encontró paz.
La historia se remonta a los años de la Colonia
La historia se remonta a los primeros años de la Colonia, cuando los españoles se establecieron en la recién fundada Toluca. Los matlazincas, habitantes originarios del valle, cruzaron el río Verdiguel para asentarse del otro lado, mientras los criollos y peninsulares se quedaban con las calles principales. Fue entonces cuando una pareja acaudalada decidió levantar su casa justo en esa franja intermedia, donde el río dividía a dos mundos.
Ella era joven, hermosa y de mirada inquieta. Él, un hombre celoso, violento y de carácter posesivo.. Dicen que su amor comenzó con promesas y terminó en cadenas. Él no le permitía salir ni hablar con nadie. Las criadas eran los ojos y oídos de ambos: vigilaban a la esposa y le contaban al marido cada movimiento, cada respiración. Pero, a su vez, eran para ella su único contacto con el mundo exterior.
El encierro se volvió tormento. Los golpes, rutina. El silencio, castigo. Pero las paredes, incluso las más gruesas, no detienen los rumores. Un día, el esposo escuchó que su mujer planeaba fugarse con otro. La furia lo consumió. Montó su caballo y regresó antes de lo previsto. Lo que encontró al cruzar el portón fue el inicio de la tragedia que marcaría para siempre al callejón.Él no le permitía salir ni hablar con nadie.
Ella estaba acompañada de un joven. Sin mediar palabra alguna, el marido desenvainó su espada y los mató a ambos. Dicen que el grito de la mujer se escuchó hasta la ribera del Verdiguel, que las velas de la casa se apagaron solas y que el caballo relinchó como si presintiera el horror que ocurría.
Ahora se llama Primo de Verdad
Horas después, entre las ropas de su esposa, el hombre halló unas cartas. Las manos le temblaban mientras las leía. Descubrió que el joven no era un amante, sino el hermano de la mujer, que había venido desde lejos a rescatarla del encierro y la violencia. La realidad le cayó encima. Se desplomó, lloró, gritó. Ya era demasiado tarde.
La culpa y el dolor lo enloquecieron. Intentó regresar a España, pero nunca lo logró. Algunos dicen que murió en el camino, otros que vagó hasta perder la razón. Lo cierto es que su sombra quedó atrapada en Toluca, y su historia se convirtió en una advertencia, un eco de lo que los celos pueden ocasionar cuando se mezclan con el miedo.
Con el paso del tiempo, el Callejón del Muerto perdió su nombre. Ahora se llama Primo de Verdad y luce como cualquier otra calle del centro: con luces, paredes restauradas y ventanas de oficinas de gobierno. Pero los toluqueños más antiguos juran que, cuando cae la oscuridad y el reloj de la Catedral marca la medianoche, el ambiente cambia.
Un viento helado se levanta, las luces parpadean, y entre las sombras puede escucharse el galope de un caballo, seguido de un suspiro, casi un gemido que se desvanece en el aire. Algunos lo atribuyen a la sugestión, otros al alma del hombre que aún busca redención, huyendo eternamente del crimen que cometió.
Entre los empleados de las oficinas del Palacio de Gobierno estatal. hay quien asegura haber visto, reflejada en las ventanas, la figura difusa de una mujer con el cabello suelto, mirando hacia la calle, como si esperara todavía a su hermano para escapar.
Toluca tiene muchas leyendas, pero pocas tan trágicas como la del Callejón del Muerto. No hay monumento ni placa que recuerde a los protagonistas, solo la historia que, como ellos, se niega a morir. Se transmite de generación en generación y la cuentan cronistas, comerciantes y estudiantes que caminan de noche por el centro.
La verdad es que cada ciudad guarda sus propios fantasmas, pero los de Toluca parecen más tercos. No se conforman con el olvido. Siguen caminando por las esquinas donde la historia dejó marcas invisibles e imborrables.
Así, en medio de los autos y los pasos modernos, aquel viejo callejón aún susurra una lección: que el amor sin libertad se pudre, que los celos ciegan, y que hay culpas que ni la muerte logra enterrar.
Quizá por eso, cuando el frío cala los huesos y el cielo se cubre de bruma, más de uno acelera el paso al andar por Primo de Verdad. No por miedo a los fantasmas, sino por respeto a la memoria que sigue vigente en las aceras de esa calle que alguna vez fue el Callejón del Muerto.
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