¡Quédate, Yamandú!

Te cuento, Yamandú, la fila de ingreso a tu concierto es larga, larga, larga. Nos llama la atención, pues la sala Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes no es tan grande. Además, falta poco tiempo para que inicie tu concierto. Son casi las ocho de la noche. ¿Por qué no han abierto puertas?, nos preguntamos antes de notar algo: pese a su costo, los boletos son de “entrada general”. ¡Vaya!

Resulta raro que hoy, cuando cualquier club o bar –no se diga foro o auditorio formal– tiene un sistema de boletaje numerado, acá se siga trabajando con “el primero que llegue” (influencias incluidas) y no con “el primero que compre”. Vale la pena mencionarlo por otras cosas que se acumulan, Yamandú.

La primera es que el CENART está celebrando treinta años de existencia. Ello nos da gusto, pues guarda muchos recuerdos importantes, personales. Tristemente, hay que decirlo, hoy exhibe un ambiente de carencia y tensión. A no olvidarlo: hace unos días la Secretaría de Cultura propuso la desaparición de las direcciones de la Fonoteca Nacional y, precisamente, de este centro artístico que tanto orgullo diera a otras administraciones. (Se avecinan ocurrencias peligrosas.)

Lejos de su antigua gloria, hoy hay letreros, pancartas, cartulinas por todos los corredores. En sus textos se exigen distintas cosas. Desde suministros para los baños y uniformes para los trabajadores sindicalizados, hasta justicia por acoso laboral y sexual. Una tristeza. Hay que agregar, además, algo que se sabe desde siempre: con la noche se impone una oscuridad excesiva, afectando la tranquilidad de quienes circulan por pasillos y jardines. Siguen faltando luces en todas las instalaciones. Pero bueno, eso parece tan incurable como el mal sonido dentro de la Blas Galindo.

Es increíble que nadie, fuera del género clásico, suene como se debe en su interior. Por si fuera poco, el actuar del ingeniero durante tu concierto (ubicado en la peor posición posible), dejará al público con una frustración particular. ¡Imagínate! Tantos años esperándote, Yamandú, para que la falta de un criterio socave tus talentos. De no creerse. Pero vayamos a lo importante.

Aunque comienzas tarde por la desorganización evidente, todo de ti resulta grandioso. Nuestra lectora, nuestro lector, debe escucharte hoy mismo. Tienes un sentido del humor excepcional. Tus aires llaneros nos conquistan como la imposible evolución de los dedos. Tus recuerdos familiares y tributos a quienes te influenciaron son igualmente conmovedores. ¡Qué manera de componer!

En tus creaciones fluyen sambas, choriños, pagodes, bossas y tangos como si fueran niños jugando a “las traes”. Corren, se tocan, gritan y ríen a carcajadas sin importarles el grado de las mecánicas manuales. Cuando se detienen para que hables, empero, luchas con un “micrófono cansado” (lo repetiste en numerosas ocasiones sin que nadie hiciera algo). Resignado, señalas el valor en la obra de Ernesto Nazareth, de Villalobos, de Carlos Chávez.

También hablas de tu tierra, donde se toma mate y se conectan las pampas de Brasil, Argentina y Uruguay. Un sitio diferente al de los estereotipos del futbol o el carnaval. Allí aprendiste la guitarra de siete cuerdas, nacido en familia de músicos, animando fiestas populares, “mejorando y dando calidad al tiempo”, como has dicho en numerosas ocasiones.

Y, por supuesto, debemos reconocer a tu anfitrión, quien abriera el concierto y te cobija en su cierre, luego de compartir un par de tangos. Hablamos del talentoso Daniel Torres al frente de su proyecto Dantor. Un quinteto de brillo y solvencia electroacústica en donde tiene mucho sentido tu implicación pasajera. Ya hemos recomendado su disco en este mismo espacio.

Dicho todo ello, tenemos una petición imposible. Una súplica. Queremos robarte de la Portugal en donde vives. ¡Quédate, Yamandú! Nos haces mucha falta. Hoy lo sabemos. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

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