Con Rito de iniciación (Abismos casa editorial), el escritor español Diego Uribe entrega una novela perturbadora y visceral que indaga en la raíz del mal, en los rituales de la Yakuza japonesa y en la tragedia de un joven condenado desde la cuna.
En esta conversación, el autor comparte el proceso detrás de un libro que le tomó más de dos décadas y que lo llevó a explorar no solo el universo del crimen organizado, sino también las preguntas más incómodas sobre la naturaleza humana.
“¿Cómo nació Rito de iniciación? Fue una pregunta muy simple y compleja a la vez: ¿cuál es la raíz del mal? Me preguntaba por qué algunos somos buenos y otros terminan siendo malvados. Yo trabajaba en una zona muy deprimida de Estados Unidos y veía a chicos que, desde pequeños, ya tenían decidido su destino: ‘quiero ser traficante como mi padre. Ahí me cuestioné si existe realmente el libre albedrío o si nacer en un contexto de pobreza y violencia te condena”.
En el universo literario de Uribe no hay concesiones. Su prosa es un bisturí que abre en canal la naturaleza humana, con sus pulsiones, sus heridas y sus contradicciones. Este libro, es un descenso a los abismos del mal, pero también un testimonio de ternura inesperada en medio de la violencia.
La historia está narrada por un fantasma
“Me llamo Akito y estoy muerto”, anuncia la voz que nos guía desde la primera página. Con esa confesión comienza un relato en el que la tragedia no se anuncia: ya está consumada.
Akito, nacido en la precariedad, hijo de padres destruidos por las drogas y la prostitución, quiere ser malvado porque ese es el único horizonte que ha conocido. Sin embargo, en su deseo de convertirse en asesino late una humanidad quebrada, casi infantil, que a veces despierta compasión en el lector.
“Es un muchacho que nace en la miseria: su madre es prostituta, su padre drogadicto. Él quiere ser malvado porque es lo único que ha visto, pero al final da lástima. Es un criminal, un delincuente, pero también un hombre roto, con un corazón que todavía late por su hermana. Ella es el único lazo que lo mantiene cuerdo. Si no fuera por ella, ya no tendría ninguna razón para vivir.
Cultura de la mafia japonesa
La novela se sitúa en Japón, con la Yakuza y sus rituales, hay escenas muy detalladas sobre prácticas japonesas, como el irezumi (tatuajes tradicionales) o el yubitsume (corte de dedos), todo lo estudió e investigó en distintas formas.
“Conecté el alma japonesa con la mía. Japón tiene un culto a la muerte, a la tradición, a la familia y al dolor que me recordó a España y a México. Octavio Paz decía que los mexicanos aman la muerte, y en España antiguamente también se honraba a los muertos a diario. Vi un eco ahí. Además, los ritos de la Yakuza eran brutales, muy similares a los de los carteles latinoamericanos, la mafia italiana o ETA en España. Da igual el país: se llame Yakuza, triadas, narco o mafia calabresa, el mal es el mismo con distintos nombres”, explicó Uribe.
“Me sumergí durante años: bibliotecas, videos en YouTube, hablar con gente, caminar por supermercados, escuchar olores, sonidos. Tengo una amiga japonesa que trabajó en un bocaturi, que son burdeles donde los hombres pagan solo por hablar, no por sexo. Ella me describió el ambiente, los olores, el ritual. También investigué el irezumi, esos tatuajes hechos con aguja y palo, donde la sangre brota a chorros, y en los que el maestro elige el diseño según tu carácter. Y el yubitsume (cortarse el dedo), que muchos creen que es un castigo impuesto, pero en realidad es un auto-castigo que viene de los samuráis. Todo eso lo estudié a fondo porque quería que el libro respirara autenticidad.
El germen de la novela, sin embargo, no vino solo de los libros. Una tragedia personal —un accidente de tránsito en Los Ángeles que segó la vida de conocidos suyos— lo llevó a repensar el final de la historia.
“Fue un golpe del destino, de esos que marcan. Ahí encontré a mi Akito”, confiesa Uribe, con la cadencia de quien narra no una anécdota, sino un destino inexorable.
“Jugaba al fútbol en Los Ángeles cuando un amigo se sintió mal, no quiso que lo lleváramos a su casa y subió a su auto, un coche Mercedes. Iba manejando y, minutos después, perdió el control a 200 por hora, estrellándose contra varios vehículos. Entre los fallecidos estaban dos personas cercanas a mí. Esa tragedia me golpeó tanto que cambió el final de la novela”, recuerda.
Mezcla de géneros
El libro es un thriller psicológico con tintes de novela negra y drama. Hay escenas duras, incluso gore, que hacen que no sea recomendable para menores. Pero más allá de la crudeza, lo que conmueve es el dilema moral: ¿puede alguien criado en el mal decidir ser bueno? ¿O su destino está sellado desde la cuna?
“Esa es la pregunta que me hice hace veinte años y aún no tengo respuesta”, admite el escritor.
“Pero también tiene ternura, sobre todo en la relación entre Akito y su hermana. Esa dualidad me interesaba: incluso en el mal más profundo puede quedar un rescoldo de compasión.
“Me costó noches enteras de insomnio. Al leer sobre rituales reales de iniciación, sobre torturas y crímenes, me removía el corazón. Además, hice mis propios dibujos en blanco y negro para acompañar el libro. No quería fotos a color: preferí imágenes duras, ásperas, que transmitieran el mismo peso que la historia”. relata.
Su prosa recuerda tanto a la crudeza de Elmer Mendoza como al onirismo de Juan Rulfo. ¿Son influencias conscientes?
“Mucho. Me gusta la narcoliteratura de Elmer Mendoza, ese lenguaje callejero vivo. Y admiro a Rulfo, su capacidad de habitar los mundos de los vivos y los muertos en Pedro Páramo. En Rito de iniciación también hay fantasmas que hablan, que narran, que se mueven entre la vida y la muerte.
Ahora, trabaja en una novela negra ambientada en España. Dos detectives investigan la muerte de una joven en un pueblo aislado en la sierra. Habrá secretos familiares, conexiones con el nazismo y un ambiente gélido, de leyenda.
Diego Uribe encontró en Japón un espejo para interrogar al mal universal, pero su obra no se limita a un país ni a una cultura: es una reflexión sobre la violencia, el destino y la fragilidad humana. Rito de iniciación es incómodo, brutal y, al mismo tiempo, profundamente conmovedor.
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