Jorge Chávez Mijares | Demoscopia Digital
Hay mandatarios que se esmeran en trabajar y otros que se especializan en aparecer. Samuel Alejandro García Sepúlveda, gobernador de Nuevo León por Movimiento Ciudadano, pertenece sin duda al segundo grupo: el de los figuras virales, fugaces, y políticamente frívolas, cuyo mayor legado hasta ahora ha sido el selfie eterno y el escándalo intermitente.
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A sus 37 años, con un 58.8% de aprobación en mayo según Demoscopía Digital, Samuel presume números como si fueran aplausos. Pero una cosa es medir aprobación y otra, muy distinta, es medir credibilidad, respeto o responsabilidad.
Nuevo León no necesitaba un rockstar. Necesitaba un jefe de Estado. Y en lugar de eso, le entregaron el gobierno a un joven ambicioso, más hábil con los filtros de Instagram que con las decisiones de fondo. Samuel gobierna como si la vida fuera una campaña perpetua, como si cada crisis fuera solo contenido para una nueva historia patrocinada.
Recordemos su fuga fallida a la Presidencia; su descarado coqueteo con la candidatura nacional fue el punto más cínico de su gestión. Abandonó el cargo, dejó el estado en el limbo institucional, tensó las leyes y la política… todo por saciar su narcisismo político. Y cuando el proyecto se le cayó, volvió como si nada, como si su capricho no hubiera costado gobernabilidad ni dignidad.
Mientras tanto, el estado arde. La violencia crece, el transporte público es un desastre, el desarrollo urbano es caótico, y el agua sigue siendo un problema no resuelto más allá de los discursos de “fosfo-fosfo”. Pero eso sí: hay reels, hay tenis fosforescentes, y hay una primera dama más preocupada por su popularidad que por entender qué es el DIF.
Samuel es producto de una clase política nueva en forma, pero vieja en fondo. Cree que la simpatía digital puede sustituir la seriedad del cargo. Que las ocurrencias en redes sociales bastan para disfrazar la inmadurez institucional, la improvisación, y la carencia de profundidad en su visión de estado.
Quizá su aceptación no es tan baja porque la gente aún compra la imagen de joven fresco que rompe moldes. Pero llegará el momento en que Nuevo León pase factura, porque los verdaderos gobernantes no son los que entretienen: son los que resuelven.
Y Samuel, con todo y su marca personal, sigue sin entender que gobernar no es un show, ni un trampolín, ni un trend. Es, ante todo, un acto de responsabilidad. Y de eso, sigue muy lejos.
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