Snowapple Collective, el arte que acompaña a las madres buscadoras

Snowapple Collective

Snowapple Collective, el arte que acompaña a las madres buscadoras

Lauren Shreuder, fundadora del colectivo, señala que el arte puede convertirse en un puente para el trabajo en causas sociales.

Brian Prado
Noviembre 8, 2025

Desde Holanda hasta México, la historia de Snowapple Collective tejió un puente entre el arte y la acción social. Este grupo multidisciplinario surgió de la música, pero encontró su sentido más profundo en las luchas de las mujeres, las madres buscadoras y los pueblos originarios. Su travesía cruza fronteras físicas y emocionales, dando voz a quienes pocas veces la tienen

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Las experiencias de lucha unen a dos países

Lauren Shreuder, fundadora del colectivo, recordó cómo comenzó todo. Una experiencia musical se transformó en un movimiento cultural con raíces en distintas disciplinas y geografías.

“Teníamos tres años como Snowapple, primero tuvimos una banda de pura música, con tres mujeres cantando y tocando instrumentos. De ahí poco a poco fue creciendo hasta que nos convertimos en un colectivo multidisciplinario, y fue así también que me encontré con Cynthia Martínez aquí en México y ella formó parte de Snowapple México”, relató.

De la música al activismo

El colectivo dio un giro decisivo en 2019, cuando la creación artística se convirtió en una forma de activismo. A través de un cortometraje y una reinterpretación musical, Snowapple dio su primer paso hacia una labor que se fundió con la memoria colectiva.

“Hacíamos música, pero en algún momento empezamos a hacer un videoclip, como cortometrajes, e hicimos una versión de ‘La Llorona’ con la letra de Pedro Miguel, hablaba de los feminicidios, una problemática de México y en todo el mundo. Queríamos hacer que pasara fronteras, queríamos exponer esa temática por el mundo y empezamos a trabajar con una videoartista que se llamaba Adriana Ronquillo”, comentó.

A partir de esa experiencia, el proyecto dejó de ser solo una banda para convertirse en un espacio donde el arte convivía con la denuncia social. En palabras de Lauren, fue un proceso natural en el que las disciplinas se entrelazaron con la intención de visibilizar las voces de quienes no solían ser escuchados.

El encuentro con México

Cynthia Martínez, representante del colectivo en el país, se unió a la historia de Snowapple casi por casualidad. La música la acercó a Lauren, pero fue la causa la que las unió definitivamente.

“Yo tocaba cumbia, Lau viajaba con dos chicas y una de ellas ya no podía venir a México. Yo estaba en una nueva banda que se llamaba La Orquesta de Atlántida, que era pura cumbia. La iniciamos amigas que no tocábamos los instrumentos que dijimos que íbamos a tocar. Yo llevaba dos semanas con un bajo prestado y me presentaron a Lauren. Comenzaron a invitarnos a giras, a aprender teatro, y comenzó a hacerse algo muy grande”, recordó.

En México, el arte se encontró con la realidad. Las cifras de feminicidios, las protestas y las ausencias marcaron el rumbo de la creación. Reconoció que su compromiso nació del ejemplo familiar y del contacto directo con quienes habían hecho del dolor una forma de resistencia.

“Desde niña mis padres nos habían enseñado a ser empáticas, a luchar por los derechos de las demás personas, y había una concentración de mamás afuera de Gobernación. Mi mamá y yo fuimos a llevarles comida, agua, ahí me tocó conocer a Lidia Florencio y a otras mamás. También llegó Araceli Osorio, conocimos al colectivo de Las Siempre Vivas”, relató.

La conexión con las madres buscadoras cambió la forma en que el colectivo entendía su propio papel. La música dejó de ser entretenimiento para convertirse en acompañamiento, en un espacio de encuentro emocional y solidario.

“Se volvían familia, te ponías en sus zapatos y veías que esta problemática no estaba lejos de nadie. Dos chicas que habían ayudado en casa con el quehacer fueron asesinadas por sus esposos, una a machetazos, la otra a golpes. Trabajamos juntas, las apoyamos y ahora Araceli incluso se había sumado con nosotros”, señaló.

Voces y riesgos del escenario

El arte de Snowapple no se limitó a los escenarios ni a los festivales. Su compromiso las llevó a participar en marchas, manifestaciones y acciones públicas donde la música se mezcló con el activismo.

“No todo fue miel sobre hojuelas, hubo de todo. Estuvimos en marchas y grabamos, hicimos varios videoclips donde habían estado ellas, pero también nos tocaron grupos de choque, como un 8 de marzo en el Zócalo donde tuvimos que salir corriendo”, compartió.

Lauren coincidió en que cada presentación implicaba una carga emocional importante, especialmente cuando las madres estaban presentes.

“Fue muy importante traerlas, ayudarles, darles voz. Estábamos aprendiendo, como mujeres, cómo poder unirnos, y a veces parecía peligroso cuando leíamos algunos comentarios en redes sociales. Una vez en Tlaxcala tuvimos que salir corriendo porque hablamos de que era un estado de trata de mujeres y niñas”, explicó.

Esa exposición constante las llevó a reflexionar sobre el papel del arte como herramienta política.

Lauren, por su parte, describió cómo el colectivo expandió su discurso hacia otras causas que afectaban a mujeres y comunidades indígenas como feminicidios, desapariciones, pero también otras problemáticas como tierras contaminadas o las minerías, explicó.

Cynthia agregó que esa mirada de su movimiento también incluyó la defensa de los territorios y la preservación de las culturas originarias. Para ella, el trabajo del colectivo también pasaba por acompañar las luchas ambientales y sociales de las comunidades que enfrentaban el despojo y el desconocimiento de sus usos y costumbres..

“El año pasado se reunió a alrededor de 100 mil mujeres indígenas por la defensa de los ríos, porque las mineras estaban contaminando y estaban siendo desplazadas”, dijo.

La conexión con las comunidades se convirtió en un elemento constante de sus giras. Las presentaciones no se limitaron a los teatros o foros culturales; también ocurrieron en plazas, espacios abiertos y manifestaciones en estados como Querétaro y Oaxaca.

El arte como memoria y justicia

Lauren reconoció que detrás de cada historia había un dolor compartido. La voz de las mujeres con las que trabajaban resonaba más allá del escenario, y cada testimonio se convirtió en parte del mensaje que buscaban transmitir, alrededor de problemas de violencia que se viven con el mismo dolor en México y en Holanda.

El colectivo comprendió que el arte no solo entretenía, también registraba, preservaba y sensibilizaba. Para Cynthia era un elemento esencial para la historia de los movimientos sociales y para la transformación de la conciencia colectiva.

Su compromiso con el arte como herramienta de cambio nació de la experiencia compartida con mujeres que habían enfrentado distintas formas de violencia.

Para ambas, el objetivo de Snowapple no fue solo visibilizar la violencia, sino también imaginar un mundo más justo donde la cultura y el arte fueran accesibles para todos.

Lauren dice que su trabajo no podía separarse de una mirada humana y ecológica, donde la justicia social y el respeto a la naturaleza fueran pilares de una nueva forma de convivencia.

El mensaje de Snowapple Collective se expande a distintos países, donde su propuesta combinó música, teatro, performance y artes visuales. Pero más allá de la experimentación artística, su esencia radica en acompañar procesos comunitarios y dar espacio a las voces que la sociedad intentaba silenciar.

El colectivo continúa su camino entre la música y la memoria, entre la creación artística y la denuncia social. Su historia se construye día a día con la fuerza de las mujeres que acompañan y la esperanza de las que buscaron. En sus voces resuena un mensaje claro: mientras haya dolor, hay canto; mientras haya silencio, hay arte. Porque, como ellas mismas demostraron, crear también fue una forma de resistir.

Snowapple Collective se expande a través de dos continentes con una propuesta que incluye artes escénicas y lucha social. Foto Especial

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