A una década de la publicación de El murmullo de las abejas (Lumen), Sofía Segovia reconoce que el camino recorrido por su novela ha sido tan sorprendente como entrañable.
Diez años, un murmullo eterno y universal
“Diez años se pasaron, pero volando”, confiesa entre sonrisas mientras recuerda cómo este libro, convertido en fenómeno literario en México y en el extranjero, transformó su vida y la colocó como una voz imprescindible del continente.
“Cambió, sí, cambió mucho. Al principio no me daba mucha cuenta, pero esto ha seguido creciendo con los años”, explica.
Pese a que su nombre comenzó a circular en el ámbito internacional y a ser asociada con el boom latinoamericano del realismo mágico, ella prefiere no encerrarse en etiquetas.
La escritora reconoce que la novela la ubicó rápidamente en un territorio literario donde el público suele ubicarla, aunque ella prefiere matices.
“Creo que dentro de una novela está difícil poner un solo adjetivo. Me gusta pensar que cada lectura arroja diferentes resultados. Esa multiplicidad de interpretaciones es una de las riquezas del libro. Eso también ha sido fascinante”.
El lector también ha experimentado esa transformación. Uno encuentra cosas que incluso puede haber vivido en la infancia. Es muy nostálgico”. Segovia asiente: “Sí, exactamente. Es como nostálgico”.
Uno de los personajes más profundos y simbólicos de la novela es la nana Reja. Segovia explica su significado.
“Vista como individuo, al principio parece una nana vieja como tantas que conocimos. Pero cuando emprende la misión de salvar al bebé —a Simonopio— y a las abejas, toma otra dimensión. Fue cuando para mí cobró característica casi mitológica”. En sus palabras, encarna “la madre Tierra, la que nutre la vida y marca los ciclos con el vaivén de la mecedora”.
Una década de magia y miel
Junto con Simonopio y las abejas, la nana posee una misión precisa y silenciosa. “Estos tres personajes, con sus silencios y su tenacidad, traen a la tierra un cambio necesario para poder vivir ahí”.
Hablar de la novela sin mencionar a Simonopio sería imposible. Su nombre, tan peculiar, tiene un origen profundamente familiar. Segovia recuerda que nunca había ido a Linares, Nuevo León, cuando empezó a escribir la historia.
Una ola de violencia en 2010 impidió los viajes a carretera. “Pensé: ¿cómo se escribe una novela sin haber ido al lugar? Y dije: muy fácil, con imaginación”.
Recurrió a periódicos de la época, entrevistas y sobre todo a las anécdotas de su abuelo. Entre ellas, una sobre un “Simoncito” cuya vida fue salvada —según el humor del abuelo— por un sinapismo.
“Se nos hacía muy simpático el apodo”, recuerda. La nana Reja, personaje y memoria familiar, se apropió del nombre. Y así nació Simonopio.
Años después, en una conferencia, alguien le reveló que Simón significa en hebreo “el que escucha”. La revelación la conmovió.
“Ha sido uno de los hallazgos más grandes. Todos sabemos que los nombres tienen fuerza, pero no imaginé que al llevarlo a la ficción comprobaría esta fuerza tan claramente. Simonopio se convirtió en el que escucha. Y nos invita a escuchar”.
Hoy, el nombre se traduce en cualquier abecedario y no pierde su esencia.
“Al principio los lectores batallaban para pronunciarlo. Ahora se lo saben hasta en Rusia”, dice entre risas.
Las abejas: magia natural y brújula narrativa
El lector suele enamorarse también de las abejas. “A mí también me pasó”, confiesa. Al escribir, entendió que esas criaturas silenciosas y esenciales podían sostener al bebé antes de la llegada de la nana Reja.
“Pensé en varias opciones, pero ninguna me convenció hasta que di con las abejas. Ellas reconocen a un miembro de su comunidad que necesita ayuda”.
Investigar su mundo le reveló datos que moldearon la sensibilidad del propio Simonopio.
“Las abejas ven todas las perspectivas al mismo tiempo… un poquito más allá del horizonte. Eso era ver hacia el futuro y hacia el pasado. Era la otredad, la empatía absoluta y esa mirada se volvió la mirada del niño”, explica.
En la realidad, reconoce, “son más mágicas de lo que pude darles en la ficción. No pensamos tanto en las abejas y lograron quedarse en la memoria y en el corazón”.
Una edición visual: la mirada de Gabriel Pacheco
La edición especial de décimo aniversario confirma la naturaleza visual y sensorial de la novela.
La nueva edición del décimo aniversario, ilustrada por Gabriel Pacheco, cumple un sueño: materializar en imágenes lo que tantos lectores imaginaron.
“La novela es muy visual. Uno puede oler el campo, la miel, la leche”, digo. Ella sonríe: “El ilustrador es un mago. Es un gran artista mexicano. No ha habido ilustración suya que no me provoque algo”.
La colaboración con Pacheco fue, para Segovia, un regalo: “Su mirada despierta muchísimo el espíritu de la novela. Ese ambiente místico y suave. Estoy encantada”.
Muchos lectores desean ver El murmullo de las abejas en la pantalla. Ella también. Pero con calma.
“He tenido ofrecimientos, pero he decidido esperar el correcto. Es una novela compleja, con un lenguaje muy literario. Necesita llegar el traductor ideal —entre comillas— del lenguaje literario al cinematográfico”.
Sueña con verlo algún día. “Y cuando se logre, será muy bien”.
Además de su obra narrativa, Segovia comparte otra faceta: su labor como tallerista. “Tengo muchos años dando talleres… y escribí De lector a escritor, un manual para contar historias efectivas e inolvidables”.
Explica que es una guía para quienes sienten el llamado de escribir: “Es una invitación a perder el miedo, a agarrar confianza y buen camino para llegar al punto final”.
Al final, ella resume el vínculo entre lectores y novela con una frase luminosa: “Cuando el lector y el libro se encuentran en el momento correcto, sucede un poquito de magia”. Y El murmullo de las abejas, diez años después, sigue haciendo exactamente eso.
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