Tapancos: el Refugio, la Memoria y el Corazón de San Felipe

Tapancos: el Refugio, la Memoria y el Corazón de San Felipe

Tapancos: el Refugio, la Memoria y el Corazón de San Felipe

El tapanco no solo era un sitio práctico: también representaba un refugio.

Redacción
Noviembre 16, 2025

En mi memoria permanece aquella oscura noche en el tapanco, ese espacio elevado de las viejas casas de San Felipe del Progreso, donde se guardaba el maíz y se protegía la cosecha del tiempo, de insectos y de la humedad. El tapanco no solo era un sitio práctico: también representaba un refugio, un escondite para niños traviesos, un depósito de objetos viejos, leña, ropa usada, sillas rotas, trastes de temporada y las oloteras que servían para desgranar las mazorcas.

El maíz limpio se subía ahí: mazorcas escogidas para la venta, para el nixtamal y para la semilla del siguiente ciclo agrícola. Afuera, los Xingolotes rebosaban de granos y daban testimonio de la abundancia en las familias campesinas.

El tapanco era el refugio de la cosecha del maíz que también se había seleccionado para la semilla del próximo ciclo agrícola. Güau, cuantos recuerdos de aquél tapanco. Era sitio para esconderte cuando habías hecho alguna travesura o tenían alguna queja de la escuela y te habías portado mal; cuando habías dicho alguna grosería, te refugiabas ahí, hasta que la muina de tus padres disminuye; te escondías cuando no querías hacer algún mandado, también era para acumular basura (todo lo viejo o que ya no tenía utilidad), leña, ropa vieja, estorbos en genera.

Leyendas y tesoros en el tapanco

Los tapancos también estaban rodeados de historias. Una cosa que me dio escalofrío en 1960, fue que circulaba una leyenda entre los Sanfelipenses, sobre la muerte de Don Wilibaldo Castro, a quien no llevaron de inmediato al panteón, sino que lo mantuvieron embalsamado en el terrado de su casa, en una caja de vidrio, durante casi diez años. Se decía que en las noches bajaba al portal a fumar puros, y nadie se atrevía a cruzar por ahí. La veneración hacia él era tanta que algunos le besaban la mano al pasar. Cuando se inauguró el panteón de El Obraje, finalmente fue enterrado allí.

Una cosa que me dio escalofrío en 1960, fue que circulaba una leyenda entre los Sanfelipenses, sobre la muerte de Don Wilibaldo Castro, Papá de Don Francisco Castro Martínez, a su vez papá de Don Raúl Castro Rodríguez y papá de Germán Castro González (en este periodo 2025-2027, primer regidor del H. Ayuntamiento). Bueno, cuando murió Don Wily, pues no lo llevaron al camposanto, 

 Don Wily, Había sido un admirador de Don Porfirio Díaz, propietario de ranchos y haciendas, entonces, hasta se le besaba la mano al pasar frente a Él: “buen día le de Dios patroncito”, balbuceaba la gente y había pocos habitantes en San Felipe

Cuentos de tesoros escondidos también circulaban. En la casa de Don Dolores Garduño Robles, un trabajador habría encontrado ollas llenas de centenarios en la escalera hacia el tapanco, herencia secreta de antiguos propietarios. Descubierto en su intento de llevarse parte del tesoro, la mayor cantidad quedó en manos de Don Dolores, hecho que el pueblo murmuró durante años.. 

Esa casa, que hoy, es de Héctor Garduño González, antes fue de Don Trinidad Vilchis Sánchez, presidente municipal por 1960, y que al pedir dinero prestado para las obras municipales, al terminar su periodo, no tuvo con qué pagar y tuvo que vender esa legendaria casona; que antes fue de Don Celerino Pedraza, y antes de Don Salustiano Álvarez. 

El legado arquitectónico 

Todos los habitantes de la Villa de San Felipe del Progreso, tenían casa con desván o tapanco. Y llegada la cosecha, los primeros días de diciembre, había que escoger el maíz, limpiarlo bien, esto quiere decir que le quitabas las hojas o totomoxtle que pudiera traer, sacudir la mazorca, quitarle las barbas o pelos, el sobrante de olote que no había alcanzado a llenar de grano, o sea la punta de la mazorca a la que llamábamos moco, porque semejaba el moco de los guajolotes.  Todo iba al tapanco, las casas eran construidas a dos aguas, o cola de pato (trapezoidal y triangular para las caídas de agua).

Desde cuando hay tapancos. Una vez consumada la conquista de México Tenochtitlán, los hispanos colonizadores, iniciaron la construcción de sus mansiones. De aquí de San Felipe, nos dice el Padre Vallesano José Castillo y Piña: “que las casas daban la impresión de estar copiadas de Asturias, lugar de España, de donde habían llegado los fundadores del pueblo”. Estos fueron los tapancos, esos tradicionales anexos que servía para guardar la cosecha, que fue común en los pueblos de la región, en las casas de los ranchos, en las viejas haciendas. 

La primera casa del pueblo que transformó los materiales de construcción, fue la de Don Zeferino Contreras. Modificó su vivienda y la construyó con modelos del Art decó. En lugar de adobe, introdujo el tabique, en lugar de las tejas, empezó a usar el cemento armado u hormigón. Hoy, todavía hay muchas casas que conservan el anexo llamado tapanco, que hemos descrito y añoramos. A principios de este siglo, ya las casas se han transformado en viviendas de dos, tres y hasta cuatro pisos, de cemento y varilla como materiales esenciales en su estructura y losa de cemento por techo. Sin embargo, también en las ciudades coloniales, se conservan hoy en día construcciones con tapanco, se observa la gran cantidad de vigas colocadas donde es un portal. Solo basta mirar hacia arriba y descubrirás que el techo esconde secretos arriba de él. 

Incluso la iglesia de San Felipe y Santiago conserva ese espíritu. Para subir al coro existía una escalera alta y temible que conducía al entablado superior, un verdadero tapanco sobre la bóveda. Desde ahí, el artesonado de diseño mozárabe impresionaba por su belleza y profundidad. Hoy se accede por una escalera metálica, pero el antiguo espacio sigue evocando la arquitectura tradicional.

Travesuras infantiles y recuerdos

El tapanco también fue escenario de travesuras infantiles. En el mesón de las Colonias, propiedad de Doña Leonides Esquivel y Don Clímaco Colín, dos niños —Delfino y Jorge— discutieron por quién bajaría primero del tapanco, temerosos de quedarse solos arriba. Entre empujones, uno sangró de la nariz y, en su enojo, el otro arrojó una pesada plancha de hierro que, por fortuna, no lo hirió. Estos mesones eran lugares de descanso para partideños que llegaban con recuas de caballos, mulas o burros, que eran atendidos y alimentados con avena o yerba verde.

Hoy, solamente añoranzas y suspiros, por aquellos fabulosos años de tiempos idos, cuando todas las casas tenían tapanco, Ya no somos un pueblo agricultor, las casas tienen cubiertas de cemento y en estas azoteas: tinacos, antenas, tendederos, calentadores solares; Perdimos, la tranquilidad arquitectónica, las losas de cemento “modernizaron” la vida y nos quitaron ese escondite donde te refugiabas cuando te iban a regañar, reprender o te librabas hasta de las cuerizas que te habías ganado.

Información de Miguel Ángel Nolasco Álvarez

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