A lo largo de los tiempos todo lo que sucede a nuestro alrededor evoluciona y se moderniza. La competencia en un mundo globalizado obliga a que todo avance a pasos agigantados, y la educación es uno de los campos que no puede quedarse rezagada a riesgo de producir individuos incapaces de insertarse en un mercado laboral y de ser funcionales en la vorágine a la que deberán enfrentarse en el día a día. Tristemente, uno de los pocos espacios que mantiene formas y fondos desde la época medieval es justamente el educativo, con un docente al frente, que en la mayoría de los casos sigue monopolizando la atención al frente del grupo.
Los educadores nos encontramos todos los días con disyuntivas como la de la tarea que, si bien debe ser una forma de medir y reafirmar los conocimientos adquiridos en el aula, parece estar en un proceso de devaluación terrible, frente a escuelas que ya no dejan tarea, o que la realizan en el campus, en un afán de “no dar problemitas a los padres”. Habría que cuestionarnos cuál es la respuesta a los objetivos de tipo pedagógico académicos como escolares que brinda, y si son en realidad los niños los que la realizan, o termina siendo trabajo “extra” para los padres de familia o para las personas que pasan la tarde con los educandos, quienes a veces no tienen el conocimiento o la paciencia para supervisarlas.
La ética y la honestidad debieran ser la base sobre la que giren los contenidos que se envían como tarea, y el análisis real de si es realmente necesaria o podría resultar prescindible, obviamente sin perder de vista que las perspectivas ante las tareas son tres: La de los alumnos, la de los profesores y por último la de los padres de familia quienes en algunas ocasiones terminan por realmente “padecer” estas labores, a pesar de que en algunas ocasiones estas resultan ser el termómetro por medio del cual los padres de familia miden el aprovechamiento y la comprensión real de sus hijos en la escuela, así como la vía de comunicación con el docente y el centro educativo convirtiéndose en una evidencia tangible del desenvolvimiento del estudiante en el salón de clases, así como de la claridad y la calidad con la que el docente se hace entender.
Las tareas deben siempre estar bien planeadas y con objetivos alcanzables, lo cual seguramente las hará atractivas. No será de relleno, lo cual será notorio en la forma en la que el alumno la realiza. Deben tener una finalidad de tipo formativo que ayuda en la implementación de hábitos y rutinas al implicar una responsabilidad.
Los objetivos de la tarea deben ir encaminados a reforzar, practicar, generar independencia (lo cual generalmente cuesta mucho trabajo a los padres de familia) y desarrollar habilidades. Jamás deben evitar el desarrollo integral del niño, las tareas no deben ser kilométricas sino significativas, ya que las tareas que generan el desarrollo de alguna reacción-emoción, alegría, urgencia de realización, etc.; redundan en un beneficio de tipo inolvidable.
Los padres de familia deben estar al pendiente, pero dando la oportunidad a los niños de que sean ellos quienes realicen sus labores, y si observan que les resulta imposible, ponerse en contacto con la institución educativa para hacerlo de su conocimiento y poder corregir la situación.
Deseando que este artículo les haya sido de utilidad… Hasta la próxima.
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TAR