Trump y los fundamentalismos
Los Sonámbulos
Por Jesús Delgado Guerrero
La capacidad de gestionar y movilizar emociones mediante palabras e ideas es un arma de muy largo alcance. Según diversos estudios, para efectos de procesos de renovación de autoridades resulta poderosa. En este caso se le conoce como “marketing político”, pero en algunos lances en realidad es la mezcla de los fundamentalismos religioso, político y económico que incluso llegan a aplicarse como programas de gobierno.
Si como han advertido gran cantidad de autores, cada fundamentalismo por su lado constituye una seria amenaza (históricamente hay material para toda clase de investigaciones y lecciones que deberían asumirse como avisos graves), es posible imaginar lo que podría suceder cuando todo va en un sólo morral (es como estar encima de un barril de pólvora).
Eso es lo que han creado los “pensadores” Republicanos en los Estados Unidos desde hace tiempo. Todo se inicia con la construcción de una narrativa donde “la familia conservadora se estructura en torno a la imagen del padre estricto que cree en la necesidad y el valor de la autoridad, que es capaz de enseñar a sus hijos a disciplinarse y a luchar en un mundo competitivo en el que triunfarán si son fuertes, afirmativos y disciplinados”, según varias investigaciones.
Detrás de esto se hallan, como es claro, los resortes de la religión protestante, dominante en ese país, combinados con las ideas de libre mercado o neoliberalismo, que luego se llevan a la política y a las acciones de gobierno.
La “autoridad moral” por encima de cualquier cosa, pues. Y como autoridad moral sabes lo que es bueno y lo que es malo; y si no eres obediente eres un ser inmoral; si no regañas y nalgueas a tus hijos, si no respetas a la autoridad, eres un individuo inmoral, digno de poca estima.
De acuerdo con infinidad de estudios, en Estados Unidos, “la gente que cree en la moral del padre estricto y que la aplica a la política, creerá que ése es el buen camino para gobernar”.
No es raro entonces que Trump y sus seguidores estén seguros de que lo que necesitan Estados Unidos y todas las naciones del mundo es un padre fuerte y autoritario que proteja a la familia y la sostenga en contra de cualquier hostilidad, además de enseñar a los niños a ser obedientes y ver la diferencia entre los que ellos creen que es bueno y lo que es malo.
Aunque inédito en los Estados Unidos, no sorprende lo que ha venido sucediendo en ese país luego del proceso electoral presidencial, donde miles de seguidores del todavía presidente Trump han protagonizado disturbios ante la creencia, falsa y sin pruebas, de que el magnate fue víctima de un fraude en la contienda contra Joe Biden.
Los comentaristas han querido atribuir todo el sainete al fracaso del sistema democrático de Estados Unidos, a un acto de revoltosos y hasta de ataques terroristas contra la democracia. Pero todo sugiere que de lo que se trata es del fracaso de un sistema de valores, de “creencias” finalmente, provenientes del protestantismo evangélico más recalcitrante, donde es posible aceptar cualquier cosa que haga el padre autoritario en contra de sus hijos:
Si te subo los impuestos “es por tu bien”, si no eres beneficiario del sistema de salud público y debes pagar a privados por él, “es por tu bien”; si les bajamos los impuestos a los ricos “es por tu bien, porque se generarán más empleos e inversión”; si quieres acudir a la escuela y a la universidad debes pagar “porque es por tu bien” y un largo etc., sólo para espíritus dispuestos a la inmolación (todo esto, doctrina familiar muy marcada durante algunas décadas en nuestro país, hoy todavía con vigencia, por supuesto).
En esa forma, el fundamentalismo religioso-económico-político interpreta que Dios (también con alma de cacique y autoritario), avala que haya sociedades de castas con autoridades morales a las que se debe obedecer, donde los que tienen moral y son disciplinados son los únicos que pueden llegar a gobernar y a tener fortunas.
De esa manera se “justifica” que los ricos se merecen ser ricos y no pagar impuestos (o no muchos) y los pobres se merecen ser pobres y resignarse a servir a los ricos.
Eso es parte esencial de lo que está detrás de Trump, los republicanos y sus seguidores (y también de muchos demócratas), de ahí que sólo ellos sepan cuál es la democracia buena y cuál la democracia mala, así como la “valentía” que se requiere para “proteger al país” y a su “Constitución”, intentando extender sus “bondades” en el mundo.
Estados Unidos no es víctima de su sistema democrático (cuestionable y perfectible como el que más), sino del coctel explosivo de fundamentalismos (religioso, económico y político) que cualquier deschavetado puede hacer estallar.