¿Qué hay en la cabeza de una persona
que ve a un ser humano sufriendo y agonizando
en una quebrada,
después de ser violentada, maltratada,
con sus manos y piernas fracturadas,
para no prestarle auxilio?
Hoy hay que romper el silencio como Iglesia,
como pueblo de Dios, como comunidad
Sacerdote en Bello, Antioquia
Hace algunos días, una semana ya, Sara Millerey González Borja, fue encontrada intentando sostener su vida de unas ramas cualquiera que se encontraban en la quebrada de la García, en el poblado de Bello, Antioquia al norte de Medellín, Colombia.
Tras haber sido brutalmente agredida, torturada y golpeada–de tal suerte que sus brazos y piernas fueron fracturados– fue arrojada al riachuelo antes mencionado, ahí estuvo agonizando por cerca de dos horas, de acuerdo con los reportes de periódicos locales, hasta que bomberos y policías locales la rescataron.
La pregunta legítima es ¿y por qué nadie la ayudó? Al parecer la zona donde Sara fue agredida, generándole las heridas que le provocaron la muerte, está bajo el control de una banda criminal llamada El Mesa, la cual de acuerdo con las autoridades, es responsable de al menos 250 homicidios entre Bogotá y Medellín durante el mes de octubre del 2024. Esta misma organización criminal ha sido identificada por tener entre sus actividades la extorsión y el control de plazas de microtráfico. Es el temor lo que impidió que la ciudadanía defendiera o hiciera algo por ayudar a esta mujer trans de 32 años, quien a pesar de haber sido trasladada a un hospital de la zona, murió horas más tarde.
Posterior a estos hechos las redes sociales, los periódicos y los noticieros dieron cuenta de la creciente indignación ante la violencia a la que las poblaciones de la diversidad siguen estando expuestas.
Platiqué con Lucía Jiménez (@luciversomujer), representante por Organizaciones y Comunidades, ante el Consejo Consultivo Distrital de Salud Mental de Bogotá, quien a pesar de encontrarse muy afectada por la noticia me compartió lo siguiente:
“Sara Millerey era una devota, querida en su comunidad en Bello, Antioquia. Para nada una criminal, para quienes quieren justificar a los criminales. A sus 32 años fue brutalmente golpeada hasta romperle los huesos de sus extremidades, para luego, ser arrojada a la quebrada La García en Bello, Antioquia.
¿Quién comete una brutalidad de ese tamaño? ¿Quizás hombres de los grupos al margen de la ley, quienes siguen cobrando la vida de las mujeres trans en el país? ¿Quizás con la complicidad que siempre han tenido de las comunidades en donde perpetran su “limpieza”?
Existe un video que muestra cómo Sara se aferraba a la vida, mientras los ejecutores esperaban a que se ahogara. Se escuchan risas, en un ambiente lleno de indiferencia, que usa videos para hacerse viral.
Quienes intentaron auxiliarla, entre ellos sus primos, fueron amenazados con correr el mismo fin que ella.
Por eso, llamaron a su mamá, porque, seguro a ella si le dejarían salvarla de ahogarse. Mientras la trasladaban al Hospital La María en Medellín, madre e hija intercambiaron palabras fugaces, en medio de la agonía.
“Fueron ellos los que me golpearon… ellos me lanzaron”, alcanzó a decirle. Le confesó que ella no se lanzó al agua.
Al día siguiente, Sara se nos fue, junto con la poca humanidad de quienes le siguen llamando con un nombre que no es, y que convirtieron la atrocidad en otra oportunidad para amenazar, burlarse y seguir exterminando a las mujeres trans del país.”
Mañana les traeré el resto de lo que Lucía me compartió y por supuesto mis reflexiones.
¿Estamos acaso construyendo nuestro propio infierno a partir de la indiferencia?
PAT
Sigue nuestro CANAL ¡La Jornada Estado de México está en WhatsApp! Únete y recibe la información más relevante del día en tu dispositivo móvil.