Vende escobas que hace a mano, ambulante de la tercera edad, se rehúsa a dejar de trabajar

Vende escobas que hace a mano, ambulante de la tercera edad, se rehúsa a dejar de trabajar

Don Genaro crea escobas a  partir de la vara de mijo, es un ejemplo de las diferentes caras que tiene el comercio informal, sobre todo en el caso de los adultos mayores

Brian Prado
Junio 7, 2025

Con ropa un tanto holgada por los años que ha perdido peso en el ir y venir de las calles, Don Genaro camina lento pero firme por el primer cuadro de Toluca, eso sí, con una percha impecable, camisa, pantalón de vestir y sombrero que denotan parte de su personalidad. Tiene 83 años y una rutina que pocos jóvenes soportarían: salir a pie cargando cinco o seis escobas al hombro, fabricadas por sus propias manos, con materiales que compra en el tianguis. 

Don Genaro crea escobas a  partir de la vara de mijo, es un ejemplo de las diferentes caras que tiene el comercio informal, sobre todo en el caso de los adultos mayores

El artesano y comerciante ambulante, demuestra lo que los propios empresarios han señalado, que hay varios tipos de comercio informal y por diferentes causas. Dice que “no hay de otra, que el cuerpo a veces duele, pero la necesidad no pregunta”.

“Ya con la edad pues se cansa uno más rápido, pero si me quedo en la casa, ¿quién va a pagar la comida? A veces me echo mi escapadita a sentarme un rato, pero luego otra vez a darle. No hay quien lo haga por mí. Así es esto, la necesidad es la que lo empuja a uno”, comentó.

Empezó a hacer escobas desde hace más de treinta años, cuando se quedó sin trabajo en la fábrica donde era velador. Entonces compró varas de mijo y empezó a preguntar cómo se amarraban. De ahí aprendió viendo y haciendo. Ahora, hacer cada escoba le lleva cerca de una hora y media.

“No más necesito el mijo, el alambre y un palo bien macizo. Ya con eso me pongo a trabajar en la mañana, después de que me echo mi café. Las amarro bien fuerte, que no se despeluquen. A veces las vendo en el mismo día, a veces me tardo. Pero ahí le vamos”, explicó.

Con el sol en la espalda Don Genaro se planta en las esquinas más transitadas de la ciudad. No grita, ni insiste, solo se acerca a preguntar si alguien tiene la necesidad de comprar una escoba, cada una a 120 pesos. Cuando la jornada pinta difícil, no se queja.

“Me enseñaron que uno no debe andar con la mano estirada. Si no hay trabajo, pues se inventa. Hago las escobas y las salgo a vender, así sin molestar a nadie. Ya si me compran, qué bueno. Y si no, pues ni modo, al otro día será”, señaló.

Don Genaro camina una hora desde San Cristóbal Huichochitlán hasta el centro para vender sus escobas.

Camina desde su casa en San Cristóbal Huichochitlán hasta el centro o a veces hasta la terminal. Dice que prefiere irse caminando, porque el pasaje ya subió y con lo que gasta en el camión, mejor se compra un taco. Su andar es lento, pero constante, con la mirada fija al frente.

“Yo creo que sí me hago una hora de ida y otra de vuelta, pero no me pesa. Ya uno se acostumbra. Lo que sí pesa son las escobas cuando llueve, porque se mojan y se hacen más pesadas. Pero pues ahí las acomodo, me las cambio de hombro. Así me la llevo, aunque hay veces que uno sí termina cansado y pues ahí sí me subí al camión”, relató.

No usa celular. Se entera de las noticias porque un vecino le presta el periódico, y de los precios porque los escucha en el mercado. Lo que gana por día varía mucho. Hay veces que saca cien pesos, otras veces ni uno. Pero nunca se regresa sin haberlo intentado.

“Un día, vendí las seis escobas en menos de dos horas. Me sentí bien contento porque es algo que no pasa, pero hay días que nomás se me quedan viendo y nadie compra. Ahí uno se aguanta y ni modo ya será para el otro día”, comentó. 

En un banco de madera ocurre la “magia”, allí se sienta a fabricar las escobas. Le pone cuidado a cada nudo, porque sabe que eso hace la diferencia.

“No me gusta que digan que están mal hechas. Yo le meto mano bien, que queden recias, para que duren. Porque luego hay unas que a la primera barrida se deshacen. Yo no soy de esos. Aunque no gane mucho, prefiero que digan que están buenas”, aseguró.

Cuando alguien le pregunta por qué no descansa, se ríe. Dice que ha trabajado toda su vida y que parar ahora sería como dejar de respirar. No le gusta quedarse en la casa porque se siente inútil, como una escoba arrumbada en la esquina.

“Uno se tiene que mover, aunque sea poquito. Si me quedo nomás viendo la tele, me da más sueño y me empieza a doler todo. Mejor salgo y me distraigo. Tenemos una pequeña tiendita en su casa y ahí medio nos sale porque ya no está tan surtida como antes, ya todo está caro y hace falta el dinero y esto es lo que nos ayuda”, compartió.

Las personas que lo conocen ya lo saludan de lejos. Algunos le compran sin necesitarlos, solo por ayudar, otros le ofrecen una moneda, pero él no pide limosna, y eso lo deja claro. Dice que lo único que quiere es seguir sintiéndose útil, y que mientras pueda, no dejará de trabajar.

“Yo no soy carga de nadie, gracias a Dios. Mis hijos ya tienen su vida. Yo con mis escobitas me la voy llevando. No me sobra nada, pero tampoco ando sufriendo. Nomás quiero seguir haciendo lo que sé hacer, hasta que Dios diga ‘ya estuvo’”, dijo con una sonrisa.

No usa bastón. Se apoya en su propio equilibrio, en la fuerza de sus piernas delgadas y en la experiencia. Cada paso le cuesta, pero también lo sostiene. La ciudad ya lo conoce, aunque él no sepa sus nombres. Para él, cada cara nueva es una posible venta, una esperanza.

“Hay veces que nomás vendo una, pero esa me alegra el día. Porque digo ‘bueno, ya salió para los frijoles’. Y eso me da fuerza para seguir. Porque la fuerza no está en los músculos, está en la necesidad. Y esa, esa sí que no se acaba”, comentó.

En su juventud, Don Genaro quiso estudiar, pero nunca tuvo oportunidad. Era el mayor de siete hermanos y desde los diez años trabajó en el campo con su padre. Luego fue albañil y hasta llegó a trabajar en una fábrica.

“Antes no había eso de que el gobierno te ayudaba. Si no trabajabas, no comías. A mí me faltó escuela, pero no me faltaron ganas. Aprendí al ver, al preguntar. Lo de las escobas lo aprendí con pura maña y viendo a otro señor que ya ni vive. Él me enseñó sin cobrarme nada, así era antes muchos teníamos que trabajar desde chicos”, recordó con nostalgia.

Hoy, a sus 83 años, sigue haciendo escobas con ese mismo conocimiento de antes. No necesita planos, ni moldes, ni máquinas. Solo sus manos huesudas, un cuchillo bien afilado, y la paciencia que dan los años. Dice que le gustaría enseñar, pero que los jóvenes ya no quieren aprender.

“Una vez le dije a un chavo que le enseñaba a hacer escobas, que para que tuviera un oficio, pero nomás se rió. Me dijo que eso no dejaba nada. Y pues sí, no deja mucho, pero deja más que estar pidiendo. Esa es la diferencia”, señaló.

A veces le duele que la gente lo mire con lástima. Él no se considera un pobrecito. Al contrario, se siente orgulloso de haber llegado hasta donde está sin deberle nada a nadie. Con cada escoba que vende, reafirma ese orgullo. Cada paso que da por la ciudad es una victoria.

“Muchos piensan que porque uno ya está viejo ya no sirve. Pero yo les digo que mientras uno tenga ganas, puede seguir. No será igual que antes, pero no por eso menos digno. Lo que hago no es gran cosa, pero es honesto. Y eso vale más que muchas cosas”, comentó.

Don Genaro no solo vende escobas, ofrece una lección silenciosa de dignidad, resistencia y orgullo por el trabajo bien hecho. En un país donde la vejez suele traducirse en olvido, él camina las calles como un recordatorio de que el valor de una persona no se mide por su juventud ni por sus ingresos, sino por la fuerza con la que decide seguir de pie cada día. Mientras muchos esperan oportunidades, él las fabrica con sus propias manos, una escoba a la vez.

PAT

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