Vida insumisa

Vida insumisa

Las Ítacas

Paloma Cuevas
Marzo 16, 2025

Yacía en el piso, se imaginó cuántas veces ahí mismo se habían disfrutado, cuántas veces habían platicado sus sueños y convertido en realidad todas esas fantasías que alguna vez los hicieron soñar.

Todo inició con un final.

La valentía de decir: ¡Nunca más! y ahora era cierto; nunca más miraría un amanecer, nunca más soñaría con nada, sus sueños se habían reducido a desear que alguien llegara, que alguien hubiera escuchado algo y se compadeciera de ella.

La llamada que lo comenzó todo había llegado inesperada, hasta sonrió cuando identificó el número de donde procedía, el último resquicio de un ego mal entendido

– “¡Pobrecito!”- pensó,  “seguro aún no logra olvidarme… bueno ¿qué tanto es tantito?, a lo mejor está de a tiro muy mal…” Deslizó el botón verde en la pantalla del teléfono, y entonces escuchó su voz…

– “Hola nena, buenas tardes” – sonaba demasiado dulce, casi meloso… “necesito verte, debo ofrecerte una disculpa, ahora que te perdí, entendí que no hice bien las cosas, estoy en terapia y quisiera que sólo me des una oportunidad de agradecerte todo lo que has hecho por mí…”

Quedaron de verse el fin de semana, él ofreció que fuera en su casa, dijo que quería entregarle varias cosas que le pertenecían y que “el terapeuta” le había recomendado “cerrar círculos”.

El día llegó, temblaba como hoja al viento mientras se ponía el vestido, se maquilló “discretita” y de repente, el coraje la invadió… -“Que ‘discretita’ ni que la fregada, labios rojos, ¡que se chingue!  de una vez que vaya viendo que ya no puede decirme nada, que soy dueña de mi cuerpo, de mis decisiones y hasta del color que uso en los labios…”

Llegó a la cita, en “esa” casa, donde él habita con su madre y sus hermanas, “ese” lugar, en donde las mujeres jamás escuchan nada, el lugar donde él la hizo feliz en tantas ocasiones, y en donde la lastimó tantas veces sin que nadie hiciera algo

La guío al departamento de hasta arriba porque: -“Ahí están las cosas que quiero darte, las acomodé en cajas”  recordó que en esa extraña casa, tratando de recuperar un poco el aplomo ella contestó: -¿Y por qué mejor no las bajas? Son muchos pisos… 

Trató sin éxito de parecer tranquila, temblaba como un pajarito herido. Él ni siquiera contestó, la tomó del brazo y le indicó que subiera. No hizo más que obedecer…

Al llegar, él cerró la puerta con llave y le dijo: -¿Qué pasaría si no te dejara salir?  Ella miró a su alrededor aterrada, sabía que estaba perdida, contestó: -Ambos sabemos que me dejarás salir, toda mi familia sabe que estoy aquí. Él sonrío con esa mueca que la aterraba… como si ya nada le importara.

La llevó a la habitación y le indicó una cama sucia y vacía, y le señaló un montón de cobijas desordenadas, que se veían empolvadas: -Desnúdate y tiende la cama, que te voy a dar lo que te mereces… Obedeció enmudecida. Se desnudó y él la miraba lascivo, con la mano le despintó los labios y le dijo: – Ah, ¿con qué querías parecer payaso, no?, pues así te ves ahora… Ella comenzó a llorar y le dijo que lo único que quería era tener la boca roja, le dio una cachetada, la sangre reventó sus labios y se abrió paso, caliente. Él rió: -Ahora sí, ya tienes el hocico rojo, ¿eso querías no, que te miren los hombres? ¿que te deseen? ¡Ahora tendrás lo que te mereces!

¡Qué fácil y qué rápido su seguridad se había desvanecido! ¿Dónde estaba aquella que se atrevió a pintarse los labios de rojo?

Miró por la ventana, el atardecer teñía de rojo el cielo, le dolía todo el cuerpo, pero le dolía más el espíritu destrozado. Sabía que no podría volver a levantarse, era una mariposa atravesada por un clavo caliente que le desgarraba el alma.

Cerró los ojos…

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