Ana de las Flores no es solo una poeta: es una voz urgente, poderosa, que atraviesa las fronteras de la poesía, el teatro y la fotografía para contar una historia tan antigua como la colonización, pero también tan contemporánea como el México actual.
En sus palabras se entrelazan las huellas de su herencia otomí y afrodescendiente, y la lucha por visibilizar las voces que han permanecido en las sombras durante siglos.
Ana se define como “afrooriginaria”, un término que marca con orgullo la dualidad de su identidad. Su piel, sus palabras y su ser están marcados por una historia de resistencia.
Desde Cuautitlán, en el Estado de México; Tepoztlán, Morelos, donde vivió su infancia y adolescencia, hasta su paso por Puebla y la Ciudad de México, su vida ha sido un recorrido entre territorios, pero siempre conectada con sus raíces y con la necesidad de contar la historia de las comunidades afrodescendientes en México.
En su sangre fluye la mezcla de la tradición otomí de su padre y la herencia africana de su madre. Y es con esa mezcla que se enfrenta a las realidades de un país marcado por un racismo estructural e institucional.
Mujer multidisciplinaria con voz única
Poeta, actriz, escritora, fotógrafa, performer, Ana de las Flores se ha forjado como una artista multidisciplinaria, y lleva su sensibilidad y fuerte carácter a cada uno de sus trabajos. Desde muy joven encontró en la poesía una manera de canalizar su mundo interno, un refugio para transitar sus emociones.
La poesía fue, desde niña, su manera de expresar lo que no podía decir con palabras cotidianas. “La poesía, la poesía, la poesía”, repite como un mantra, el espacio donde su alma se libera, el espacio donde sus memorias se transforman en palabras.
Durante la pandemia exploró nuevos lenguajes visuales como el video y el foto performance, siempre con la poesía como eje central. En sus redes sociales, comenzó a compartir sus escritos acompañados de imágenes; mostró así una faceta íntima pero decidida de su arte.
“Empecé a hacerlo de manera más pública”, dice Ana, consciente de que su poesía necesitaba hallar un espacio más amplio, un espacio que finalmente se abriría con su reciente participación en el Encuentro Nacional de Escritoras Afrodescendientes en Bellas Artes, un hito para la literatura afrodescendiente mexicana.
Un reconocimiento a historias no contadas
La invitación a este encuentro no solo fue un reconocimiento a su talento, sino también a la importancia de sus voces dentro de un sistema cultural históricamente excluyente.
Ana recuerda con emoción el momento en que fue seleccionada como una de las 10 poetas afrodescendientes mexicanas que se dieron cita en Bellas Artes, el pasado 30 de agosto, la primera vez que la Sala Principal abre sus puertas a la literatura afroamericana.
“Nunca me imaginé que mi poesía llegaría tan lejos, sobre todo porque la industria artística en México es muy elitista, clasista y racista”, dice con firmeza. Es una afirmación que resuena no solo en ella, sino en las generaciones que llevan años luchando por visibilizar su presencia.
En su visión, la literatura no es solo un arte, sino una herramienta para desmontar estructuras de poder. Ana cree en el poder de nombrarse, de resistir a un sistema que constantemente invisibiliza a las comunidades afrodescendientes.
“Lo que no se nombra, no existe”, señala con la claridad de quien ha vivido la marginalización. Para ella, es fundamental que las personas afrodescendientes se reconozcan como tal, porque el racismo estructural en México sigue tan palpable como invisible.
Somos Revolución
La dignidad no se puede comprar,
invaluable para quien en la vida lo posee.
Libertad sagrada,
que nadie nos oprima,
que nadie nos limite,
que volemos alto a nuestro tiempo y espacio.
Porque mujeres libres somos,
sin miedo,
volando con el cielo y danzando con el fuego.
Fuertes y poderosas,
se creían dueños del mundo,
pero no sabían que somos revolución.
La lucha de Ana no es solo por ella misma, sino por todas las identidades que han sido olvidadas por el sistema. Su trabajo no se limita a la poesía. También es una crítica a las narrativas dominantes en el cine y la televisión, donde la corporalidad afrodescendiente ha sido, históricamente, folclorizada, exotizada y reducida a estereotipos.
Por medio de sus trabajos, Ana busca reescribir esas historias. Como actriz y creadora, enfrenta la industria con una visión crítica.
“Resistirme a estas narrativas que se ven chuecas, limitadas, es una forma de resistir”, afirma. Su poesía, sus imágenes, sus performances son una manera de abrir grietas en esas estructuras narrativas, de crear otros relatos desde su propia voz.
La autora reconoce que la industria cultural mexicana se mantiene profundamente clasista y racista. Las mujeres afrodescendientes y originarias son excluidas de los espacios de poder, y las representaciones que se hacen de ellas rara vez son auténticas.
Lucha continúa y mensaje de esperanza
En su labor como escritora y artista, Ana de las Flores también ha trabajado con comunidades afrodescendientes, como en el caso de su participación en el proyecto de Afrocaracolas en Guerrero, donde tuvo la oportunidad de trabajar con mujeres pescadoras en condiciones extremas de pobreza y desigualdad.
“¿Cuánto le pagan el kilo de pescado? Cinco pesos”, dice, indignada. Entonces, no solo resuena la poesía, sino la denuncia de una realidad insoportable: la falta de oportunidades, la violencia sistémica y la exclusión social que viven millones de afrodescendientes en México.
La militancia de Ana no se limita a su arte: es diaria, un grito continuo que reclama justicia y reconocimiento. “Es fundamental que las infancias conozcan la diversidad étnica del país y que desde las instituciones se impulse la lucha contra el racismo”, afirma.
Ella sabe que, aunque se han dado avances, como el reconocimiento constitucional de las comunidades afromexicanas, aún falta mucho por hacer en términos de políticas públicas y educación antirracista.
Ana de las Flores es una poeta que lucha contra la invisibilidad, una mujer que reclama su lugar en la historia y en el arte. El mensaje es claro: las personas afrodescendientes merecen tener espacios para expresar sus voces, merecen ser escuchadas, y merecen ver sus sueños hechos realidad.
“No dejemos de escribirnos”, dice, sabedora de que la resistencia está en las palabras, en los relatos, en las historias no contadas.
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