Aquí no pasa nada
Con singular alegría
Este sin duda es un mal verano. Mire usted qué ha pasado en los últimos diez años: aumentaron 300 por ciento los precios y cayó 50 por ciento el poder adquisitivo en México. ¿Nuestra moneda? Sí, esa que ahora vale 20.50 por cada dólar.
Hace diez años, un trabajador laboraba 42 horas para adquirir la canasta básica. Hoy debe ocuparse 99 horas para conseguir lo mismo.
Más del doble. Pero, además, con una pobreza que nos alcanza sin límites. Sin la más mínima posibilidad de poder tener una casa.
Y el gobierno por más que se esmera, tiene a ciento treinta millones de personas que atender. Agua, luz, gas, seguridad, educación, salud…
Sin Seguro Popular, solo un remedo de éste. Y si va al IMSS, por favor cuide que no lo maten. Porque si sale, es una proeza.
El esposo de la señora que lleva haciendo el aseo en mi casa por más de doce años, trabajador insuperable de hace 30 años, entró hace 15 días por una operación de la vesícula.
No lo pudieron operar en ese tiempo, y se le complicó con una piedra en el páncreas. Eso es y les pasa, a los que han pagado toda la vida. Imagínese usted, a los que no tienen nada.
(Trabajé por más de cinco años en el Seguro Popular, y la atención que en el ALM le dieron a mi hijo, cuando le sacaron una piedra de un riñón, fue más que buena.
¿Por qué allí estaban y están todos mis amigos? Claro. Pero qué comparación con los amigos del IMSS. Ni sus luces. Terrible. Saturado. Todos confundidos. Un verdadero desastre.)
Por otro lado, ¿a usted, a mí, de qué nos sirve que se haya capturado a cualquier delincuente del fuero común que se robó millones de dinero nuestro, del apellido que usted elija, y por la condición que a usted también se le antoje?
La respuesta no puede ser una ecuación pulida y amena, que diga cómo solucionar este problema de vida de casi ciento treinta millones de mexicanos.
A la mejor sí encontrar a quien entienda qué es la pobreza extrema y una metodología sensata y coherente para solucionarla. Este México Mágico se lo merece.
Se está cansando.
Y sucedió. Como sucede todo en la vida: de repente y directo al corazón. Pero ahora no ha sido tan directo, ni tan al corazón.
Es algo que llega sin que nosotros podamos entender. Como castigo divino y sin merecérnoslo.
Pero mañana saldremos a decir que aquí no pasó nada. Que preferimos miles de abrazos.
Así sea.
gildamh@hotmail.com