Chavela y las simples cosas…

Antevasin

Uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas
Lo mismo que un árbol
En tiempos de otoño se quedan sin hojas
Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas
Esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón

Uno vuelve siempre
A los viejos sitios en que amó la vida
Y entonces comprende
Como están de ausentes las cosas queridas
Por eso muchacho no partas ahora soñando el regreso
Que el amor es simple
Y a las cosas simples las devora el tiempo…

Canción de las simples cosas

César Isella

Una tarde de sábado cualquiera, en una población cualquiera, de un año cualquiera, todo en silencio, el sopor de la tarde, y un trago de mezcal.

El silencio, el sopor y el hartazgo que cabe en el líquido etílico que resbala por la garganta, realidades que rebasan a la fantasía y cansancio por todo aquello que parece no mutar jamás.

¡De repente escuchar a lo lejos a Chavela Vargas! 

Su inconfundible voz rasgando el aire. Reconocer la melodía, y luego la letra, escuchar La canción de las simples cosas de César Isella, – para más señas – interpretada por tantas y tantas voces: Mercedes Sosa, Buika, Tania Libertad y tantas otras más, pero nunca ninguna como Chavela, con ese porte de frágil gaviota con los brazos abiertos, listos para salir volando, completamente lejos con la envergadura y la fortaleza de un águila.

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Escucharla cantar es un diálogo que se valora, pareciera una plática de esas valiosas de las que no quiere uno perder una sola palabra, pareciera una plática con una amiga mayor, de esas que dicen: “más sabe la diabla por vieja que por diabla” y sin embargo, pareciera también el reconocimiento una niña ante la inmensidad de la vida, y el dolor por una derrota anunciada, despedirse de las simples cosas, esas que son las que importan.

Todo el sentimiento y mucho más en una voz llena de aguardiente y ganas de decir verdades. Enorme, valiente y en soledad, con una infancia fragmentada por el rechazo y la falta de ternura de una familia equivocada. 

El consecuente reclamo ante la indefensión de una niña-mujer que no comprende el por qué de esa falta, de esa ceguera selectiva y de esa NO aceptación. La construcción de una mujer bragada como respuesta, personaje que se funde con el alma de ese ser que no requiere de perdones, ni definiciones que constriñan.

Sin embargo, esa indefensión permanece y se convierte en parte de su fuerza interpretativa, esa fuerza que tiene el poder de volverla inolvidable, una de las más grandes intérpretes de la canción bravía mexicana, porque como bien lo dijo en su momento: “Los mexicanos nacemos donde nos da la rechingada gana.” Y con esas mismas ganas vivió, y se bebió hasta la última gota de existencia.

¿Qué por qué escribir hoy sobre ella? La respuesta es simple. Así como los mexicanos escogemos dónde nacer, los seres humanos decidimos a quienes admirar y a quienes querer. Homenajear con ternura la existencia de aquellos que nos conforman es lo mínimo que podemos hacer.

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Hoy toca recordar a nuestros muertos, honrarlos, quererlos, ponerles su ofrenda, vaya la mía con todo el cariño de recordar la infancia, esa que se vivió entre tardes de bohemia en la casa materna, escuchando música y anécdotas, creciendo con la certeza de que una mujer puede escoger su destino, vivirlo, hacerlo suyo y convertirlo en su maldición o su bendición.

A fin de cuentas, acorde al sapo la pedrada.Y en estos días de luto, celebrar la vida es cantarla.

“Las amarguras no son amargas, cuando las canta Chavela Vargas. Y las escribe un tal José Alfredo…”  

-Joaquín Sabina