El poder íntimo del beso

El poder íntimo del beso

El poder íntimo del beso

Diana Nicolle convierte el dolor en microficción donde la ternura, la pérdida, la rebeldía y la memoria se entrelazan con intensidad.

Alejandro Baillet
Noviembre 16, 2025

En la literatura, pocas veces un título tan breve encierra tanto mundo interior. Besos (Editorial La tinta del silencio), el primer libro de la escritora mexicana Diana Nicolle, es una colección de microficciones donde la ternura, la pérdida, la rebeldía y la memoria se entrelazan en una prosa que, a pesar de su brevedad, vibra con una intensidad conmovedora.

La autora ha encontrado en la microficción “ese territorio donde la palabra se mide como el pulso del alma”, expresa, una vía para narrar lo indecible, para convertir el dolor en una forma de belleza.

“Para iniciar no hice novela, hice microficción”, aclara de inmediato Nicolle al hablar de su debut literario. “Hay muchas personas que tienen la facilidad de hacer cosas muy grandes, de hacer una amplificación. Yo no tengo esa cualidad todavía. A mí me gusta resumir, y en la microficción encontré este espacio para poder hacer mi literatura”.

Besos, el primer libro de la escritora mexicana

En esa aparente modestia hay una declaración estética: escribir no es expandir, sino condensar; no es gritar, sino susurrar lo justo para que el lector complete el eco.

Diana Nicolle asume la brevedad como una forma de rebeldía.

“El cuento nace como una forma de contraste contra la novela del siglo XIX. Y si hay algo que tengo es rebeldía”. Esa rebeldía no solo se refleja en la elección del género, sino también en la perspectiva desde la que escribe. Para ella, el microrelato es un espacio de resistencia y de expresión femenina.

“A mí me gusta mucho hablar de autoras, por esa invisibilidad que se les ha dado a lo largo de la historia. Si el cuento es algo marginado, las autoras más. Entonces, las autoras en cuento ya son como menos uno”, responde.

La autora sitúa su escritura en un terreno doblemente marginal: el del formato breve y el de la voz femenina. Desde ahí, Besos emerge como una respuesta a la invisibilidad, un gesto de afirmación personal y colectiva.

El hilo conductor del libro —como su título lo anuncia— esel beso. Pero no se trata del beso romántico que idealiza el amor, sino del beso como detonante de la vida, como acción íntima y universal.

“El beso es un motivo, algo que genera acciones, porque el besar es un verbo. Es una invasión total del otro sujeto, algo sumamente íntimo”. Nicolle confiesa que incluso llegó a modificar algunos textos antiguos “para poder meter el beso”, porque la idea de la proximidad física y emocional era la clave de esa cadencia que unía todos los relatos.

El poder de un beso

El beso, entonces, se convierte en un pretexto para hablar del amor en sus múltiples formas: el que se da y el que se niega, el que se pierde, el que hiere y el que consuela. “Hay veces que te compromete un beso, y otras veces es el beso que no dimos, el que se nos escapó, el que se quedó en la comisura de los labios”.

Su literatura habita ese espacio entre el deseo y la ausencia, entre el impulso y el recuerdo.

Pero detrás de esa mirada poética hay una historia profundamente autobiográfica. Nicolle revela que comenzó a escribir tras la muerte de su mejor amigo, víctima de cáncer.

“Yo estaba perdidamente enamorada de esa persona. Él también me amaba y éramos el uno para el otro en un sentido muy cariñoso. Muere de leucemia a los 19 años; yo tenía 17. Fue super traumático y me encuentro en la escritura como una forma de explicarme lo que está pasando”, relata y sana a la vez ese recuerdo. La literatura, para ella, fue una tabla de salvación.

“Tenía una depresión severa neurológica en la cual no podía ver los colores del color que son. Veía todo en escalas grises Durante seis años escribo entre la opacidad y la pérdida, hasta que un día me digo: ‘vuelvo a ver los colores del color que son, me vuelvo a enamorar y me vuelvo a encontrar con el amor’”.

De ese resurgimiento nace Besos, la que, asegura, es una obra que no busca la perfección, sino la verdad emocional.

Esa honestidad, sin embargo, no impide el rigor al escribir un libro.

“Estudié Letras Hispánicas. Si hay un momento en el cual vomitas todo lo que tienes que decir, también llega el punto en que, como dice Foucault, sacas tu detector de mierda y quitas todo lo que no le sirve al texto”.

El resultado es una escritura cuidada, que combina la visceralidad con una conciencia estética.

El público ha respondido con empatía. En sus presentaciones, Nicolle ha comprobado que la literatura íntima puede tocar fibras colectivas.

“Como es tan personal, se vuelve universal, porque todo mundo ha perdido a alguien, ha tenido un beso de despedida, un beso de reconciliación, o el deseo de dar un beso”.

Durante un círculo de lectura, un joven le confesó: “Acabo de perder a mi abuela, y me pregunto si fue mi culpa”. Otro lector le habló de la relación con su madre. “Pareciera que el libro abre una caja de Pandora”.

La escritora sonríe con cierta incredulidad ante lo que ha logrado.

“Descubrí que ser adulto es no tener la más remota idea de qué estás haciendo, pero hacerlo.” Y aunque su mirada hacia el futuro es cautelosa —“veo hacia atrás y es luminoso, pero hacia adelante es muy oscuro”—, su entusiasmo por seguir creando es evidente.

Sobre su próximo proyecto, confiesa que aún no sabe si podrá superarse. “No sé si mejor o peor, eso lo decide la crítica. Yo me concentro en complacerme a mí. Me tiene que gustar el trabajo, porque es el mío”.

La sinceridad de su proceso creativo contrasta con la presión editorial.

“Un escritor contemporáneo me dijo: ‘¿Y no has pensado hacer más textos para este libro?’ Y le respondí: ‘No, son los que son y son como están’. Porque además soy tramposa con mi lector; el índice también es un juego”.

En su voz hay madurez y humor. Se ríe cuando habla del peso de la crítica y de los gustos personales.

“El Vampiro de la colonia Roma es una obra de arte, pero a mí no me gusta. Y eso no le quita su calidad. Que a mí no me guste no significa que no sea buena”.

Esa humildad crítica confirma que Nicolle no busca agradar, sino dialogar con sus lectores desde la honestidad emocional.

Besos no es un libro sobre el amor, sino sobre lo que queda de él: las cicatrices, los gestos mínimos, las despedidas que se convierten en palabras. Es también una declaración de independencia literaria, una invitación a leer desde la intimidad, sin solemnidad y sin miedo.

En tiempos en que la tecnología parece sustituir la imaginación, Nicolle reivindica el acto humano de imaginar.

“Estoy a favor de la inteligencia artificial porque es una gran herramienta, pero mientras la mantengamos como eso, está maravilloso. En el momento en que me siento a escribir, sí, frente a una computadora, pero primero tengo la escena en mi cabeza. Es mi forma de hacer pintura”.

Con Besos, Diana Nicolle demuestra que escribir desde la herida no es debilidad, sino valentía. Cada relato es un espejo en miniatura donde el lector puede verse reflejado. En el fondo, como ella misma dice, “todos hemos tenido un beso que nos salvó o uno que nos rompió”.

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