Ifigenia vivirá siempre
Cómo recordé mil cosas de la maestra Ifigenia, cuando estaba allí sentada, en medio de la Cámara de Diputados y de dos presidentes hace solo cinco días. Uno entregaba, la otra, recibía. Cómo me conmovió verla con su oxígeno y, detrás, su doctor de blanco. Su chalina rosa que caída, fue alzada con sumo cuidado y respeto por su alumno Andrés Manuel.
La Banda hermosa que entregaba él estuvo por instantes con Ifigenia, que se levantó con gran esfuerzo, y fue tomada por Claudia que se la puso ella sola, ayudada por una mujer detrás, impecable, vestida de soldado de esta patria. Hizo mucho solo con estar allí. Quisiera haberla oído ese minuto de oro. Fue algo significativo y hermoso, tal vez, lo que dijo. Estaba feliz.
Ifigenia, La Pilly, como le decían de cariño, no ha muerto. La caracterizó, hasta su último aliento, el hecho de ungir a otra mujer, como presidenta del país al que amó y defendió toda su vida. Ese día fue de un gran valor.
En un mes se deterioró su vida, lo suficiente como para ir, muy temprano ese día, en silla de ruedas, con oxígeno y con sus ayudantes médicos y enfermeros, al lugar que le pedía el presidente.
Considero que el mejor legado, regalo, refugio y conciencia que le dio ese día el presidente López Obrador a Claudia, fue que obtuviera el símbolo más importante de este país, “La Banda Presidencial”, ese que representa la dirección de todo un Estado, de la nación mexicana, a su alumna preferida.
Decana intachable del Senado de la República fue Ifigenia. Y en ese contexto, fue un homenaje a ella. Y ella quiso así, despedirse de la vida. Ifigenia, nombre que significa en griego “Mujer de raza fuerte”, ese día, perfectamente consciente, dio su último aliento. Bien que lo hizo. Y así será recordada.
Solo puedo hablar de ella, lo que vi y lo que la conocí. Y mi historia es esta: un día, yo decidí ir a Nueva York, a principios de diciembre de 1981, que hacía un frío verdaderamente insoportable, a ver a la ONU, a Oscar González César. Él era Embajador Alterno ante esa organización. La otra Embajadora Alterna era Ifigenia Martínez de Navarrete, a quien yo conocía porque ella era la directora de la Facultad de Economía de la UNAM cuando trabajé desde 1970 con mi maestro Enrique González Casanova, hermano del rector entonces.
Fue, ha sido y será una señorona. Una mujer llena de luz, de inteligencia y paz. Abrió la puerta a caminos de hombres y mujeres de izquierda. Fue directora de su facultad, la de Economía, en el tiempo de Javier Barros Sierra, y luego de Pablo González Casanova. En 1968, acompañó a todos los universitarios a caminar en pro de la paz. ¡Después vino Tlatelolco y murieron tantos!
La conocí, les decía, cuando fui invitada a la ONU, y allí estaba Porfirio Muñoz Ledo elaborando y, luego, presidiendo parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Me platicó que sus hijas habían estado en la misma escuela que yo. En la Moderna Americana, en la Ciudad de México. Juana Inés un año antes, y Andrea, uno después. Le caí bien. Por eso me invitó a su hermoso lugar en el piso 47 de la calle lateral a la 5ª. Avenida en Nueva York. Creo que era la calle de Ámsterdam, frente al Central Park. Ese departamento lo usó también el Embajador García Robles. Recuerdo que tenía un balcón largo, hermoso. Después allí vivió Oscar González César. Esa esquina, todavía sigue allí. Lugar de nuestros poderosos diplomáticos. Era en 1981.
No pude platicar mucho con ella porque Porfirio, durante dos horas, me explicó qué y cómo le iba a hacer para ser presidente. Y él se lo creía. De verdad. Mientras, su esposa Tere, muy bella, estaba detrás de nosotros oyéndolo.
Ifigenia Martínez de Navarrete, junto con otras varias mujeres de excelencia, también pudo ser presidenta de este país. Griselda Álvarez Ponce de León; Olga Sánchez Cordero… Pero su momento de gloria, queda escrito para la historia. Ifigenia, Mujer de raza fuerte.