De repente, de sopetón y sin previo aviso, me habló Francisco Javier Estrada y me pide que le presente uno de sus 88 libros. ¿El más reciente? No, uno de los más recientes. Sí, así de simple y de sencillo para él. Se llama Borges y su mundo.
Lo encuentro, después de muchos años de conocerlo. Lo oigo hablar y es un muy buen orador. Veo sus escritos y me gustan. ¿A dónde se había metido este Paco después de tener años de conocerlo y yo no de haberlo visto? Entonces indago.
Me platica que, en la pandemia, durante tres años, se metió a su estudio y decidió hacer un compendio de todo lo que había escrito en sus columnas. Le hurgó y allí emprendió el vuelo. Comenzó a encontrar muchos renglones guardados en el cajón de los recuerdos. Un titipuchal de libros apilados. Así, empezó con el mejor escritor que ha tenido Latinoamérica, de finales del siglo pasado y de éste: Jorge Luis Borges.
En este texto, nos lleva de la mano por muchos, muchos lugares y escritores que se hicieron bajo la tutela de este gigante. Y los va describiendo poco a poco, con señas tan profundas, como el color del pelo suave del borriquito que se llamaba Platero.
“Borges y su mundo”. Ese es el título. Qué libro tan bonito y tan bien investigado. Estrada tiene en cada cuento, reseña, anécdota, estudio, una palabra que la une a la creación de su estructura. De este mundo visto desde El Aleph que dispersa un brillo, y conocimiento, por todas partes.
“Cada cuento es una proeza de creación. Cuántos escritores hubieran querido hacer una sola obra para ser recordados. Borges tiene tantas y tantas de diversos géneros, que por ello se convierte en clásico de la Literatura de todos los tiempos”. Escribe, en Leer a Jorge Luis.
Y así, comienza el libro con “Poemas de Amor”. El día que me quieras: sí: ese que inmortalizó Carlos Gardel con su tango famoso. Se pregunta: ¿Estará Borges entre los clásicos de la poesía romántica al paso de los siglos?
Y así mezcla a otros gigantes, con todo y su lugar de aparición, además de en la vida de Neruda; Juan Ramón Jiménez; Lópe de Vega; Nora Lange… y sus dos esposas. La primera, cuando el tenía 66 años que le acusa de estar dominado por su madre.
En Amor y Poesía, aparece Luis de Góngora, Gustavo Adolfo Bécquer, pero también Juana de Ibarbourou, y Alfonsina Storni. ¿Hasta dónde Jorge Luis fue capaz de poner los sentimientos amorosos en el tapete de sus escritos más generosos, más transparentes, más verdaderos, por ser su desnudez del alma? ¿Cuál fue en verdad su vida amorosa? ¿Fuiste feliz en tus relaciones de pareja en los distintos tiempos de tu existencia que cubrió 87 años de vida, Jorge Luis?
En Poetas amorosos, se pregunta ¿Cuántos poetas amorosos estuvieron cerca de las lecturas en Jorge Luis, como para dar valor de abrir sus sentimientos en la relación de aquella pareja amada?
Borges como lector, fue uno de los lectores más grandes del siglo XX. Claro que leyó a Edgar Allan Poe, y a Dante Alighieri. Sí, afirma, en algún lugar de la mente prodigiosa de Borges quedan lecturas amorosas, de pasión irrefrenable que forman al hombre en su cielo y en su infierno. En el amor que se realiza o en sus celos extremos.
El amor escribe las páginas más bellas en el libro de nuestras vidas, dice en Gotitas de amor. Al parecer, al escritor argentino, el tema del amor, le resultó siempre un asunto serio, que no era necesario ventilar en público: para él ese sentimiento era tema de intimidad y no público. Frase de José Vasconcelos. Pero… ¿qué piensa de la frase el ilustre maestro mexicano, cuando por amor a él es que María Antonieta Rivas Mercado, decide quitarse la vida en la Catedral de Notre Dame?
Luego dice: William Shakespeare escribió: El amor nace, vive y muere en los ojos. Así fue con Otelo el celoso; o con Hamlet y su madre. O con la madre Teresa de Calcuta, que proclama servir a los demás.
Borges y Cernuda son una sola cosa: literatura en persona y voz cercana al amor. Saben que un hombre, un poeta no puede vivir sin el amor, porque es como estar muerto en vida. Sin el amor, es como no vivir. Es vivir en el olvido. Y esa llaga creo, fue herida que llevó Jorge Luis Borges en ese espacio del que se enamora, apostando a perder o ganar; que es correspondido y que sabe que el objeto amado es aquél que, conociéndolo, es capaz de morir por él.
Llegamos a José Emilio Pacheco de quien dice: Ciertamente, hay un antes de Jorge Luis Borges y un después. Si puedo utilizar la palabra desmenuzar, es como nos va dando idea del cómo se forjó esta mente admirable, que comprendió el papel de la literatura en todo su contexto.
El mensaje para siempre de Borges es que la literatura es capa de imaginar mundos, recrearlos, o si estos mundos son de un color que ya identificamos, nos puede demostrar que esos colores son inexistentes, pues el mundo que creemos que es, no es así, sino lo contrario.
Es decir, nos lleva a través de la filosofía, pero siempre utilizando como método, procedimiento, camino… el de la amada literatura. Con Borges, José Emilio aprendió a escribir su obra literaria en las contradicciones de la filosofía: contiene lo cierto, pero también lo contrario de ello, es decir, aprendió la dialéctica en la literatura. Ha encontrado la forma de escribir lo que nunca se había escrito, precisamente porque lo hace a partir de lo ya escrito, dice José Emilio.
En Borges el imaginista dice: Vive el comienzo de una década –los 40- en que hará Ficciones y El Aleph, dos libros capitales en la literatura mundial del siglo XX. A ellos seguirá en 1952, su mayor colección de Ensayos: Otras Inquisiciones.
Cada vez que escuchamos a Borges dar una conferencia o una charla en que intervienen varios participantes, él destaca porque para toda opinión o consejo… siempre habla de lo que dicen otros, esos otros, normalmente son personajes de destacada trayectoria literaria o cultural, cuya fuerza es la sabiduría sobre la especialidad en que laboran, en este caso filosofía, literatura o filología.
Y todos los que lo escuchan, no pueden sino señalar su sabiduría. Sabiduría que llama al silencio y al asombro. Da su sabiduría sin miramientos, sin preocupación porque se le quite algo de su brillo. Es un dador de conocimientos. Una sabiduría que se hace de haber leído la Enciclopedia Británica por años y años. Fue su diccionario de vida. Fue su maestro de cultura que solo Kant, Hegel o Marx ponen sobre el tapete de las discusiones teóricas.
Borges no inventa una literatura fantástica. La estudia con su amigo Adolfo Bioy Cásares. Para él, la filosofía, la teología, la religión, la idea de Dios que es tres personas distintas y una sola verdadera, resultan más fantásticas que el mejor de los cuentos. Todo lo que vivimos, fue inventado por alguien. Lo que llamamos realidad, no puede ser entendida ni descrita, solo imaginada.
Borges es universal, como ningún otro escritor hispanoamericano, dice José Emilio. Comenzando por Michel Foucault, lo citaban los teóricos franceses y los exponentes de la Nueva Crítica. Los autores de la nouveau roman lo consideraban su precursor y su modelo. En EUA lo juzgaban, junto con Vladimir Nabokov, el gran maestro de la narrativa contemporánea. Steiner lo llamaba el más originar de los escritores angloamericanos. La literatura fue el amor de su vida, nunca tuvo exilio, porque su verdadera patria fue la humanidad.
Es difícil que el hombre, el lector de grandes velos pueda leer más de 1500 libros. Difícil entender cómo Sor Juana pudo leer 4000 de su biblioteca personal. ¿Cuántos libros leyeron Juan José Arreola, José Luis Martínez, Agustín Yáñez?
Todo laberinto surge de la maldad del que lo crea. Borges piensa que no es fácil tratar el asunto de este espacio que es nuestra propia vida: la interior y la exterior. La vecindad que nos habita y la que se expresa en la comunidad fuera del vecindario. La que se extiende en territorio conocido que es el mundo o el universo. Y el mayor laberinto es nuestra existencia misma en que nos encerraron sin consultarnos y de la que no sabemos ni cómo ni cuándo vamos a salir.
Francisco Javier ahora nos transporta a James Joyce. Retrato del Artista Adolescente y Ulises. Estas lecturas se las debo a Jorge Luis Borges, por cuya culpa he tenido que estudiar seriamente a otros autores. Ahora nos lleva a Kafka, el genio que admira por encima de muchos Borges. Da un ejemplo que es magia, realidad inventada, recreación de lo que dicen libros como La Biblia, La Odisea, La divina Comedia o el Quijote de la Mancha.
Imposible dejar aparte el libro de Juan Rulfo, quién al principio de Pedro Páramo, definió el alma mexicana que tanto maravilla a extranjeros, cuando tratan de definir la mexicanidad como forma de vida. ¿Cuándo el genio reúne fuerzas y concentración creadora, para realizar una obra literaria que le ha de definir para siempre en la cultura humana? Al pensar en Juan Rulfo que crea tres de sus obras más conocidas en cuento, El llano en llamas; Pedro Páramo y El gallo de oro, derivada su literatura de la preparación e investigaciones de su trabajo en el Instituto Nacional Indigenista.
Ahora nos toca hablar de Alfonso Reyes. Imposible no contar entre libros clásicos el que publica en Costa Rica don Alfonso Reyes, con el nombre de Visión del Anáhuac, visto a la luz pública en 1917. Obra genial que sus críticos y lectores no logran definir qué género es. ¿Literatura o Historia? ¿Es una crónica, un relato, un ensayo, un poema en prosa o un poema-ensayo? Visión del Anáhuac de no más de 30 páginas, es la obra más significativa de don Alfonso Reyes, nuestro escritor más sabio del siglo XX mexicano.
Ningún lector se imagina que está entrando al fondo del alma mexicana, donde todas las ciencias se juntan, donde los géneros literarios se mezclan, para dar en aquellos inicios del siglo XX, el devenir de la literatura en Iberoamérica, donde el mejor alumno de Reyes, viene a resultar el argentino Jorge Luis Borges. A sus 30 años, Reyes crea su obra más emblemática y de enseñanza para todo escritor. Las letras, dice don Alfonso, son el universo y así hay que verlas y mezclarlas, sin pedir permiso a nadie.
Pero, volviendo a la poesía, Estrada encuentra un libro Cuentos Latinoamericanos. En el prólogo escrito por Conrado Zuluoaga, se lee: Varios de los autores seleccionados, fueron poetas de una inmensa calidad; debo notar que el único poeta con trabajo y libros al respecto lo es Jorge Luis, no así Julio Cortázar, ni Juan Rulfo, ni García Márquez, ni Bioy Cásares. Borges, es sin lugar a dudas uno de los más grandes poetas que ha dado el idioma español.
La grandeza de Borges está en que su capacidad de lector, le permite resumir la Literatura en el genio de rehacerla. Que es la última posibilidad del genio, cuando hace lo que le interesa o en lo que le va la vida.
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Borges era un gigante. Es y seguirá siendo. Y quien se atreve, siquiera a mencionarlo, es de llamar la atención. Y a mí, la verdad que Francisco, me da un gran apretón en el alma cuando leo su libro Borges y su mundo. Pero también en la voluntad y la conciencia. El hecho de meterse mil veces mil, al intelecto de cada palabra de este genio de la literatura, es de llamar –repito– excepcionalmente la atención. No cualquiera se atreve, siquiera a mencionarlo. Pero… ¿hacerle un libro? Para nada… pero ¿ocho?, bueno… ¿en qué estaría pensando Paco, me pregunto?
En tomar todos los papelitos que se encontró a lo largo de su vida, en 78 años, e irlos juntando, y como si fuera un rompecabezas, irlos integrando, y al final, ¡qué le salgan todos en orden, compuestos, alineados, con los colores sólidos y en la esquina de hasta debajo del túnel, un Aleph en donde percibe cada infinito lugar del universo!
Bueno, no solo es cuestión de paciencia, que ya a nuestra edad, se nos acaba. ¿Es cuestión de tiempo?, tampoco. ¿Es cuestión de esmero, de audacia? Él dice que no, pero sí, es todo esto, y cuestión de trabajo. De mucho trabajo y esmero.
Conozco a Francisco Javier Estrada desde hace más de 34 años. Tal vez 35. Lo he visto pasar por la vida de varios famosos, rompiendo paradigmas. A un partido completo lo movió. El compone, redacta, edita, publica, pero sobre todas las cosas crea. Pero su vida, la suya, se ha quedado en el entusiasmo de hacer mil, un mil, millones de Casas del Poeta, a las que me ha invitado a participar.
Él consigue todo: terreno, casa dentro, muebles, plantas, cocina, comida, hasta perros de guardia. Todo lo tiene perfectamente organizado. Estructurado. Primero mentalmente, luego como una proyección de vida. Y ahora una Editorial que se llama así: “Casas del Poeta. A.C.”
Luego, pues luego se las ingenia en hacerlas y darles nombre. Y al final, como premio a un gran esfuerzo, se saca la foto, con el nombre de la casa. Eso sí: con una placa de barro horneado, de nuestro típico y logrado Metepec. Las llama de mil maneras, de nombres de personalidades viejas, nuevas y algunas eternas. Es y ha sido artífice, creador, resurgidor, apapachador y apoyador de muchos, muchos seres humanos que aquí se encuentran. Ahora ha hecho 178 ya, en Toluca, en México y en otros lugares del mundo.
Habrá que hacer un libro de lo mucho que tiene que contarse de Francisco Javier Estrada. Además de que es un escritor, es un poeta, un cronista inteligente con el tiempo, sabio. Ya era cronista de Toluca. Ya lo volverá a ser.
Sin embargo, a mi parecer y con todo el amor a su tierra, considero que a ésta a la que tanto ama, ya la rebasó. El no sólo es del Estado de México con sus miles de tierras fértiles, flores, cultura, historia… polifacética: indígena, mestiza, de gente que vino y se quedó: de cabo a rabo y por todos lados, cautivada y cultivada por toda la gente que está aquí.
Si yo tuviera poder, lo pondría a redactar, a hacer la crónica de muchos lugares, típicos y no; industrializados; llenos de flores mágicas, mariposas, tierra fértil, ríos de agua viva, que brilla y corre por los lados en que él camina… Industrias; conglomerados populosos; trenes que van y vienen; de aeropuertos y de cerros rellenos de gente. De vida. De esta vida que has vivido plenamente. Asombro aquel de ver que sí se puede, a la edad que se quiera.
Por supuesto, que esto va dirigido, escrito, abrazado y aplaudido para Francisco Javier Estrada, que algún día sé, me hará mi casa del Poeta. Al fin y al cabo, tengo el honor de ser su amiga. Y en este momento, se me quita esto de Comunicadora Social, porque tuve el privilegio de haber sido, Becaria –en el ramo de Poesía–, del Centro Mexicano de Escritores. Y mis maestros queridos: Arreola, Rulfo, Monterde y Elizondo. Nada más. Pero nada menos. Lo digo en serio.
El distingue qué es un Aleph, y cómo desde allí, se puede ver al universo.
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