La alianza electoral resucita
Observatorio electoral
Tal como se anticipó en la columna del 25 de septiembre, la potencial alianza electoral entre PRI, PAN y PRD en el Estado de México no está muerta. Así lo revelan las recientes declaraciones de los dirigentes de esos partidos en la entidad. El 18 de noviembre pasado anunciaron que se iniciaban los trabajos para conformar una coalición electoral, con miras a conquistar la gubernatura que se disputará en 2023.
Las razones para revivirla son muchas. El PRI sabe que con sus votos no le alcanzaría para ganar la elección. Tiene muy presente que, en 2017, sin los votos de sus aliados de entonces, PVEM y Nueva Alianza, no hubiera retenido la gubernatura estatal. Ahora que las probabilidades indican que ya no competirán juntos, necesita nuevos aliados. Los ha encontrado en el PAN y el PRD, quien por sí solos menos conseguirían ese deseado cargo.
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Hay otra razón muy importante. Tal como se describe en la mencionada columna, desde la década de 1990, las dirigencias del PAN y el PRD han sido cooptadas sistemáticamente por el gobierno mexiquense. Ha sido mucho dinero repartido entre dirigentes, líderes parlamentarios, diputados y presidentes municipales de esos partidos, para subordinarlos políticamente. Han sido también muchos los cargos que se les han dado a gente cercana a todos ellos, para doblegar su vocación opositora.
Un conocido especialista en tópicos electorales, Bernardo Barranco, sostiene que el original grupo Atlacomulco se ha diversificado. Que existe también una versión ampliada de ese grupo, en el cual están presentes muchos, o casi todos, los dirigentes formales y reales de los partidos de “oposición” en el Estado de México. Son todos los que se han enriquecido con los beneficios materiales recibidos del sistema político mexiquense. La lista es extensa.
Bernardo Barranco también sostiene que uno de los mejores negocios que hay en la entidad es ser de “oposición”, porque eso significa acceder a un sin número de recursos económicos, que el sistema reparte a fin de domesticar a esos dirigentes y líderes partidarios. Por costumbre o método, esos personajes se muestran beligerantes en público, pero en privado son muy hábiles para negociar su apoyo político a cambio de más privilegios.
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Históricamente hablando, los gobiernos priistas a nivel federal, local y municipal han vivido procesos de corrupción sistemática y generalizada. Con ellos se comprueba que la afirmación de Alan Riding, quien escribió en la década de 1980 un libro clásico llamado Vecinos distantes, sigue vigente: la corrupción es el “lubricante y engrudo” del sistema político mexicano. En otras palabras, es quien lo mantiene funcionando y unido.
Sin embargo, los partidos de oposición formal no escapan a esta costumbre. Prácticamente todos los partidos han sido seducidos por los gobiernos mexiquenses. Son ya varias décadas de su sometimiento al poder estatal. Por eso al PRI le resulta relativamente fácil cambiar de aliados de una elección a otra. Finalmente, todos le deben grandes favores al sistema priista, hasta un sector de Morena.
Por las anteriores razones, no es sorprendente que la coalición electoral PRI, PAN y PRD resurja con nuevos bríos. Han pasado tanto tiempo juntos, compartiendo riqueza y poder, que han desarrollado intereses en común. Si antes el PRI necesitaba como adversarios a panistas y perredistas para justificar su existencia, ahora los necesita como aliados para enfrentar al nuevo adversario que amenaza la preservación de ese sistema.
SPM