Cada sociedad elabora sistemas discursivos en torno a la sexualidad, en los que se recogen las racionalidades de los contextos sociales en los que se inscriben. Estos sistemas generan mecanismos de exclusión basados en la categorización de las identidades sexuales, colocándolas como normales o anormales; y con ella fuera o dentro de los márgenes de campos como el de la legalidad, lo estético, lo saludable, lo socialmente aceptado o incluso lo deseable.
Michel Foucault evidenciaba esta problemática desde los años setenta, cuando recoge los testimonios del hermafrodita Herculine Barbin (1839), mostrando la discriminación y violencia que esta persona tuvo que afrontar en contextos como el médico, el legal, el laboral al ostentar una identidad de género diversa y por lo tanto distinta al orden discursivo de la normalidad de género de su época; lo que derivó en un mandato de reasignación de su vestimenta, su cambio de identidad legal y la negación del acceso a la práctica docente que mantenía como modo de vida. Desafortunadamente, como lo señala el autor, esta exclusión primero discursiva y después de facto, derivó en el suicidio de Herculine a la edad de 29 años.
El citado caso, pone sobre la mesa una realidad histórica: la manera como el orden social anclado en el cuerpo, limita o faculta el ejercicio de los derechos de las personas, negando la posibilidad de existencia de “lo otro” en una relación horizontal y sin posibilidad de diálogo.
En su “elogio a la diversidad” Díaz Polanco, define a la sociedad humana como “una formidable máquina que fabrica incesantemente la diversidad”, el despliegue de las identidades de género, forma parte de esta riqueza, la cual nos invita a salir de los encasillamientos en los que buscamos una constante entre los sujetos de sexo-género-deseo para comprender que esta no es necesariamente una relación lineal.
La educación, desde su capacidad transformadora, pone ahora el punto sobre las ies en esta apertura hacia la diversidad, reconociendo el derecho de las infancias y juventudes no binarias a expresar libremente su identidad sexual. Es rompedor –hay que decirlo– que ese ámbito en el que antes se reproducían y ratificaban los roles y estereotipos tradicionales de género, el día de hoy se reformule tanto al nivel de la episteme con un marco curricular mucho más abierto, como en las prácticas; teniendo como ejemplo las orientaciones para el personal docente dirigidas a los procesos de inclusión y respeto de las identidades no binarias.
De manera personal, pongo la esperanza, en que sea a través de la educación, o bien de la reeducación, como podamos deconstruir las inercias que nos llevan a limitar la riqueza de experiencias que una vida diversa permite, pero más aún que sea a través de este espacio como dejen de reproducirse prácticas que atentan contra el derecho de las personas a desplegarse en el mundo de la o las maneras que las hagan felices.
Esta columna va para quienes han luchado por hacer de la diversidad un derecho asequible y para quienes han tenido la valentía de desafiar las fórmulas y con ello mostrar que la riqueza de la humanidad está justamente en nuestras diferencias.
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TAR

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