En Acambay de Ruiz Castañeda existen barrios emblemáticos, distintivos como Pueblo Nuevo, donde surge la leyenda de las ánimas que penan por la vergüenza de sus antiguos pobladores.
En el municipio existió una pequeña capilla que tal vez fue creada a finales del siglo XVI y desde esa época, funcionó como oratorio o ermita.
Cuentan los viejos que es anterior a la construcción del actual templo, erigido por los frailes franciscanos que llegaron de Jilotepec provenientes del Convento de San Pedro y San Pablo.
Xilotepeque, como se conocía desde la época prehispánica, fue la capital del reino otomí y a la llegada de los peninsulares, siguió siendo el pueblo más importante de la región, por lo que se le conoció como El riñón.
A finales del siglo XX, esta pequeña pero importante capilla, seguía representando un papel preponderante para los católicos de la región y los barrios aledaños, en este sitio se realizaban muchas y muy concurridas ceremonias. Se guardaban imágenes y artefactos religiosos antiguos entre ellos un cristo de bulto de madera o caña de tamaño natural que, los antiguos testigos decían, era muy celoso si no lo veneraban, le encendían ceras, le llevaban flores, música y comida; se enojaba mucho y los castigaba.
La propiedad le pertenecía a un señor de nombre Apolinar Duarte quien, sin argumento alguno y dicen las narraciones que por coraje, ordenó cerrar la capilla. Al poco tiempo los animales de las comunidades cercanas enfermaron y después murieron, después los hijos de los parroquianos que también presentaron alteraciones en la salud para después también morir.
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Furia desatada
La gente adjudicó la desgracia al Cristo celoso que albergaba la capilla. Los habitantes de la zona se encontraron muy enojados, por lo que sustrajeron del recinto cristiano la imagen y cual viacrucis moderno, le pasaron un lazo grueso y se lo llevaron arrastrando hasta una loma donde le pegaron, apedrearon, pisotearon, insultaron en otomí, la lengua nativa; le reclamaron la muerte de sus hijos y sus animales, le dijeron que si ya no estaba a gusto con ellos, que se fuera de su pueblo. Personas que traían monedas en sus morrales las aventaban diciéndole que si algo le debían, con eso se lo pagaban y lo enterraron. Dicen que después de eso, ya no pasó nada, la imagen no los castigó por tratarla así.
El oratorio ya no existe. La cruz de piedra que estaba arriba de una puerta con dintel de cantera se perdió, aquella cruz, según la describen los viejos, tenía decoraciones que no se comprendían y una estrella de ocho picos del lado izquierdo, incluía un tapanco y era lugar sagrado entre los antepasados. Se ha olvidado y solo los viejos y los que saben la historia, son quienes pasan por enfrente del terreno y se persignan apresurando el paso, sin mirar ni levantar la cara, por la vergüenza de haber tratado mal al Cristo del oratorio, quien aún de todas sus ofensas, los perdonó.
La misma gente que aún sobrevive a esos momentos, dicen que el barrio no volvió a ser el mismo y que un dejo de tristeza a partir de ese momento, se dibujó en la cara de los parroquianos que dejaron de ser festivos y denotaban en su mirada, la vergüenza y la pena de su comportamiento.
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Una nueva experiencia
Años después y una vez que comenzó a diluirse aquel recuerdo, la gente regresó a sus costumbres y los parroquianos poco a poco, olvidaron su vergüenza hasta que, sucedió otra vez.
Se cuenta que dos personas desconocidas llegaron a la comunidad. Nadie sabía su origen, aunque se supo que huían de la cárcel de Jilotepec. Estaban encadenados por los pies y con ropa era de presidiarios. Traían consigo mucho dinero que, según los habitantes, escondieron en una lomita que está entre Pueblo Nuevo y Tixmadejé, estaba llena de árboles y maleza, eso la hacía un buen lugar para un digno escondite.
La gente de la comunidad de Pueblo Nuevo los siguió por unos días, una tarde fueron descubiertos entre unos mogotes, los sacaron, los interrogaron para que dijeran dónde habían dejado el dinero. No obtuvieron respuesta. Los pobladores arremetieron contra los ladrones y los mataron, con la misma saña que al Cristo. Se habían propuesto buscar el dinero, que tendría que estar cerca, pues los fugitivos no se habían movido de ese sitio; sin embargo, la culpa los persiguió nuevamente.
Días después, los bandidos se les presentaban en sueños a los atacantes. Hacían crueles tormentos y espantaban en todo momento a quienes participaron en el asesinato. El recuerdo y la culpa del viacrucis de antaño volvió y ahora el tormento era doble, el que no se acordaba ya de aquel primer suceso, pagaría ahora por lo reciente.
Hasta el fin de los tiempos
En el pueblo se cree que si algún animal o persona mueres es porque las ánimas de kä däñú, vocablo otomí que se traduce como ánimas del camino grande, el Cristo maltratado, así como las ánimas de aquellos hombres, están enojadas por toda la eternidad. Aún se les menciona y se dice que sus almas siguen penando y lo harán hasta el fin de los tiempos.
La leyenda cuenta que existía un hombre que curaba los males, don Venancio Barragán, el limpiador y sanador de la comunidad, quien, antes de una curación, pedía permiso a las ánimas de kä däñú para sanar y si ellas lo aceptaban, la persona sanaba y si no, irremediablemente moría.
La población se preguntaba porqué era necesario pedir a las ánimas y no a Cristo. Algunos decían que no es lo mismo ofender al maestro de maestros que a un mortal humano.
La gente lo supo y no tenían disposición para pedir ayuda a los ancestros que habían ofendido.
Pese al tiempo transcurrido ha quedado la anécdota y el estigma ancestral.
Borrón y cuenta nueva
Pueblo Nuevo, aquel que los primeros otomíes de la región denominaron Santa María de la Concepción de los Ángeles y después solo lo llamaron Santa María de los Ángeles volvió a ser un pueblo pacífico y trabajador. Las leyendas, cuentos o mitos de las ánimas de kä däñú y el Cristo maltratado quedaron en el recuerdo. Los habitantes no quieren tener otro encuentro parecido con su destino y siguen en espera del perdón divino, ya que no quieren vivir con la preocupación de que el pueblo más grande del municipio cargue con la maldición que durante tanto tiempo les ha acompañado.
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Edgar Serrano Cronista Municipal de Acambay de Ruiz Castañeda
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