Esta es una historia, como la de usted, como la mía, en donde se encontrará muchos rasgos de esfuerzo, disciplina y ganas de salir adelante. Con la alegría de saber que se puede; se quiere; se necesita y se va para arriba siempre, en cualquier circunstancia que la vida le presente. ¿Con gran sacrificio? ¡Pues claro! No hay nada en este mundo que no se haga así: a base de prueba y error, y con esto, miles de aciertos.
Comienza con un Memo y ahora ya son tres. Y de repente una nieta de la tercera generación: Angélica Ortiz, la hija de Memo II, se hizo grande. Y muy feliz de pertenecer a la dinastía Ortiz. Le tocaba presentar la historia de unos módulos que de sopetón y sin previo aviso, se trajo de Alemania, y eso la hacía dar un paso enorme adelante para su querido México. Su situación fue totalmente diferente a como la vivió su abuelo Memo grande.
La vida le había sonreído de un modo distinto, pero también lleno de felicidad y amor. Pudo estudiar en el Tec de Monterrey y luego en Londres. Es arquitecta y ama mucho a su padre, el segundo Guillermo de la historia. Y le dice en todos los momentos de su vida, lo agradecida que está de haber podido alcanzar la posibilidad de ser escuchada aún de ser tan joven.
Nos cuenta: “Había una vez, en Oaxaca, dos hermanos llamados Nacho y Memo. Vivían en una casita que era tan humilde como su corazón grande. En esa casa, dormían sobre petates y el aire de las mañanas se llenaba del olor a leña y humo de la cocina de su madre. Era una vida sencilla, pero marcada por una gran aspiración, ser felices.
Nacho, el mayor, era el protector y guía de Memo. Desde pequeños, trabajaban incansablemente bajo el sol: cuidaban rebaños, cargaban mercancías y tocaban música en las fiestas. Su paga no se gastaba en dulces ni juguetes; se guardaba, peso a peso, para comprar el tesoro que más anhelaban: la oportunidad de estudiar.
Gracias a esa disciplina y a un esfuerzo que parecía mover montañas, los dos hermanos lograron lo impensable. Dejaron atrás la cocina de humo para convertirse, con el tiempo, en ingenieros respetados que estudiaron en Chapingo. Construyeron no solo sus carreras, sino también a sus familias. Sus hijos crecieron con el orgullo de aquel sacrificio.
Lllegamos a la tercera generación. El destino, con un giro sorprendente, llevó al nieto de Nacho, Alexander, y a los nietos de Memo, Angie y Memo III, a un lugar muy lejano y diferente: Alemania. Ahí admiraron la precisión, la durabilidad y la ciencia detrás de cada construcción. Vieron cómo la ingeniería no dejaba nada al azar.
Pero a pesar de la distancia, la memoria de México era un imán. En sus mentes, sabían que en México los niños aún duermen en casas de lámina y en petates. Entonces, pensaron: “Llevaremos el ingenio de Alemania a la tierra de nuestro corazón mexicano.” Así nació este puente que algún día será famoso. Porque no es solo una empresa, es el puente que une la experiencia de sus abuelos con la innovación global. Es la herramienta para cumplir un sueño: que ningún niño en México ni viva, ni estudie, en un espacio inadecuado.
Hoy, la tecnología, es la varita mágica de este cuento, y de esta solución. Con ella, construimos espacios incomparables: casas y edificios con aislamiento real, con pisos firmes y techos seguros, usando la eficiencia alemana. Sustentabilidad con sentido: utilizamos menos recursos naturales y construimos más rápido, para todo propósito: la magia de nuestro sistema se adapta a viviendas, oficinas o comercios, demostrando que la calidad es para todos. Es asequible, o sea, está al alcance de todos.”
Este es el cuento de Angélica: Una historia de humildad, ingenio y propósito que apenas comienza. Ojalá se haga realidad.
gildamh@hotmail.com
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